El trauma

Por Antoni Puigverd (LA VANGUARDIA, 28/02/05):

No hay cambio sin trauma. Esta vieja aseveración empieza a tomar cuerpo ahora, sólo ahora: después del hundimiento del túnel del Carmel y de las severísimas acusaciones que se formularon en el debate del pasado jueves. Años ha, en los tiempos del Pujol más exultante, alguien encuñó la expresión oasis catalán: un lugar en el que la rivalidad política era florentina y superficial; en el que la ropa sucia no producía recelos y acostumbraba a lavarse discretamente en casa. Parece más exacta la metáfora del espejismo. Bajo la luz cegadora de una idea (la del nacionalismo, que consiguió hacerse hegemónica gracias a la formidable talla de Jordi Pujol), la política catalana se representaba en un escenario irreal. Todo lo que contradecía el espejismo era silenciable, prescindible, molesto, irrelevante.

Significativamente, y a pesar del cambio de inquilinos en la Generalitat, la política catalana seguía dominada por el irrealismo: sobrercagada de patriotismo, ideologizada hasta los tuétanos. El espectáculo que los políticos y los medios públicos dieron con el hockey simbolizó la máxima distancia entre el país real y las obsesiones del país ideal. El país de los barrios como el del Carmel estaba a años luz de la grotesca competencia por la foto de Macao. Parecía, pues, que el cambio en la Generalitat iba a ser inocuo, irrelevante. No sólo por la aparente fragilidad y las contradicciones internas del Govern tripartito, sino por las dificultades objetivas que entrañaba reconducir una administración fundada y dirigida durante 23 años por gentes del mismo color político. Cambiar de gobierno en un país acostumbrado a las alternancias es relativamente fácil. Muy complicado era, en cambio (y más para los descoordinados músculos del Govern tripartito), cambiar las inercias, los modos y los vicios de una administración politizada, creada a imagen y semejanza de la coalición de CiU (recuérdese el aplauso que recibió Artur Mas por parte de los funcionarios cuando todavía nadie sospechaba la posibilidad del pacto de las izquierdas: era un aplauso escandaloso, aunque la opinión pública, acostumbrada, se lo tragó sin inmutarse).

Contribuía a confirmar esta impresión de cambio inocuo, el currículum del president Maragall y de muchos de sus consejeros, habituados durante sus largos años de gestión municipal a inevitables concesiones y connivencias con el poder de la Generalitat y (¡atención al dato!) con los poderes económicos. Como consecuencia del desplome del túnel, la realidad se ha hecho visible. Cruda y deprimente. Catalunya, que tantas lecciones de excelencia daba en España, se muestra incompetente. Y su incompetencia es transversal. La Catalunya que ha presumido de moderna y europea emerge del túnel del Carmel con un perfil vagamente siciliano. Joaquim Nadal describió con precisión pedagógica la gestión pública convergente: proyectos cuya modificación se improvisa sobre la marcha sin que conste en los papeles; unas pocas empresas asumiendo la mayoría de los proyectos; extrañas subastas a las que el gremio de los constructores parece muy habituado, etcétera. A la opinión pública le consta la aplicación que puso Nadal en la descripción de esta sospechosa tela de araña. Pero no le consta que, antes del desastre, pusiera la misma aplicación en destruirla y cambiarla. Las medidas reformistas que propuso están sin duda inspiradas en los supremos objetivos de la seguridad y el respeto a la cosa pública. Pero no consta que tuviera intención de introducir tales medidas antes del desastre del Carmel. Podía haber explicado al Parlament las irregularidades cuando las descubrió (cuando, por ejemplo, el dimitido Jordi Julià tuvo que firmar el encargo de una modificación iniciada de facto durante el mandato de Felip Puig). No lo hizo. Por prudencia, por conllevancia, por connivencia. Quien lo concoce sabe que por prudencia. Pero la opinión pública no entra en juicios personales. Nadal denuncia miserias antiguas, pero las formula con el Carmel desolado, atrapado él mismo en la tela de araña.Cuando el president, siguiendo un guión o cayendo en la provocación, verbaliza en el altar del Parlament ladenuncia del 3%, empieza el cambio en Catalunya. Un cambio que puede ponerlo todo patas arriba. No vale la retractación del president. Sí vale el gesto instintivo con que Artur Mas, provocador provocado, respondió: buscando la muralla protectora del Estatut. Reflejos antiguos. Ya la realidad ha inundado la fantasía. Ya sólo los hechos valen. Ya están el fiscal y los medios, como no podía ser de otra manera, a la caza de la realidad tantos años oculta. Es difícil saber qué pasará. Se ha abierto la caja de los truenos. En Italia, el aleteo de una mariposa (la denuncia de una pequeña mordida en un hospital) provocó un huracán: un cambio de régimen.

Partidos de enorme raigambre y poderío desaparecieron sin dejar rastro. La izquierda mayoritaria, que sólo había gobernado en las ciudades, tuvo que cambiar de piel. Y el populista Berlusconi emergió del estercolero. Ya no es posible volver atrás. No sé si en Catalunya existe un estercolero. Se dice que existe en toda España (lo vimos en el Madrid de los tránsfugas), en connivencia con el boom de la construcción, para financiar a los partidos. Dejará de ser un rumor, para ser una verdad o una mentira. Empieza el cambio. El imprevisto. A muchos les va a atrapar en calzoncillos. No hay cambio sin trauma.