El triángulo diabólico del chavismo

La izquierda en general, la extrema izquierda en particular y una importante parte de la progresía occidental ha considerado con demasiada frecuencia que Hugo Chávez y su populismo radical eran la quintaesencia de la modernidad y del progreso. Chávez no es de izquierdas, seguramente ni siquiera de izquierda radical. Chávez es un admirador de un sin fin de dictadores militares de diverso signo y color. Cualquiera que haya estudiado mínimamente su biografía sabe demasiado bien que su héroe indiscutido e indiscutible es Marcos Pérez Jiménez, dictador de Venezuela hasta 1958. Las lecturas y, en consecuencia, la ideología del caudillo venezolano han sido hasta hace poco un gran misterio.

Lo que sí sabemos es que el populismo, tropical o no, ha sabido conjugar las peores características del totalitarismo. Por una parte ha politizado y dividido las fuerzas armadas para garantizarse el monopolio de la fuerza del Estado. Todo aquel militar que haya creído ver en Chávez a un dictador militar con las características propias de ese tipo de dictadura se equivoca de parte a parte. Es más, Chávez ha privatizado y politizado el uso de la fuerza y de la violencia políticas, ha convertido a las milicias popular y territorial, así como a los círculos bolivarianos, en el frente defensor principal de su régimen y su poder. Al mismo tiempo la policía política, verdadera Stasi de Venezuela, la DISIP, se ha convertido en una suerte de Gestapo caribeña omnipotente, omnipresente, sin escrúpulos, implacable.

Para entender la extensión y falta de límites de su poder basta conocer la penetración e influencia de los agentes cubanos de la temida y sanguinaria G-2. Todos los regímenes totalitarios han intentado siempre perseguir al discrepante y al opositor como si de delincuentes, dementes o terroristas se tratase. Venezuela no es una excepción. El último extremo, aún no logrado, es declarar ilegales a todos los partidos, afines o no, e integrar a los coaligados y afines en un solo instrumento de poder que hoy recibe el nombre, muy significativo, de Partido Socialista Unificado de Venezuela o PSUV.

El régimen chavista, lejos de ser un garante de la progresía y de la libertad, es un elemento pluscuamperfecto de represión y de opresión. Poco importa que en ocasiones sus instrumentos totalitarios en apariencia carezca del rigor de la URSS o la DDR. Lo cierto es que su carácter implacable en un mundo en que el estalinismo y el totalitarismo son denostados incluso por algunas izquierdas radicales acaba siendo verdaderamente significativa. La persecución de opositores, discrepantes, periodistas críticos, extranjeros discordantes o cualquier otro diferente se ha convertido en el eje central de la acción represora del régimen chavista. Venezuela no es una democracia. Quienes afirman lo contrario desconocen que todo régimen democrático precisa, además de convocatoria de elecciones, separación de poderes, justicia independiente, garantía y respeto absoluto a los derechos y libertades fundamentales, Estado de Derecho, imperio de la ley e igualdad de todos los ciudadanos ante ésta. Ninguno de estos requisitos, ninguno, es respetado o siquiera tenido en cuenta por el régimen chavista.

El chavismo y su caudillo han utilizado burdamente a Venezuela como instrumento fundamental y plataforma de exportación de su ideología totalitaria. El régimen chavista poco o nada ha hecho en beneficio de aquéllos a los que dice proteger. Los marginados, necesitados y pobres de Venezuela han sido burlados, engañados y utilizados con un propósito muy claro: el uso, abuso y perpetuación en el poder. Esta misma filosofía, verdadera hoja de ruta totalitaria, ha sido convertida en método y exportada eficaz, y por qué no decirlo, inteligentemente, a otros países de América Latina. Hoy en día ante el temor, complacencia, ignorancia o irresponsabilidad de tantos, Chávez y su régimen populista radical se han convertido en una de las principales fuentes de inestabilidad, incertidumbre, violencia del continente y quién sabe si del mundo.

Otra cuestión que conviene estudiar a fondo es la construcción y promoción de una alianza antisistema y antidemocrática patrocinada por el chavismo. Todos los radicalismos, tengan el color que tengan, son bienvenidos en esta alianza con tal de que compartan los objetivos esenciales. A saber: el antiimperialismo (léase antiamericanismo, antioccidentalismo), la frontal oposición a la democracia tal y como la mayoría la concibe, el anticapitalismo, la mercadofobia, el antiliberalismo, la frontal oposición a la tolerancia y el respeto al distinto, el ataque implacable a la libertad individual y cualquier otro elemento totalitario.

En este sentido, no se puede obviar que se ha forjado ya una alianza entre cuyos principales actores es preciso contar a la extrema izquierda, a los antisistema, a los antiglobalizadores, a los anticapitalistas, a los antiliberales, a los antidemocráticos, a los populistas y a los indigenistas radicales. Y también, no lo olvidemos, a la ideología islamista radical. Muchos escépticos piensan que fuerzas tan heterogéneas y en apariencia contradictorias podrían muy bien ser antagónicas. Sin embargo, coinciden en la esencia: la confrontación a la libertad, a la democracia y a los derechos y libertades fundamentales.

La actualidad nos ha puesto de manifiesto hasta qué punto todo lo hasta aquí escrito es una flagrante y peligrosa realidad. El régimen de Hugo Chávez se ha convertido no sólo en un aliado pasivo de los mayores radicalismos del planeta; es de hecho, uno de los ejes centrales del extremismo mundial. No contento con atacar política, filosófica y sistemáticamente la democracia y la libertad, se ha propuesto ser un elemento esencial de la confrontación contra la esencia y el corazón mismo de los regímenes de libertades. Esto que puede parecer, a primera vista, una elaboración teórica, no es sino la grave, gravísima, consecuencia de una estrategia de desestabilización, violencia y ataque total a todo aquello que suponga democracia y libertad individual.

Llegados a este punto, la complicidad, coordinación y, en ocasiones, coautoría con grupos terroristas, incluidos en la lista estadounidense y europea de organizaciones criminales, no deja de ser una consecuencia dramáticamente lógica en su dinámica totalitaria. Las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) no son simplemente un grupo terrorista calificado como tal en las listas de la Unión Europea y de Estados Unidos. Son, fundamentalmente, el más poderoso y próspero cartel de drogas del mundo, cuyo éxito comercial no sería tal si no consiguiese exportar más del 50% de la droga colombiana a través de territorio venezolano con la imprescindible complicidad del régimen chavista.

¿Puede alguien dudar todavía de que las FARC son la quintaesencia de lo que se ha dado en llamar el narcoterrorismo? A todo esto viene a añadirse la colaboración, complicidad y cooperación necesaria con la banda terrorista ETA, como ha quedado de manifiesto por medio del auto judicial del juez Velasco de la Audiencia Nacional. Me permitirá el lector que señale que todos estos extremos estaban detallados prolijamente en mi libro Contra Occidente, pero la constatación judicial de los mismos los convierte en unos hechos de extrema gravedad y sin precedentes en la historia de las relaciones internacionales. La complicidad del régimen de Hugo Chávez con el crimen organizado, el terrorismo y el narcoterrorismo es razón suficiente para poner bajo escrutinio, vigilancia y quién sabe si sanciones a un régimen totalitario, desestabilizador y cómplice del crimen internacional.

DESDE QUE EL Partido Socialista alcanzó el Gobierno en el año 2004 hasta hoy se ha diseñado una política vergonzante, vergonzosa, peligrosa, irresponsable, contraproducente y frontalmente opuesta a los intereses de la democracia y las libertades con respecto a América Latina y con irradiaciones peligrosas y de largo alcance en el resto del mundo. Lamentablemente conocemos los permanentes intentos del Ejecutivo y del Partido Socialista por exculpar, explicar, disculpar, justificar, minimizar y, en demasiadas ocasiones, aplaudir, jalear y alabar las políticas del populismo radical totalitario que hoy se demuestra es, y ha sido, cómplice del terror. Demasiadas veces se ha escuchado en la Comisión de Asuntos Exteriores y también en el Pleno del Congreso vergonzosos discursos de defensa, justificación y alabanza de una ideología totalitaria y del régimen opresivo, expansivo y violento al que inspira.

Éste es el momento en el que el Gobierno debe dar urgentes y detalladas explicaciones de su política respecto a Venezuela en sede parlamentaria. Lo menos que se puede pedir es la convocatoria del embajador venezolano en Madrid para exigirle explicaciones por tan incalificable conducta de su Ejecutivo, seguido, si esta actuación no fuera satisfactoria, que no lo será, de la llamada a consultas del embajador de España en Caracas.

No se preconiza aquí la ruptura de relaciones, sino una actuación firme y contundente contra un régimen que ha demostrado ser un frontal enemigo de la democracia y de la libertad. El Partido Socialista y sus grupos parlamentarios en el Congreso y en el Senado no sólo han justificado y exculpado al régimen chavista de sus gravísimos atentados contra la legalidad internacional y la libertad, sino que incluso han jaleado y cantado las alabanzas de sus «logros sociales, carácter democrático y progreso». En algunas ocasiones diputados con nombres y apellidos han bloqueado iniciativas de censura y crítica al régimen chavista y sus aliados mundiales. Ésta es la hora no sólo de las explicaciones debidas a la ciudadanía de la España democrática. Éste es el momento de una solemne petición de disculpas ante el pueblo soberano. Semejante error quedará para siempre inscrito en el haber de este Gobierno y del partido que lo sustenta.

Gustavo de Arístegui, diplomático, diputado por Zamora, portavoz de Asuntos Exteriores del PP en el Congreso y autor del libro Contra Occidente, La Esfera de los Libros.