El trilema de Pedro Sánchez

Pedro Sánchez ha convertido la política española en un sindiós. No puede gobernar el país con sus socios políticos, los que le hicieron presidente, pero sin ellos no podría seguir en La Moncloa. Con el bloque plurinacional, la crisis, en el Covid y en el poscovid, se eternizará, y sin ellos, el Gobierno sanchista no se sostiene. Un disparate.

De este sinsentido nace el trilema de Sánchez. Para conservar la presidencia, pretende conjugar diariamente tres opciones que es imposible lograr a la vez: el apoyo del bloque de la moción de censura, el aval de un consenso nacional basado en la moderación política y el visto bueno de la UE. Malabarismos de un presidente de Gobierno que alejan peligrosamente a España del entorno estable y predecible que necesitamos como condición obligada para una recuperación nacional, para afrontar la avalancha que se avecina de intensos procesos de relocalización geográfica de las actividades económicas, de una competencia entre países aún más intensa. No nos saldrá gratis.

Ocultar bajo la alfombra los populismos con los que se gobierna e ir a Bruselas con el aval de Ciudadanos –¡cuidado, él siempre miente!–, cuando se trata de recibir 140.000 millones de un fondo pensado contra la «explosión populista», como diría Angela Merkel, es una artimaña con poco recorrido. Estos días muchos están siguiendo una narrativa que hace de Sánchez un moderado que estaría anulando al radical Iglesias. ¡Qué ingenuidad! No ven cómo se va pareciendo el PSOE a Podemos, cómo los seguidores de unos y otros emplean el mismo lenguaje, las mismas consignas. Los que están en guardia contra los trucos del sanchismo no son peligrosos derechistas neoliberales, son responsables gobiernos socialdemócratas del norte. «¿Y usted qué ha hecho, Sr. Sánchez?», le espetó la joven primera ministra finlandesa.

Ni la pandemia, desbocada en España, le hará reaccionar. La simple comparación de los datos con Italia en la segunda oleada –por 100.000 habitantes, cada 14 días, 270 casos, nosotros, 30, ellos– desmonta todos los argumentos fabricados diariamente para ocultar las gravísimas negligencias del Gobierno. Desenmascarado, la respuesta del presidente ha sido traspasar sus obligaciones indelegables en «alarmas y emergencias» a las comunidades autónomas. Del reparto del fondo europeo, se ocupará Iván Redondo, el publicista.

Que el presidente, responsable directo de la Estrategia de Seguridad Nacional, incluido su apartado «Epidemias y Pandemias», abandone el puesto de mando debería despertar el instinto de supervivencia de la nación. ¿O se han transferido las competencias de la seguridad nacional? ¿Es eso lo que traduce el presidente de la Comunidad Vasca cuando exige el «mando único» en «su» territorio? ¿Es la nuestra una pandemia plurinacional? ¿Se ha disuelto el Consejo Nacional de Seguridad? ¡Un sindiós!

Todos los propagandistas del sanchismo –y son muchos–, cuando se hacen la pregunta retórica sobre las causas de nuestros datos de expansión del virus –nueve veces superiores a los de Italia–, ofrecen respuestas que producen vergüenza ajena. Todo al servicio, no de favorecer la lucha contra la epidemia, sino de salvar la cara al Gobierno. Las explicaciones que improvisan, desde el turismo a la densidad de población, servirían igualmente para Italia, todo, salvo lo que nunca dicen: la radical diferencia en la gestión de los gobiernos, el de Sánchez y el de Conte. El presidente italiano aprendió de los errores iniciales, asumió responsabilidades y rectificó, el de aquí se escondió.

Hannah Arendt, en su ensayo Los Papeles del Pentágono, a propósito de la guerra de Vietnam, hace un análisis sobre el uso de «la deliberada falsedad y la pura mentira como medios para el logro de fines políticos». No otra cosa es lo que hace Sánchez cuando, por ejemplo, para rebajar los datos de mortalidad, miente sobre los criterios de la OMS acerca de qué se considera muerte por Covid. Con la fábrica publicitaria de Iván Redondo a pleno rendimiento, «la mitad de la política es creación de imágenes, y la otra mitad el arte de hacer creer a la gente en dichas imágenes». Una corrupción de la política que necesita medios de comunicación centrados en adaptar las narrativas adecuadas en coordinación con «la fábrica».

El gobierno Sánchez ha caído en el vicio que denuncia Arendt sobre los malos gobernantes: contra el virus, «la derrota es menos temida que la admisión de la derrota». Pero, la manipulación del lenguaje público debilita a las sociedades que la padecen. En nuestro caso, el mayor daño se sitúa en el clima de fanatismo que el sanchismo necesita producir para mantener en pie su trilema destructivo, lo contrario a canalizar las energías ciudadanas hacia el bien colectivo.

En EEUU, la batalla de los Papeles del Pentágono la ganaron los héroes de la libertad de prensa, periodistas y jueces. Qué emoción, en la versión cinematográfica de Spielberg, ver a Tom Hanks, de director del Post, decirle al jefe de la rotativa «dale» para poner en marcha la imprenta con la edición que desafiaba a un poder «que no respetaba las reglas». Desgraciadamente, en España son mayoría los medios que han decidido que su prioridad es cubrirle las espaldas a Pedro Sánchez. Con un Gobierno que piensa que la política es sólo una variante de las relaciones públicas, es en el territorio de la creación de opinión donde se ventila, especialmente, nuestro complicado futuro.

Se está instalando en España la idea de la capacidad milagrosa de Sánchez para compatibilizar sin problema las tres opciones de su trilema, lo que está ahogando al país. Tal vez, poco César para tanto cesarismo, aunque, con España ya convertida en el nuevo «enfermo de Europa», si a Sánchez se le permite seguir con sus equilibrios en el alambre, cuando esto termine, el monstruo plurinacional seguirá ahí, con toda su potencia de fuego, en Navarra o en Baleares, y en el Gobierno de España. ¿Lo logrará? Como dice nuestro nieto Caleb, cuando no lo ve claro: vamos a ver.

Jesús Cuadrado fue diputado por Zamora con el PSOE.

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