El turno de los liberales

Doce años después del surgimiento de Ciudadanos en Cataluña, el centro político continúa abriéndose paso en toda España y es evidente que no lo hace por casualidad. Los votantes confían cada vez menos en los viejos partidos. Cada vez más ciudadanos huyen de las viejas recetas del siglo XX para demandar políticas públicas realistas e innovadoras capaces de afrontar los desafíos del siglo XXI. Del mismo modo, existe también una demanda creciente de políticos que sean capaces de dialogar en lugar de sembrar miedo, de construir en lugar de destruir y de liderar las mayorías necesarias para poner en marcha las grandes reformas que siguen pendientes en nuestro país. Tanto en España como en Europa sobran políticos obsesionados con mirarse el ombligo y faltan estadistas capaces de reenganchar a 500 millones de europeos entorno a un proyecto común que ofrezca certidumbre en tiempos de tormenta como los que vivimos.

Resulta sorprendente, sin embargo, ver a partidos políticos, que antaño fueron referentes para la mayor parte de la clase media española, radicalizar ahora sus mensajes y entregarse a los brazos del populismo que recorre Europa. De alguna manera, es como si trataran de mimetizarse con ellos. Como si allí, en los extremos, los chamanes de nuevo cuño tuvieran las soluciones mágicas a todos nuestros problemas y nunca nadie antes se hubiera dado cuenta.

Lo hacen a sabiendas de que sus discursos y sus poses son una gran mentira, pero aun así insisten en confundir a los electores, polarizar artificialmente el debate político y generar problemas donde no los hay; haciendo zozobrar de forma irresponsable este gran barco que se llama España y en el que vamos enrolados 47 millones de personas. Es descorazonador y frustrante a partes iguales ver cómo pasan las semanas, los meses, incluso los años y seguimos sin hablar de un gran pacto por la Educación, de la necesaria reforma del poder judicial o de cómo garantizar nuestro sistema de pensiones. El tiempo pasa, pero los problemas permanecen legislatura tras legislatura. Seguramente por ello, y frente al auge de los populismos y nacionalismos, el reformismo liberal (que ya gobierna en ocho países de la Unión Europea) se ha erigido como la única opción viable para millones de españoles.

El centro liberal ya es la primera fuerza en Cataluña, donde actúa como freno a los separatistas tras el pasteleo histórico de socialistas y populares con el nacionalismo. Es el mismo centro que ha multiplicado sus votos en Andalucía, propiciando un cambio histórico en el Gobierno autonómico que pondrá fin a una época caracterizada por el desempleo estructural, los chiringuitos políticos y la corrupción.

Es, por supuesto, el mismo centro liberal que hace cuatro años llegó al parlamento madrileño y hoy aspira a gobernar la Comunidad de Madrid para convertirla en la región más próspera de Europa. Un centro liberal, en definitiva, que dice lo mismo en Cataluña, en Andalucía, en Madrid o en Zamora, aunque a algunos les incomode. Molestamos especialmente a quienes hablan desde las entrañas y no desde la razón. A los que gritan y no escuchan. A los que se creen poseedores de la verdad absoluta. Sin embargo, he de reconocerles que a los que hemos decidido dar el paso y entrar en política para defender la libertad y el progreso no nos incomoda incomodar.

No estamos aquí para hacer amigos, sino para defender aquello en lo que creemos. Así ha sido siempre a lo largo de la historia y así seguirá siendo. Donde exista la tentación de imponer el pensamiento único, habrá un liberal defendiendo el pensamiento crítico. Donde reine el enchufismo, surgirá un liberal reivindicando el mérito y la capacidad. Donde los extremos intenten quebrar la convivencia, un liberal blandirá la Constitución y los símbolos que nos unen. Es el papel que nos ha tocado jugar. Juguemos, pues.

Ignacio Aguado es candidato de Cs a la presidencia de la Comunidad de Madrid.

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