¿El valle del silicio o la montaña de la demanda?

Todos quieren saber cómo construir el próximo Silicon Valley: el valle del silicio, un centro de innovación que atraiga talento y capital, cree empleo, empresas e incluso sectores completamente nuevos. Los gobiernos de los países desarrollados buscan subsidiar tecnologías que podrían ser el Próximo Gran Éxito. Los responsables de políticas en los mercados emergentes esperan que las exenciones impositivas y los terrenos gratuitos induzcan a los innovadores a afincarse y prosperar allí. Pero a la mayoría de estos esquemas bienintencionados les falta un ingrediente esencial: la demanda.

La demanda de innovación en áreas específicas de tecnología ha sido el impulso común a todos los centros tecnológicos exitosos y las invenciones más importantes. Los grandes avances tecnológicos, como los antibióticos y los automóviles respondieron a la necesidad imperiosa de una gran cantidad de consumidores. Los proyectos gubernamentales, como el programa Apolo de Estados Unidos –para llevar al hombre a la luna– impulsaron la demanda de tecnologías más básicas (que son simplemente invenciones que nadie ha solicitado aún).

El propio Silicon Valley se construyó a partir de la demanda. El Departamento de Defensa de EE. UU. aportó decenas de miles de millones de dólares en contratos para microelectrónica, un compromiso que pagó los riesgos de los innovadores y simultáneamente creó una infraestructura que permitiría el crecimiento de las nuevas empresas.

Sin embargo, no todas las demandas son creadas iguales, y resulta esclarecedor examinar las diferencias.

La demanda de mercado o de los consumidores –aquella en la que solemos pensar cuando oímos la palabra– es mucho más impredecible y, por lo tanto, riesgosa, que la demanda estatal semejante a la que puso al hombre en la Luna. Las empresas que dependen completamente del atractivo comercial de sus productos están limitadas en cuanto a los tipos de innovaciones que pueden introducir sin arriesgarse, porque si uno de sus productos fracasa en el mercado es posible que no sobrevivan para construir otro. Esto es especialmente cierto en el caso de las empresas nuevas y pequeñas –exactamente los participantes que todos esperan en la nueva ola de Silicon Valleys.

Afortunadamente, al patrocinar iniciativas específicas de largo plazo, los gobiernos pueden estimular una demanda más predecible. El programa Apolo brindó a los innovadores metas claramente definidas y una guía para alcanzarlas: primero, poner animales en órbita; después, poner personas en órbita; más tarde, mandar sondas a la Luna; y, finalmente, lograr que hasta allí llegaran personas.

Tan importante como eso fue que el gobierno ofreció recompensas para los progresos parciales, no solo para el éxito final. Enviar un mono al espacio tal vez no haya sido el logro más excitante, pero el gobierno pagó por ello… y ocurrió. Un gobierno inteligente genera una demanda garantizada, no solo para la solución en sí, también para los pasos necesarios.

Vincular los hitos técnicos intermedios con incentivos garantizados permite a las empresas centrarse en problemas cuya solución puede requerir diez años o más. También motiva a los innovadores de diversos sectores a abordar problemas complejos que requieren invenciones de distintos tipos. La iniciativa microelectrónica del Departamento de Defensa de EE. UU. no solo requirió nuevos materiales y circuitos, también exigió nuevos métodos de fabricación. Debido a la estructura de incentivos, estos esfuerzos podían ser coordinados en vez de efectuarse de manera aislada.

A diferencia de la demanda de mercado, que demasiado frecuentemente implica una dinámica en la que el ganador obtiene todos los beneficios, la demanda patrocinada por el estado genera un entorno en el cual pueden proliferar y coexistir múltiples soluciones a los problemas técnicos. Los pioneros de la microelectrónica intentaron muchas estrategias para sustituir los tubos al vacío, así produjeron una gran cantidad de diseños de semiconductores y procesadores: el germanio, el silicio, el aluminio, el arseniuro de galio, PNP, NPM, CMOS, etc. Algunos de estos esfuerzos de investigación nunca fueron implementados, pero muchos llegaron a formar parte de dispositivos especializados. La diversidad de opciones permitió una adopción extendida y allanó el camino para la revolución digital.

Como ocurrió con el programa de microelectrónica, los incentivos gubernamentales no tienen que acompañar todo el recorrido hasta el éxito comercial. En algún punto, las empresas estarán listas para vender productos y la demanda de mercado puede tomar la posta. El Departamento de Defensa de EE. UU. era el único cliente para los circuitos integrados en 1962, pero hacia fines de esa década hordas de consumidores compraban radios a transistores y calculadoras de bolsillo.

De igual manera, la demanda patrocinada por el estado no debe adoptar la forma de subsidios a tecnologías o empresas específicas; no es función del gobierno arriesgar el dinero de los contribuyentes en emprendimientos específicos. Asumir ese riesgo es el trabajo de los capitalistas de riesgo y otros en el sector financiero, no de los funcionarios públicos. Pero el riesgo es mínimo cuando se ofrece un contrato por un trabajo bien hecho: no se paga si no se resuelve el problema.

Y esos pagos son modestos comparados con los esfuerzos de investigación y desarrollo que estimulan. Un programa que ofrece recompensas de $1-5 mil millones en contratos o compromisos de implementación puede generar un valor muchas veces superior de I&D en el sector privado. Los innovadores y sus inversores están dispuestos a apostar fuerte en estas oportunidades, porque saben que la recompensa eventual en ingresos de una base de clientes mundial superará por mucho la inversión inicial. Eso hace que la demanda patrocinada por el estado constituya un mecanismo muy eficiente para generar innovación.

Debido al efecto multiplicador, gobiernos y estados pequeños, e incluso grandes ciudades, pueden patrocinar exitosamente el tipo de demanda que impulsa un epicentro de innovación de primera clase en el mundo. Ciertos países escandinavos, algunas provincias chinas y la ciudad estado de Singapur, por ejemplo, están en la situación ideal para intentar este enfoque.

Hace algunos años calculé la cantidad de ventas necesarias de un producto para lanzar una tecnología. El número es en realidad bastante modesto: si usted logra colocar entre cien mil y un millón de unidades de un producto disruptivo, puede fijar los estándares tecnológicos para esa categoría y, con el tiempo, convertirse en el líder mundial de la nueva industria. El patrocinio gubernamental garantiza que una cierta cantidad de personas adoptarán su producto. Inicialmente, no es necesario que sean tantas.

Los planificadores económicos y responsables de políticas que siguen la estela de Silicon Valley están aprendiendo que no siempre pueden replicar la cultura empresarial y los mecanismos financieros que florecen allí actualmente. Pero han olvidado como comenzó todo: demanda garantizada, que estimula el tipo de innovación más ambicioso.

La lección es simple: no intente construir otro valle del silicio. En lugar de eso, construya una montaña de demanda… los innovadores vendrán a ella.

Edward Jung, former Chief Architect at Microsoft, is Chief Technology Officer at Intellectual Ventures. Traducción al español por Leopoldo Gurman.

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