El último de los Sudeiri

Desde que el clan Al Saud fundó el reino al que dieron su nombre, en 1932, el ejercicio del poder en Arabia Saudita siempre estuvo envuelto en intrigas y conspiraciones palaciegas. Pero hoy las luchas intestinas del reino repercuten como nunca en la región y el resto del mundo.

La Casa de Saud es la familia gobernante más numerosa del mundo: incluye alrededor de 22.000 integrantes, entre los que hay una intensa rivalidad. Esta dinámica la puso en marcha el fundador del reino, Abdelaziz Al Saud, en su intento de asegurar a sus 43 hijos un papel como futuros gobernantes; y hoy se sostiene debido a la estrategia sucesoria del rey Abdalá.

El estatus de los príncipes sauditas depende de la tribu de su madre y de sus alianzas con otros miembros masculinos de la realeza. Desde el principio, el poder en Arabia Saudita se organizó en coaliciones de hermanos carnales, de las que la más importante fue el grupo de los “siete Sudeiri”, los hijos que tuvo Abdelaziz con su esposa Hissah Al Sudeiri. Tras el asesinato del rey Faisal en 1975 a manos de su sobrino, la rama Sudeiri de la familia se convirtió en la facción dominante. El hijo mayor de Sudeiri, Fahd, llegó a gobernar el país durante 23 años, el reinado más largo de cualquier rey saudita.

Pero en 2005, el ascenso al trono de Abdalá planteó un desafío directo a la autoridad de los hermanos Sudeiri. De hecho, tras la muerte de Fahd, el poder de los Sudeiri se redujo considerablemente, y sólo los príncipes herederos Sultán y Naif conservaron puestos clave.

Abdalá no tiene hermanos carnales. La primera medida que tomó para impedir que el poder vuelva al clan Sudeiri fue agrupar a algunos príncipes marginados y de ideas similares. Si bien el “Consejo de la Alianza” fundado por Abdalá quedó bajo control de Sultán, la inclusión de los otros hijos de Abdelaziz y de los hijos de sus hermanos fallecidos (en particular, los del rey Faisal) sirvió de base institucional para otorgar poder a los príncipes ajenos a la rama Sudeiri.

El traspaso de poder del clan Sudeiri al rey Abdalá y a sus hijos se aceleró cuando con ocho meses de diferencia murieron los dos príncipes herederos Sudeiri. El primero, en octubre de 2011, fue Sultán (ministro de defensa durante varias décadas), tras cuya muerte Abdalá congeló el Consejo de la Alianza. Luego en junio de 2012 murió Naif (ministro del interior por 37 años), y entonces Abdalá destituyó a Abderramán, uno de los Sudeiri, y designó a Salmán como príncipe heredero.

Salmán también es un Sudeiri, pero su designación constituyó un cambio significativo, en parte por su relativa juventud (78 años). De hecho, y tal vez para satisfacer el deseo de Estados Unidos (un aliado clave) de ver un recambio generacional en Arabia Saudita, Abdalá (de 92 años) pasó por encima de todos sus hermanos octogenarios y designó al más joven, el príncipe Migrin, de 65 años, como segundo viceprimer ministro, con lo que quedó primero en la línea de sucesión al trono después de Salmán.

Casi una década después de suceder a Fahd, Abdalá consiguió poder absoluto y lo está usando. Por ejemplo, fortaleció a la Guardia Nacional elevándola a la condición de ministerio y confiándole su dirección a su hijo mayor, Mutaib. Como resultado de este y otros cambios, que incluyen la destitución de funcionarios clave como el subcomandante Badr Bin Abdelaziz, ahora la Guardia tiene tanto poder como el ejército o más.

También se cree que el actual viceministro de asuntos exteriores, Abdelaziz, hijo de Abdalá, pronto reemplazará a Saud al Faisal, el ministro de asuntos exteriores más antiguo del mundo. Además, Abdalá designó a su hijo Mishaal como gobernador de la provincia de Najran y luego, en diciembre de 2013, lo encumbró todavía más al nombrarlo gobernador de la provincia de La Meca en reemplazo de Jalid Al Faisal. Entretanto, otro hijo de Abdalá, Turki, asumió como vicegobernador de la provincia de Riad.

Cualquiera sea el significado interno de esta estrategia de consolidación de poder por parte de Abdalá, tiene profundas implicaciones para la región. Al conducir semejante personalización de la política saudita, Abdalá también personalizó la política exterior del reino. Eso supuso subordinar la meritocracia al parentesco y la lealtad, algo que forzosamente disminuyó la capacidad del régimen para responder eficazmente a los acontecimientos de la región.

No hay duda de que para el rey y sus cortesanos fue un alivio el hecho de que la Primavera Árabe no haya dado lugar al surgimiento de democracias plenas en Túnez, Egipto, Yemen, Bahréin, Libia o Siria. No solo eso, sino que los nuevos regímenes islamistas rivales resultaron o bien incompetentes y fácilmente derribables (como el del presidente Mohamed Morsi en Egipto), o bien incapaces de lograr convocatoria regional (como el caso de Túnez).

Sin embargo, es un hecho que las revoluciones de la Primavera Árabe sacudieron los pilares del statu quo regional, a cuya construcción y mantenimiento el reino contribuyó con sus petrodólares. Los levantamientos llevaron al derrocamiento de viejos aliados en quienes el reino podía confiar (como Hosni Mubarak) y convirtieron en enemigos implacables a regímenes como el del presidente sirio Bashar Al Assad.

La respuesta inicial de Arabia Saudita a la ruptura del orden regional fue reforzar su apoyo al orden interno de los aliados que seguían en pie (Jordania, Líbano y Bahréin) y, por intermedio del ejército egipcio, provocar la caída del gobierno de la Hermandad Musulmana en Egipto.

Desde 2013, la principal preocupación de Arabia Saudita en la región es Siria. Los gobernantes sauditas ven la guerra entre Al Assad y la oposición siria como parte de su propia lucha existencial contra el principal adversario del reino, Irán. Por eso, Arabia Saudita se convirtió en la principal fuente de financiación y armas para las fuerzas rebeldes sunitas que combaten al ejército de Al Assad, fuertemente apoyado por el Irán shiíta y su representante, la milicia libanesa Hizbulá.

Pero a pesar de esta política exterior inusitadamente activa, el reino no consiguió derribar al régimen de Al Assad, lo que se debe en parte a la decisión del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, de no aplicar sanciones contra el uso de armas químicas por parte del régimen sirio. Esto llevó a los gobernantes sauditas a considerarse libres de actuar sin esperar autorización de Estados Unidos (e incluso contra los intereses estadounidenses).

Las acciones de Arabia Saudita se explican por un profundo temor de que Estados Unidos la abandone. Parece que junto con la transición política interna se está produciendo (para bien o mal) una transición en la diplomacia del reino para la región.

Mai Yamani's most recent book is Cradle of Islam. Traducción: Esteban Flamini.

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