El trastorno democrático de Tailandia

En muchos países, como Tailandia, Turquía y Ucrania, la relación entre las mayorías gobernantes y las minorías electorales se ha vuelto explosiva, amenazando con socavar la legitimidad de la democracia misma. Así ocurre con la actual crisis que tiene por escenario a Bangkok, donde una minoría política se ha lanzado a las calles para derribar el gobierno democráticamente electo de la Primera Ministro Yingluck Shinawatra.

El Partido para los Tailandeses (Pheu Thai Party, o PTP) de Yingluck alcanzó una clara mayoría en las elecciones generales de 2011, obteniendo 265 de los 500 escaños de la cámara de diputados. Sin embargo, el Partido Democrático, que obtuvo 159 escaños, principalmente de Bangkok y el sur del país, ha estado organizando protestas en la capital. En la práctica se trata de un intento de golpe por parte del llamado “Comité Popular para la Reforma Democrática”, encabezado por el ex diputado del PD Suthep Thaugsuban y apoyado por los círculos más tradicionales de Bangkok.

Las protestas comenzaron cuando el gobierno intentó promulgar leyes de amnistía que habrían excarcelado al ex Primer Ministro Thaksin Shinawatra, hermano de Yingluck y fundador del PTP, que fuera derrocado por el ejército en 2006 por acusaciones de corrupción y abuso de poder. (También habrían invalidado los cargos de homicidio contra el líder del Partido Democrático, el ex Primer Ministro Abhisit Vejjajiva). No obstante, el intento subsiguiente de Yingluck de retroceder en cuanto a la amnistía no logró disuadir a la oposición.

De hecho, las protestas callejeras no hicieron más que crecer, impulsadas por una nueva demanda. El gobierno de Yingluck se había negado a aceptar la sentencia del Tribunal Constitucional contra una ley que permitiera que el Senado se convierta en una cámara enteramente democrática, en lugar del sistema actual en que la mitad de sus miembros son designados. El gobierno adujo que el tribunal no poseía jurisdicción sobre reformas constitucionales. El Comité Popular vio este rechazo como un intento de presionar al rey para que refrendara la ley y, por ende, una amenaza a las prerrogativas reales y al papel enaltecido que posee la realeza en Tailandia.

Aunque no se esté de acuerdo con ella, es necesario poner en contexto la posición del Comité Popular. Desde el cambio de siglo, la maquinaria política de Thaksin, alimentada por sus políticas populistas, ha superado en todas las elecciones el reto (procedente tanto del ejército como del Tribunal Constitucional) de derrotar en las urnas a los Demócratas, de corte conservador y regalista.

Las fuerzas de la oposición, hartas de las prácticas corruptas de Thaksin y de su persistente popularidad, han comenzado a ocupar ministerios y llamar a la formación de un gobierno nombrado por el rey. Si lo logran, es probable que los partidarios del PTP desciendan sobre Bangkok, al igual que en 2009-2010, después de que un “golpe judicial” disolviera el Partido de la Fuerza del Pueblo, predecesor del PTP, y los demócratas formaran un gobierno de coalición. Pero esta vez los manifestantes estarán aún más furiosos y será mucho más lo que esté en juego, ya que se pondrá en cuestión el papel de la monarquía en la democracia electoral de Tailandia.

La mera posibilidad de que algo así ocurra pone de relieve la profunda polarización política existente en Tailandia. Los partidarios del PTP se sienten satisfechos con un sistema que les da una voz política (de hecho, mayorías electorales predecibles) y protege sus derechos. Pero la minoría, compuesta por dos tercios del electorado, queda sin ser escuchada. Su legitimidad e influencia dependen no de ganar mayorías electorales sino de la solidez de sus alianzas con el ejército, la burocracia y el sistema judicial en defensa de una jerarquía tradicional en cuya cúspide se encuentra el rey.

Para empeorar las cosas, los votantes de ambos bandos están sintonizando solo con las opiniones con las que están de acuerdo, en lugar de entender y conciliar los argumentos opuestos. Las redes sociales (que tanto se han elogiado como catalizadores de la democratización en países autoritarios) han exacerbado en Tailandia la tendencia a la polarización, al igual que en otras democracias electorales en que existe una profunda división entre mayorías y minorías, como Turquía y Malasia.

En las democracias emergentes, las minorías electorales tienden a estar vinculadas al sistema establecido, y a menudo se oponen a los cambios impulsados por dirigentes populistas advenedizos. Sintiéndose marginadas y resentidas, pueden volcarse sobre plataformas públicas como los medios sociales y las calles para manifestar sus causas y socavar la autoridad de sus oponentes.

El desarrollo de las tecnologías de la información, junto con la participación popular sin precedentes que han hecho posible, significa que las minorías electorales tienen a su disposición una cantidad creciente de potentes formas de organizar movimientos que apunten a paralizar los gobiernos de sus países e incluso acortar el tiempo de mandato de sus gobernantes. De hecho, cuando tanto es lo que parece estar en juego, un mandato de cuatro o cinco años parece demasiado corto si se desean cambios rápidos.

Sin embargo, si bien en toda democracia es de gran importancia el derecho a manifestarse pacíficamente, las minorías electorales no deberían hacer uso de protestas interminables para secuestrar al sistema político. Para que el sistema democrático funcione de manera pacífica, estable y eficaz es necesario aceptar el veredicto de las urnas como árbitro de la legitimidad política.

Al mismo tiempo, las mayorías no debieran ver su victoria electoral como un permiso para actuar sin tomar en cuenta las inquietudes de las minorías. Si bien el gobierno debe cumplir lo prometido a sus votantes, también ha de proteger los derechos de sus opositores. Tailandia necesita con urgencia un nuevo contrato social que permita que los representantes electos puedan llevar a cabo sus funciones sin marginar a la minoría que se escuda en la institucionalidad tradicional.

La cada vez más compleja dinámica entre mayorías y minorías está afectando las perspectivas de la democratización de varios países y podría amenazar la durabilidad de la democracia como sistema de gobierno. La experiencia de Tailandia sugiere que los esfuerzos por subvertir el sistema boicoteando la voluntad de la mayoría pueden resultar siendo inútiles, pero no sin antes imponer costos altísimos sobre todos y cada uno de sus ciudadanos.

Thitinan Pongsudhirak is Professor and Director of Chulalongkorn University’s Institute of Security and International Studies in Bangkok. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.

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