El unilateralismo verde ineficaz de Alemania

Alemania ya tiene uno de los programas climáticos más ambiciosos del mundo. Ahora el país quiere convertirse en el líder global en términos de objetivos climáticos. Pero esta estrategia no podrá desacelerar el cambio climático.

El gobierno de la canciller Angela Merkel recientemente dejó clara su intención al presentar un borrador de ley para reducir las emisiones de dióxido de carbono un 65% en 2030 y un 88% en 2040, en relación a su nivel de 1990 –el año de referencia del acuerdo climático de París-. Según la legislación propuesta, Alemania planea alcanzar una neutralidad climática en 2045, cinco años antes de lo planeado anteriormente.

El plan está incluido en el Pacto Verde Europeo de la Unión Europea, que apunta a una reducción del 55% de las emisiones de CO2 en 2030 y una neutralidad climática en 2050, porque Alemania siempre había acordado cargar con un porcentaje desproporcionado de los esfuerzos de mitigación climática de Europa en los últimos años. La decisión del gobierno de mejorar sus objetivos climáticos refleja una sensación de responsabilidad por la estabilidad ambiental global. Es un sentimiento nacido del movimiento verde, que se originó en Alemania hace casi cincuenta años y está más consolidado que nunca.

El disparador inmediato para las nuevas metas de Merkel fue un dictamen de abril del Tribunal Constitucional Federal de Alemania en un caso ganado por activistas ambientales. La corte reconoció el concepto de un presupuesto de carbono estricto y el objetivo de limitar el calentamiento global a 1,5° Celsius en relación a los niveles preindustriales para impedir un daño climático importante. Sostuvo que el presupuesto de carbono restante para las futuras generaciones sería demasiado pequeño si Alemania consumía lo que se había planificado anteriormente en los años transcurridos hasta 2030.

Asimismo, algunas encuestas de opinión hoy están sugiriendo que los Verdes podrían ser el partido más grande en el Bundestag alemán después de la elección general de septiembre. El gobierno de Merkel entonces parece haber adoptado una estrategia de “desmovilización asimétrica”, en la que la canciller busca cooptar políticas verdes medulares, para mantener a los Verdes bajo control.

Merkel hizo más o menos lo mismo con el Partido Socialdemócrata a comienzos de su mandato de canciller y logró atraer a sus votantes, empujando al PSD hacia la izquierda y reduciendo su popularidad. Pero su estrategia de intentar mantener a los Verdes a raya ha venido fracasando desde 2011. En aquel momento, a los pocos días del desastre nuclear de Fukushima en Japón, Merkel, en un intento por impulsar las perspectivas electorales de su Unión Demócrata Cristiana en Baden-Württemberg, consiguió que se aprobaran planes para cerrar gradualmente las plantas de energía nuclear de Alemania hasta 2022. Sin embargo, esa elección condujo a la instalación del primer presidente Verde en un estado alemán, aparentemente porque los votantes prefirieron el original a una copia. Algo similar podría suceder en septiembre.

El problema con este tipo de opciones estratégicas apresuradas basadas en el espíritu actual es que el gobierno no tuvo tiempo de considerar detenidamente su probable efectividad y costo. Se basó en modelos climáticos en los que las consideraciones económicas con respecto a la competitividad industrial y a la reacción de los mercados de combustibles globales no figuran en absoluto.

Alemania está planeando basar su suministro eléctrico principalmente en la electricidad generada de la energía eólica y solar para ser consumida directa o indirectamente a través de la producción de hidrógeno. Sin embargo, al día de hoy, el porcentaje de energía eólica y solar en el consumo de energía final total, incluyendo el tráfico, la calefacción, el procesamiento industrial, entre otras cosas, es inferior al 7%, aunque todo el país esté salpicado de turbinas eólicas y techos solares. Es verdad que el porcentaje de producción de electricidad ya representa un tercio, pero la electricidad en sí misma es sólo una quinta parte del total.

Hoy, Alemania tiene los precios de electricidad más altos del mundo occidental, porque la electricidad “verde” generada por energía eólica y solar es muy volátil y necesita toda la red de generación convencional, aunque posiblemente convertida a gas natural, para compensar las fluctuaciones, en particular los apagones frecuentes. Esta duplicación de costos fijos explica el alto precio de la electricidad. Por otra parte, un creciente porcentaje de mercado para la energía eólica y solar implicará picos de energía excesivos que, si han de ser utilizados, necesitarían dispositivos de almacenamiento intermedio. Eso significa que los costos fijos se tripliquen.

Con su estrategia de depender casi exclusivamente de la energía verde fluctuante al mismo tiempo que se cierran las plantas de energía nuclear, Alemania corre el riesgo de arruinar su industria. El sector químico por sí solo consumiría toda la electricidad que hoy produce Alemania si fuera a depender de la electricidad en lugar de los combustibles fósiles. Y el tráfico automotor –que se volverá completamente eléctrico, directa o indirectamente a través del hidrógeno- también requeriría lo mismo o inclusive más.

Los esfuerzos alemanes y europeos difícilmente puedan desacelerar el cambio climático, porque están basados en una definición semántica de la neutralidad climática. De hecho, sólo se tienen en cuenta las emisiones de CO2 de los territorios de la UE, y no las emisiones causadas por las acciones de la UE.

Si la UE pretende materializar sus ambiciones climáticas, debe eliminar gradualmente no sólo el carbón, cuyos stocks puede controlar, sino también el petróleo y el gas, que se comercian internacionalmente. Abandonar el petróleo y el gas implica subsidiar su consumo en otras partes del mundo, porque directa e inevitablemente causará una reducción de los precios globales, a menos que la UE almacene las cantidades no utilizadas. De lo contrario, el CO2 que Europa se ahorra en combustibles importados se emitirá en otra parte. Inclusive las obligaciones aduaneras sobre la importación de bienes que insumen un alto porcentaje de CO2 no podrán impedirlo, ya que otros países podrían utilizar los combustibles liberados por la UE para productos no exportados.

Casi 200 gobiernos firmaron el acuerdo de París, pero sólo 30 de ellos han aceptado límites vinculantes de las emisiones de CO2. La abrumadora mayoría que no lo hizo estará aún menos dispuesta a asumir restricciones estrictas, que los obligarían a bloquear la demanda adicional de combustibles fósiles por parte de sus ciudadanos, inducida por la caída de los precios.

El cambio climático es un problema serio para la humanidad, pero una acción unilateral ambiciosa de los gobiernos es autodestructiva y logrará muy poco. Sin acuerdos internacionales vinculantes, Alemania y la UE corren el riesgo de convertirse en conejillos de Indias globales cuyo destino disuadirá a los demás de emularlos.

Hans-Werner Sinn, Professor Emeritus of Economics at the University of Munich, is a former president of the Ifo Institute for Economic Research and serves on the German economy ministry’s Advisory Council. He is the author, most recently, of The Euro Trap: On Bursting Bubbles, Budgets, and Beliefs.

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