El último taxi a Europa

El contraste entre la resistencia europea a Uber y la recepción más cálida que ese servicio para compartir viajes tuvo en Estados Unidos destaca una vez más cómo las estructuras regulatorias europeas, inicialmente diseñadas para proteger a los consumidores, terminan defendiendo a proveedores consolidados y ahogando la innovación. Este contraste también puede guiarnos hacia la manera en que los gobiernos europeos deben corregir sus normas para impulsar a los emprendedores a desarrollar modelos de negocios de avanzada en sus países en vez de verse obligados a aceptar innovaciones recién cuando ya se han convertido en las mejores prácticas en el extranjero.

Las protestas anti-Uber de los taxistas son parte de una larga tradición de proveedores ya establecidos que cuestionan las nuevas tecnologías que podrían dejarlos sin empleo. Pero cuando, por ejemplo, los luditas de principios del siglo XIX protestaron contra la flamante maquinaria textil haciéndola pedazos, las autoridades no intervinieron para limitar las nuevas tecnologías. El resultado fue que la Revolución Industrial llevó en última instancia a un aumento sin precedentes de la calidad de vida en todo el mundo.

Pero para cuando los supermercados comenzaron a ingresar en el sector de venta minorista durante la segunda mitad del siglo XX, el enfoque de los gobiernos europeos había cambiado. Muchos países implementaron normas a principios de la década de 1970 para proteger a los pequeños comercios existentes contra la competencia; el resultado fue la demora del desarrollo de sistemas de distribución más modernos. Una generación más tarde, esas restricciones fueron eliminadas ante la presión de los consumidores.

Pero, como lo muestra la respuesta a Uber, los gobiernos europeos no han aprendido la lección y la economía europea sufre por ello. El problema es que el ingreso a cualquier mercado depende de las oportunidades de beneficio percibidas para los nuevos emprendimientos en un momento dado. Las normas pueden retrasar el ingreso al mercado, pero no se puede demorar la tecnología eternamente; los nuevos participantes lograrán ingresar en algún momento. Sin embargo, sus modelos de negocios pueden haber dejado de ser rentables, o resultar menos rentables de lo que pudieron haber sido.

De hecho, las ventajas para quienes toman la iniciativa son frecuentes en muchos sectores, debido a las economías de escala, porque simplemente capturan una base de clientes, o como resultado de los costos hundidos. En los mercados de «plataforma» en particular, donde las empresas explotan sus inversiones iniciales para garantizar su ingreso a otros sitios, esto significa que las demoras causadas por las restricciones normativas injustificadas pueden tener un efecto negativo más profundo e impedir que empresas potencialmente exitosas ingresen al mercado.

Por ejemplo, Italia, que recién liberalizó su sector minorista en 1998, tiene hoy muchas menos cadenas de comestibles que Francia, Alemania y el Reino Unido. De hecho, las cadenas de estos países, forjadas al fuego de la competencia en sus mercados internos, ahora dominan los mercados emergentes en Europa y otros lugares. En Italia, las limitaciones a las grandes tiendas otorgaron poder de mercado interno a los pocos que de todas formas se las ingeniaron para surgir y crecer, pero los dejaron demasiado débiles como para expandirse al extranjero.

De la misma manera, las restricciones europeas en el mercado de servicios de automóviles impiden que los emprendedores del continente desarrollen servicios como Uber. Al igual que una cadena de supermercados, Uber depende de las economías de escala para que su plataforma funcione eficientemente. Como cualquier plataforma, Uber comenzó siendo pequeña y cubriendo sus costos fijos a través de una expansión paso a paso. Ahora que ha alcanzado la escala eficiente mínima, los nuevos participantes no pueden aplicar fácilmente la presión competitiva para limitar sus márgenes.

Cuando Uber comenzó en San Francisco en 2009, su ingreso al mercado no fue cuestionado ni tuvo que atravesar un arduo proceso de autorización. Así, Uber pudo probar su nuevo modelo de negocios –basado en ese momento en la provisión de automóviles de lujo– y crecer, primero en San Francisco y luego en otras ciudades estadounidenses, para expandirse eventualmente a otros países (y aprovechar su plataforma para forzar su ingreso en otros servicios).

En Italia, por el contrario, incluso la provisión de servicios de automóviles de lujo a través de una aplicación para teléfonos inteligentes hubiera resultado prohibida. Según la ley italiana, los servicios de automóviles de alquiler están estrictamente definidos como aquellos que comienzan desde el garaje donde el automóvil está estacionado y deben ser reservados por adelantado. Debido a que la aplicación de Uber se asemeja a los servicios de taxi, hubiera sido declarada ilegal; Uber no hubiera podido ni siquiera comenzar a desarrollar su plataforma.

Esto también se da en muchos otros países y sectores europeos, donde la estructura de la normativa protege a los proveedores más que a los consumidores y obstaculiza la innovación. En EE. UU., rara vez se impide el ingreso a los participantes innovadores en los mercados; cuando esto ocurre es porque resulta abrumadoramente justificado por el interés público. Por eso Uber (como muchas otras plataformas en muchos otros sectores) pudo crecer allí y alcanzar la escala óptima para crecer más aún.

Si Europa ha de prosperar, debe facilitar a los innovadores el ingreso a los mercados, de tal forma que las plataformas comiencen a desarrollarse de nativamente en vez de llegar desde afuera una vez que han sido perfeccionadas en otros lugares. Debemos valorar la innovación que aportan a los mercados los nuevos participantes más de lo que valoramos la protección de los participantes existentes.

Podemos lograrlo si adoptamos normas basadas en resultados, orientadas a proteger a los consumidores en vez de a los productores. Si bien en algunos casos esto puede simplemente requerir un cambio en la forma en que se interpretan y aplican las normas existentes, muy a menudo habrá que cambiar las normas en sí.

Los nuevos ingresantes aún serían capaces de modificar la estructura competitiva de mercados de plataforma maduros; no solo los taxis, sino también el turismo, el crédito para los consumidores y muchos otros servicios. Si se adopta una normativa basada en resultados, los nuevos participantes innovadores bien pueden influir sobre la estructura competitiva de otros mercados de plataforma que aún no se han desarrollado completamente, como la atención de la salud, los bienes raíces y los servicios profesionales.

En todos los mercados, cuando los innovadores pueden ingresar fácilmente y no son bloqueados por normas injustificadas todos pueden beneficiarse, incluso, con el tiempo, quienes ven afectadas o desplazadas sus ocupaciones. Pregunten, si no, a cualquier profesional universitario descendiente de un artesano textil del siglo XIX.

Alberto Heimler is Professor of Economics at Scuola nazionale dell’Amministrazione in Rome. Traducción al español por Leopoldo Gurman.

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