El triunfo de la mentira

¿Qué fue de la exhumación de Franco? ¿Qué se hizo de la convocatoria de elecciones tras la censura a Rajoy? ¿Dónde está el gobierno progresista con Podemos? Los ministros y bandas de música en el recibimiento de los inmigrantes del Aquarius, ¿fueron verduras de las eras?

Podrían hacerse unas coplas, no tan bellas como las de Manrique a la muerte de su padre, pero sí tan ciertas, a la muerte de la verdad en la política, con el agravante de alevosía, pues se ha bautizado la mentira con el nombre de posverdad, invento de Gramsci, que revolucionó el marxismo al sostener que la revolución debe empezar por el idioma, el leninismo lo llevó a la práctica con la consigna «una mentira repetida un millón de veces se convierte en verdad» y Ernesto Laclau lo predicó con éxito en España. Fue como la Unión Soviética se convirtió en paraíso del proletariado, el castrismo, en bandera del progreso y el sandinismo, en faro de las libertades. Y como la inmensa mayoría de la intelectualidad europea sucumbió a tal falacia, cerrando los ojos a la realidad, única forma de mantenerse en la mentira.

El triunfo de la mentiraCreímos que el desplome del muro berlinés y el descubrimiento de la miseria que ocultaba, junto a la violación de todo tipo de derechos humanos, bastaban para acabar con tal patraña, pero estamos comprobando que no es así, que en pleno siglo XXI sigue habiendo vendedores de paraísos y apóstoles de la utopía, no en los países donde gobiernan desde luego, porque se encargan de impedir que sus súbditos, que saben lo que ofrecen o, más exactamente, lo que no ofrecen, se rebelen, sino en las democracias, donde hay todavía quien les escucha y apoya. ¿Es que los humanos, junto a cualidades magníficas que nos han llevado a dominar la naturaleza y explorar desde el interior del átomo hasta el universo más allá de nuestra galaxia, tenemos también un impulso negativo que nos lleva a la destrucción de lo que más amamos, es decir, de nosotros mismos, como han cantado tantas veces los poetas y han propiciado a menudo políticos y científicos? Es hora de que la última generación, tan hábil en informática, tan audaz en experimentos, investigue si existe un gen del suicidio. Los historiadores lo han intentado, buscando por qué perecen unas civilizaciones y otras sobreviven. Pero la historia es un instrumento demasiado rudo (o demasiado manipulable) para descubrir un fenómeno tan complejo.

Lo innegable es que estamos en otra era, con nuevos problemas, que intentamos resolver con viejas fórmulas, lo que nos devuelve a situaciones anteriores (son significativos los paralelismos que se hacen con la República de Weimar alemana y la II República española), que sólo pueden servir como «ejemplos negativos», para evitar que se repitan, no como solución de los problemas actuales, al ser las circunstancias completamente distintas. Si es verdad que «el que no tiene en cuenta la historia está condenada a repetirla», no menos lo es que «la historia se repite, primero como tragedia, luego como comedia». Aunque también ocurre a la inversa: primero como comedia, luego como tragedia, piensen en el Napoleón emperador y en el de Santa Elena.

Que el mundo, y Europa especialmente, no son los de 1919, salta a la vista. Ni los de los años treinta del siglo pasado. La globalización ha convertido los problemas locales en mundiales y la informática ha acelerado la historia a la velocidad de la luz. Pero los problemas siguen siendo los mismos, sólo que multiplicados. Las invasiones bárbaras ya no son a caballo con la espada desenvainada, sino en cayucos con las manos en alto. El temor a perder la identidad ha resucitado un racismo distinto en las formas, pero igual en el fondo y la carrera armamentística sólo ha cambiado a peor: las últimas armas son mucho más letales que las anteriores. Sabiendo todos que otra guerra mundial acabaría con buena parte de la vida en el planeta. Mientras los intentos de lograr un gobierno no ya mundial, sino uno europeo, americano, asiático, y no digamos africano, son más inútiles que nunca. Junto al racismo han resurgido el nacionalismo y el populismo, causantes de la inmensa mayoría de las guerras y de las crisis económicas. Mientras retroceden la democracia y el liberalismo. Junto a ello resurge la añoranza de los «hombres fuertes». ¿Está todo ello relacionado? Posiblemente. El miedo es otro de los grandes motores no sólo de la conducta humana sino también de la historia. A veces, para bien, la mayoría, para mal.

Junto al miedo, irrumpe el individualismo, con niveles de paroxismo narcisista, (ahí tienen los selfies), causando verdaderos estragos, al distanciarnos unos de otros. La formación de sociedades cada vez mayores en busca de progreso -familia, tribu, nación, Estado, comunidad internacional- se ha revertido. En vez de hacia la ciudadanía del mundo, retrocedemos hacia la aldea. Por este camino pronto buscaremos refugio en la comunidad de vecinos.

Pero lo más grave es el deterioro de unos valores que se creían inmutables. El de la verdad a la cabeza. El refranero, ese resumen de la sabiduría popular, está lleno de advertencias al respecto, empezando por «la mentira tiene las patas muy cortas». Hoy, la mentira está a la orden del día, desde el Boletín Oficial al certificado de los productos. Oscar Wilde escribió un entremés delicioso, como todos los suyos y tan equívoco como el que más, titulado, «La decadencia de la mentira» donde demostraba justo lo contrario: que la mentira empezaba a inundarlo todo, de ahí que hasta «la naturaleza imite al arte». Mientras Camba escribía: «Los concejales mienten como el buey muge y la gallina cacarea». Hoy escribiría: «Los políticos mienten por obligación. Se lo piden sus electores».

Pero ¿cómo se puede gobernar desde la mentira? ¿Cómo se puede decir una cosa y hacer la contraria, como están haciendo tantos gobiernos, el nuestro entre ellos, sin que la gente se indigne? ¿Es que todos estamos envueltos en esa gran conspiración? No me atrevería a decir tanto, pero que algo hay de ello, seguro. ¿Acaso los británicos no se creyeron que saliendo de Europa iban a vivir mejor? ¿Por qué los argentinos siguen creyendo en el peronismo? ¿Es que los españoles nos creemos que las 300 medidas que Pedro Sánchez anuncia para ser reelegido va a cumplirlas? Imagino que algunos le creerán. Serán seguramente quienes esperan sacar provecho de ellas. Quien parece no creerle es Pablo Iglesias, que le exige participar en su gobierno para investirlo. Pero la desconfianza es mutua. La frase más sonora del debate sobre el Open Arms la lanzó como una pedrada el portavoz socialista Rafael Simancas a los podemitas: «Ustedes no son de fiar». «Y ustedes, menos» les responden a diario los morados. La verdad se ha licuado en la política como en los platos de la cocina moderna y el pensamiento se ha gasificado tras el meneo que le han dado neomarxistas y marrulleros.

¿Cómo va a acabar todo esto? Pues no bien. El famoso dicho «puedes engañar a uno una vez...» tiene la apostilla «pero no a la realidad». La realidad acaba siempre por imponerse sobre la impostura, hoy mal llamada posverdad.

José María Carrascal es periodista.

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