El triunfo de la voluntad

Por Pedro J. Ramírez, director de El Mundo (EL MUNDO, 23/03/03):

Durante semanas y meses se lo hemos pedido de pie y de rodillas.Entre susurros y a voz en grito. Con artículos de dos páginas y poemas de cuatro versos. En la Cibeles, en Hyde Park y en First Avenue, frente a la sede de la ONU. Desde la prensa y desde la calle. Con ciento y un argumentos. En todos los idiomas. Desde casi todos los países.

Pero ellos se han mostrado sordos a nuestras elementales consignas, ciegos frente a nuestros elaborados ensayos, mudos frente a nuestro formal requerimiento.

No han hecho caso ni a la ONU, ni al Papa, ni al Rey de España, ni a Sancho Pueblo. Igual les daban ocho que ochenta. Un 11-4 en el Consejo de Seguridad o un 85-15 en el conjunto de todas las gallup más allá del corazón del Imperio. Un tercio de sus propios diputados en abierta rebeldía, tres ministros dimisionarios, todos los grupos menos el propio en contra... The New York Times o el Sursum Corda.

Todo estaba descontado de antemano porque los tres llevaban las orejeras tan ceñidas que sólo marcaban un camino. El de la guerra.

Muy poco después de ser nombrado al frente del Cesid, todavía en 2001, Jorge Dezcallar le dijo a un amigo común que la Administración Bush invadiría Irak entre enero y abril de 2003. Sólo le faltó añadir la semana, el día y hasta la fase de la luna. Es muy inteligente, pero no tanto. No fue un golpe de intuición, sino un rayo de información bien filtrado.

El plan anidaba en el corazón de Rumsfeld, Wolfowitz y cía -con minúscula, porque la Agencia estaba en contra- desde que Bush Sénior no remató como Dios manda la jugada en el 91. En el corazón de Bush Júnior la suerte quedó echada desde el 11-S. Esa mañana abrió el devocionario y se encontró con que su predicador escocés le advertía desde el más allá que «si esperas a estar en la trinchera para preparar las armas, te matarán mientras lo intentas». Y al poco rato pasó lo que pasó.

Lo del «Eje del Mal» no fue sino una manera de adornar la trama.Como cuando Torcuato Fernández Miranda envolvía lo que el Rey le había pedido dentro de una terna. And the winner is Se estaba rifando una sarta de madres de todas las bombas y Sadam tenía todas las papeletas. Lo cual no empece para que después de Irak venga Irán, porque como decía un halcón británico el otro día: «A Bagdad quiere ir cualquiera, a Teherán sólo queremos ir los hombres de verdad».

Lo que Sénior empezó lo va a terminar, por ahora, Júnior. Y como él mismo explicó en su alocución de la madrugada del lunes al ocuparse de la minucia del rechazo de la ONU: «Este no es un problema de autoridad. Se trata de una cuestión de voluntad».Porque aunque los franceses, los rusos, los alemanes, los chinos, los mexicanos, los chilenos, los paquistaníes, los sirios, los cameruneses, los guineanos y los angoleños se escaqueen, «muchos países sí tienen la determinación y la entereza de actuar».

Treinta de esos países -potencias como Nicaragua, democracias como Azerbaiján- han dado ya la cara y otros quince siguen dentro del armario como si fueran aún más gays que Chirac y Villepin.Pero tercero en la línea de mando, impasible el ademán, ahí ha estado y está, con la mano de Júnior encima del hombro, el leal José María.

A Aznar lo tiene Júnior enganchado por el asunto de la «voluntad».En su mejor yin Aznar es una de las buenas cabezas que han gobernado España con tino. En su peor yang Aznar es todo «voluntad», inasequible al desaliento en su soledad del corredor de fondo. Y téngase en cuenta que en Quintanilla de Onésimo a la «determinación y entereza» le llaman terquedad, tozudez, cabezonería, obcecación y empecinamiento. Que no hay quien le baje del burro, vamos.

Cuando tu jefe reconoce que ha sustituido la respetable auctoritas por la implacable potestas, ya todas las razones sobran. Sólo queda el metalenguaje orwelliano para cubrir el expediente. Así la mentira es la verdad; la estampida hacia la guerra, la búsqueda de la paz; la fractura europea, la defensa del consenso; y la patada al tablero de la ONU, la observancia de las reglas...porque dónde iríamos a parar, señorías, «en un mundo sin reglas».

Nada de lo que está ocurriendo podrá borrar los aciertos de Aznar como gobernante, pero hay otro pasado algo más remoto que se cierne sobre su presente. Porque esta exaltación de la «voluntad» es una magdalena proustiana que saca a pasear los fantasmas históricos de gran parte de las familias de derechas de España, con sus tupidas raíces autoritarias «presentes en nuestro afán».

Empeñarse en evocar los años 30 para explicar que Sadam es tan malvado como Hitler, Chirac y Zapatero tan panolis como Daladier y como Chamberlain y el amigo Tony tan indomable como Churchill es la gincana de los disparates. Pero ya que insisten, que conste en acta que El triunfo de la voluntad -Triumph des Willens- es el título del enfermizo y fascinante documental de Leni Riefenstahl sobre los pasacalles de Nuremberg.

No estamos hablando de ideologías, sino de actitudes. El voluntarismo puede ser ingenuo o criminal, pero siempre marca su impronta porque, en el imperio de San Queremos, está claro que al final el que la sigue la consigue, porque con buena caña no hay quien no pesque peces. Cuando uno se gasta billones y billones de dólares en armamento no es para conservarlo ocioso. Buscaban una guerra de escaparate para apoderarse de un país y acogotar a los demás y ya la tienen, atravesando el desierto como en la París-Dakar, lanzando escupitajos de fuego sobre las bóvedas de Bagdad.

Todo se ha debatido ya sobre los fines. Ahora sólo resta tratar de los medios en presencia. De los instrumentos con que el ser humano persigue sus propósitos. Los mejores, los peores y los mediopensionistas. Decimos que el fin no justifica los medios, pero cuando los que se despliegan sólo sirven para causar el daño, o sea la «Conmoción» y el «Espanto», enseguida tendemos a amortizarlos como mero puente entre dos orillas. O incluso quedamos fascinados por la sofisticada tecnología de la barbarie con la que un ángel exterminador inteligente alardea de poder separar a los pecadores de los justos.

No hubo durante el siglo XX un fin más noble, un motivo más justificado para hacer la guerra que el de terminar con el poderío nazi.Fue el mayor ejercicio colectivo de legítima defensa de la Historia humana. Además, existe ya la suficiente perspectiva como para hacer un rico inventario de cuanto Alemania ha ido ganando desde entonces. Y, sin embargo, antes de morir hace unos meses en un absurdo accidente de automóvil, el gran escritor W.G. Sebald nos ha descubierto la pieza que durante más de medio siglo ha faltado sobre el tablero, al situar su mirada en lo ocurrido en las ciudades alemanas bombardeadas desde el año 42 por los aliados.

Lo ha hecho en un pulcro y contenido ensayo que acaba de publicarse de manera póstuma en inglés bajo el título de On the Natural History of Destruction (Sobre la Historia Natural de la Destrucción).Sebald toma prestado el rótulo del informe que el antropólogo Solly Zuckerman remitió al Gobierno británico tras visitar en una misión oficial las ruinas de la ciudad de Colonia. A Sebald le sorprendió que cuando habló con él muchos años después, de lo único que se acordaba Zuckerman era «de una catedral ennegrecida brotando de un desierto de piedra y de un dedo cortado que había encontrado entre un montón de basura».

Pero más asombroso aún le parecía a Sebald que todos los alemanes, de uno en uno y en conjunto, incluidos también los testigos presenciales y las víctimas directas, daban la sensación de haber perdido igualmente la memoria sobre aquellos hechos. Tal vez porque pensaban que «una nación que había asesinado y mandado a la muerte a millones de personas difícilmente podía pedir explicaciones a las potencias victoriosas sobre la lógica política y militar que había dictado la destrucción de las ciudades alemanas». Por eso «terminaron haciendo que pareciera como si la imagen de la destrucción total no fuera el final horripilante de una aberración colectiva, sino algo más parecido al primer estadio de un nuevo mundo feliz».

Exactamente eso es lo que ahora nos anuncia el Pentágono: inundará Mesopotamia de ayuda humanitaria e instituciones democráticas, después de haberla destruido con mucho menor motivo que los que dio la Alemania nazi. Pero Sebald no se conformó con la ecuación de la que brotaba la amnesia colectiva. Desde el odio a cuanto significaba Hitler, desde la compasión por todas sus víctimas directas e indirectas, quiso saber lo que les había ocurrido a sus compatriotas de carne y hueso entre el crepúsculo de unos dioses y el advenimiento de los siguientes. Habló con supervivientes, investigó en archivos, removió Múnich con Berlín. Y antes de desaparecer pudo levantar acta por escrito.

Por ejemplo, de lo que ocurrió en el verano del 43, tras el bombardeo de Hamburgo, durante la purificadora Operación Gomorra: «Por todas partes se veían cadáveres horriblemente desfigurados...Estaban bañados, hechos un guiñapo, en charcos de su propia materia grasa fundida, que en algunos casos ya se había solidificado.En los días que siguieron la zona central de toda aquella mortandad fue prohibida a la circulación. Cuando grupos de condenados a trabajos forzados empezaron a despejar la zona, una vez que los escombros se hubieron enfriado, se encontraron con cuerpos sentados a la mesa o de pie, pegados a las paredes, allí donde les había sorprendido el monóxido de carbono. Por todas partes se veían restos de carne y huesos humanos o cadáveres completos que se habían cocido en el agua hirviente, que había manado de depósitos y calderas que habían reventado. Otras víctimas se habían visto sometidas a tal grado de carbonización y reducidas a tan escasas cenizas, por culpa de unas temperaturas que llegaron a alcanzar los mil grados o incluso más, que los restos de familias completas se pudieron recoger en una única bolsa de las utilizadas en las lavanderías».

Anteanoche Rumsfeld se hizo el ofendido cuando un periodista equiparó los muy similares sucesos de Dresde con la monumental cremá que acabábamos de presenciar en Bagdad. Caballero, ahora estamos empleando armas «con un grado de precisión con el que nadie ni siquiera soñó en anteriores conflictos». Ya veremos -prevenía ayer The New York Times- si tan «pretenciosas» palabras no volverán algún día sobre él «para atormentarle».

Porque también era una bomba inteligente la que el 13 de febrero del 91 penetró en el búnker de Amiriyah en la propia capital iraquí, dejando 400 civiles muertos. Y las que en Kosovo confundieron una caravana de tractores de refugiados albaneses con un convoy militar serbio. Y las que en Afganistán tomaron por reunión de talibanes lo que era una boda de pacíficos pastunes. La sabiduría de los proyectiles no impidió que en los tres lugares, cuando se abrieron las compuertas, se vaciaron los volquetes y se levantaron los manteles, el resultado fuera cualitativamente el mismo que el reconstruido por Sebald.

Echale un galgo al demonio de la guerra. Claro que siempre será menos irremediable que el primer balance de víctimas civiles sea de tres muertos y 207 heridos y no de 207 muertos y tres heridos. Pero, ¿qué quiere decir «heridos»? ¿Que sus piernas han sido amputadas? ¿Que tienen trozos de palacio presidencial incrustados en el vientre? ¿Que de sus cabezas mana la sangre de forma inconsolable? La destrucción sólo es incruenta cuando se contempla como un despliegue de realidad virtual en la pantalla del televisor. Lo importante no es lo que vemos, ni siquiera lo que imaginamos, sino lo que no podemos ni ver ni tampoco imaginar.

En el pasaje más emocionante de su ensayo Sebald se hace eco del diario de un tal Friedrich Reck quien, enganchado en el éxodo de refugiados que huyen de Hamburgo tras el bombardeo, presencia cómo un grupo de cuarenta o cincuenta seres desquiciados y desvalidos trata de subir al vagón de un tren en una estación de la Alta Baviera. Lo que entonces ocurre es el mejor compendio de cuanto el autor de Austerlitz y Vértigo nos trata de decir: «Cuando están en plena operación cae en el andén una maleta de cartón.Al reventarse se abre y deja escapar todo lo que contiene. Juguetes, un estuche de manicura, ropa interior chamuscada por los bordes...Por último, el cadáver achicharrado de un niño, encogido como el de una momia, que su madre, medio loca, lleva consigo a todas partes, como reliquia de un pasado que hace apenas unos días estaba todavía intacto».

Toda guerra tiene su maleta de cartón. Unas veces su contenido insoportable se desparrama en cuestión de horas ante nuestros ojos. En otros casos hay que esperar semanas, meses, incluso años antes de conocer toda la verdad. Pero cuando eso sucede siempre es ya demasiado tarde para hacer nada. Excepto para echarse a llorar.

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