El valor íntegro de las vacunas infantiles

Quien desee conocer el valor de las vacunas debe limitarse a pasar un tiempo en un dispensario de África. Las caras de las madres y los padres lo dicen todo: las vacunas previenen las enfermedades y salvan vidas.

Pero lo que probablemente no comprendan esos padres es que la historia no acaba ahí. Cuando abandonan el dispensario y se dirigen a su casa, ya han dado pasos para mejorar no sólo la salud de su hijo, sino también su propia vida y las perspectivas económicas de su comunidad, en sentido más amplio.

Las razones son sencillas. Sabemos que los niños que están más sanos no necesitan un tratamiento o una atención médicos, cosas, ambas, que cuestan dinero y requieren tiempo. De modo que, al evitar la enfermedad, los niños tienen una mayor posibilidad de crecer como niños más sanos, que pueden ir a la escuela y llegar a ser miembros más productivos de la sociedad.

Entretanto, en lugar de prestar cuidados a un niño enfermo, los padres pueden trabajar y con ello aumentar su capacidad para ganarse la vida. Así, pues, en lugar de gastar dinero en facturas médicas, están impulsando su capacidad para obtener ingresos y gastar, cosas, ambas, que contribuyen al crecimiento de la economía.

Todo ello tiene sentido, intuitivamente, y hay un corpus cada vez mayor de documentación científica para respaldarlo. Se ha demostrado, por ejemplo, que los niños vacunados no sólo obtienen mejores resultados en la escuela, sino que, además, mediante la prevención de los daños que pueden causar las enfermedades infecciosas y los desequilibrios nutricionales resultantes, parecen beneficiarse desde el punto de vista cognoscitivo.

De forma similar, se ha demostrado que la vacunación propicia mejoras salariales en todas las poblaciones, mientras que las mejoras de las tasas de supervivencia infantil están relacionadas con tasas menores de fecundidad y, en cuanto a los beneficios más amplios, según demostró un estudio, la mejora de cinco años en la esperanza de vida puede plasmarse en un aumento de medio punto porcentual de la renta anual por habitante.

Todo ello significa que, al calibrar la eficacia de las vacunas sólo desde el punto de vista de las “vidas salvadas”, podríamos estar subestimando gravemente la magnitud total de los beneficios que ofrecen. Así las cosas, desde el punto de vista de la eficacia en función de los costos de las intervenciones en materia de salud, las vacunas están ya consideradas una de las mejores inversiones de la política pública.

De hecho, se ha calculado que la labor que lleva a cabo mi organización, la Alianza GAVI, para aumentar la cobertura de las vacunas en los países en desarrollo, ha de rendir un 18 por ciento de beneficio de la inversión de aquí a 2020, pero ahora, al obtenerse más documentación al respecto, parece probable que ni siquiera eso dé una idea exacta del valor pleno de las vacunas.

En vista de los avances logrados en la ampliación de los programas de vacunación en los últimos años, esa revelación representa una oportunidad excepcional para la comunidad mundial, en particular cuando estamos a punto de acabar con la poliomielitis. Como el virus poliomielítico es endémico ahora en tan sólo tres países, estamos empezando a aprovechar el impulso que ha hecho avanzar tanto hasta ahora las medidas de erradicación para ampliar el alcance de la inmunización sistemática a fin de que beneficie a más niños de entre los más pobres. Ahora los mismos sistemas de salud y los sólidos servicios de inmunización pueden hacer de plataforma para contribuir a luchar contra la pobreza también.

Pero, como los cálculos aproximados actuales indican que en 2030 sólo la mitad de los niños del mundo estarán plenamente inmunizados con las once vacunas recomendadas a escala mundial por la Organización Mundial de la Salud, está claro que nos falta aún mucho terreno por recorrer. Por nuestra parte, estamos contribuyendo a cambiar esa situación.

Desde que se constituyó en 2000, GAVI ha ayudado ya a inmunizar a más de 370 millones de niños contra diversas enfermedades mortales. Gracias a ello, hemos prevenido 5,5 millones de muertes y nos proponemos inmunizar a otros 245 millones de niños y salvar otros cinco millones de vidas de aquí a 2015.

Al mismo tiempo, ahora sabemos que el valor de las vacunas no se limita a ni mucho menos al número de vidas salvadas. La inversión en vacunas no va encaminada a salvar vidas o a ahorrar costos a corto plazo, sino a brindar protección a los niños durante toda su vida y dotarlos de la capacidad para hacer realidad todas sus posibilidades. Así, pues, si bien la de la reducción de la mortalidad es ya una razón suficiente para desear inmunizar a todos los niños del planeta, ahora tenemos, además, la motivación de no estar limitándonos a salvar vidas, sino también contribuyendo a mejorar muchas más al mismo tiempo.

Seth Berkley, M.D., is Chief Executive Officer of the GAVI Alliance, which works to immunize children in the developing world. He holds academic appointments at Brown University, Columbia University, and New York University. Traducido del inglés por Carlos Manzano.

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