El verdadero debate sobre inmigración que necesitamos

El primer mes de la administración Trump ya ha cambiado el rumbo del debate sobre inmigración, y pronto habrá más cambios. Hasta ahora, los decretos presidenciales y las deportaciones dominan la discusión. Pero la lucha alrededor del número de refugiados que se debe admitir o cuál es la mejor manera de investigarlos ha mantenido en la oscuridad el verdadero debate.

Cuando hay cambios en las políticas sociales, no a todo el mundo le va mejor; con los cambios en materia de políticas migratorias sucede lo mismo. Soy un refugiado que huyó de Cuba en 1962 cuando apenas era un niño. No solo soy muy cercano al anhelo de los inmigrantes por tener una vida mejor, sino que también soy la prueba viviente de que las políticas migratorias pueden beneficiar a algunas personas de manera muy significativa.

Sin embargo, también soy economista y estoy muy al tanto de la gran cantidad de sacrificios que hay que hacer. Inevitablemente, la inmigración no mejora la situación de todos. Hay ganadores y perdedores, y hay que escoger entre opciones difíciles. El bienestar de los inmigrantes tiene un precio. ¿Qué tanto de este costo está dispuesto a pagar el pueblo estadounidense y quién lo pagará exactamente?

Esta tensión se filtra en el debate sobre los efectos que tiene la migración sobre el mercado laboral. Los que quieren que haya más inmigración aseguran que los inmigrantes realizan los trabajos que no quieren hacer los nacidos en Estados Unidos. No obstante, todos sabemos que el precio de la gasolina baja cuando aumenta el suministro de petróleo. Las leyes de la oferta y la demanda no se evaporan cuando hablamos del precio de la mano de obra en lugar del costo de la gasolina.

El verdadero debate sobre inmigración que necesitamosA estas alturas, los abusos que ha provocado el programa H-1B y que se han documentado abundantemente, como el caso de los trabajadores de Disney que tuvieron que capacitar a sus reemplazos nacidos en el extranjero, deberían haber eliminado la noción de que la inmigración no perjudica a los trabajadores competitivos nacidos en Estados Unidos.

En los últimos 30 años, una gran parte de los inmigrantes (casi un tercio) no ha terminado el bachillerato, por lo tanto el principal grupo de estadounidenses que ha pagado el precio de la afluencia de millones de trabajadores es el que ofrece mano de obra de poca preparación. Sus salarios cayeron hasta un seis por ciento. Muchos de estos trabajadores eran afroamericanos e hispanos nacidos en Estados Unidos, así como personas que llegaron en las primeras olas de inmigrantes.

Pero el salario bajo de una persona es la ganancia de alguien más. El aumento en la rentabilidad de muchos empleadores elevó a cerca de 50 mil millones de dólares la porción del pastel que le corresponde a toda la población nacida en Estados Unidos. Por lo tanto, como señalan los que defienden la llegada de más personas a Estados Unidos, la inmigración puede aumentar la riqueza agregada de los estadounidenses. Sin embargo, estos defensores no indican de dónde se compensa: terminan perdiendo los trabajadores cuyos empleos son los que buscan los inmigrantes.

Tampoco mencionan que la inmigración de mano de obra poco capacitada tiene un efecto secundario que reduce ese aumento de 50 mil millones de dólares. Recientemente, la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos calculó el impacto de la inmigración en los presupuestos gubernamentales. Año tras año, las familias de inmigrantes resultan una carga fiscal, sobre todo porque sus ingresos son relativamente bajos y es más común que sean parte de programas gubernamentales como la asistencia médica subsidiada. Se hizo una comparación entre los impuestos que pagaban estas familias y el gasto del gobierno en ellas, y se concluyó que los inmigrantes creaban un déficit fiscal anual de entre 43 y 299 mil millones de dólares.

Hasta el cálculo más conservador del déficit fiscal elimina casi todo el aumento de 50 mil millones de dólares en ganancias para los nacidos en Estados Unidos. Sorprendentemente, el tamaño de esta porción del pastel no cambió tanto después de que la inmigración aumentara más de un 15 por ciento el número de trabajadores. No obstante, la forma en que este se reparte cambió de manera notable, ya que los trabajadores obtuvieron mucho menos y los empleadores mucho más.

El debate sobre inmigración también debe estudiar el impacto a largo plazo en la sociedad estadounidense, lo que trae a colación la integración del inmigrante. En décadas recientes ha habido una disminución importante del ritmo en el que mejora el estatus económico de los inmigrantes. En los años setenta, un inmigrante promedio podía aspirar a una mejora sustancial a lo largo de su vida en relación con los nacidos en Estados Unidos. En la actualidad, el progreso económico de un inmigrante promedio está mucho más estancado.

Parte de esta disminución está relacionada con el crecimiento de los enclaves étnicos. Los inmigrantes nuevos que se relacionan con pocos compatriotas de su mismo origen obtienen valor porque adquieren habilidades que les permiten un mayor intercambio social y económico, como tener un buen manejo del inglés. Sin embargo, los nuevos inmigrantes que son aceptados en una comunidad grande de compatriotas tienen menos necesidad de adquirir estas habilidades: ya cuentan con un gran grupo que valora lo que sea que hayan traído consigo. Sin rodeos, la migración masiva no fomenta la integración.

Las alternativas se vuelven aún más complicadas si pensamos en la integración a largo plazo de los hijos y los nietos de los inmigrantes de hoy. Hay mucha gente que recuerda el crisol de razas que era Estados Unidos en el siglo XX y cree que la historia se va a repetir. Son solo ilusiones. Ese crisol funcionaba en un contexto económico, social y político muy particular y es poco probable que en la actualidad se puedan reproducir esas condiciones.

Muchos de los inmigrantes de la época de la isla de Ellis entraron a trabajar en la industria manufacturera: en 1914, el 75 por ciento de la mano de obra de Ford había nacido en el extranjero. Esos empleos evolucionaron en trabajos sindicalizados y bien remunerados, que crearon una red de seguridad para los inmigrantes y sus descendientes dentro del sector privado. ¿Habrá alguien que en verdad crea que los trabajos para los inmigrantes poco capacitados que hay en este momento proporcionarán la misma movilidad económica de los trabajos sindicalizados de la industria manufacturera de aquel entonces?

De manera similar, el clima ideológico que fomentaba la integración en esa época y que encapsulaba eficientemente nuestro lema E pluribus unum (De muchos, uno)ha quedado en el olvido. Una directiva reciente de la Universidad de California muestra este cambio radical. Se advirtió a los empleados de la universidad que no usaran frases que pudieran provocar “microagresiones” hacia y entre los estudiantes. Un ejemplo es la oración “Estados Unidos es un crisol”, la cual aparentemente envía un mensaje al receptor según el cual debe “asimilar la cultura dominante”.

Europa ya está enfrentando las dificultades de tener poblaciones que no se han integrado. Si algo ha mostrado la experiencia europea es que no hay una ley universal que garantice la integración, incluso después de algunas generaciones. Nosotros también tendremos que enfrentar el conflicto que hay entre las ganancias económicas a corto plazo y los costos a largo plazo por la falta de integración de un gran grupo de minorías.

Identificar los problemas solo es un primer paso hacia una política migratoria apropiada. También se necesitan algunos principios generales que combinen el sentido común y la compasión.

Primero que nada, debemos reducir la inmigración ilegal, ya que ha tenido un impacto corrosivo que paraliza la discusión de la reforma migratoria en todos los aspectos. Un muro a lo largo de la frontera con México puede dar la impresión de que hablamos en serio, pero muchos inmigrantes indocumentados entran al país de manera legal y después se quedan más tiempo del que les permiten sus visas. Un sistema electrónico nacional (como E-Verify), que obligue a los empleadores a certificar sus nuevas contrataciones, junto con multas y sanciones penales para los negocios que infrinjan la ley, podría funcionar muy bien para detener la corriente.

¿Pero qué pasará con los más de 11 millones de inmigrantes indocumentados que ya están aquí? La gran mayoría ha llevado una vida tranquila y ha establecido raíces profundas en nuestras comunidades. Su deportación abrupta no representaría el Estados Unidos compasivo que muchos de nosotros concebimos.

Tal vez sea momento de que haya una negligencia benigna. Eventualmente, muchos de estos inmigrantes calificarán para tener una visa porque se casaron con ciudadanos estadounidenses o tienen hijos nacidos en Estados Unidos. En vez de buscar que haya una amnistía políticamente imposible de realizar, podríamos acelerar el otorgamiento de visas con preferencia familiar a esta población.

También debemos decidir a cuántos inmigrantes vamos a admitir. Los economistas no suelen confesar su ignorancia, pero realmente no tenemos ni idea de cuál pueda ser esa cantidad. En las dos décadas pasadas, casi un millón de inmigrantes legales entraron al país. El clima político sugiere que muchos estadounidenses creen que el número es demasiado alto. La historia muestra que cuando los votantes se hartan de la inmigración, no hay resistencia a cortar el flujo por completo. En los años noventa, la comisión de inmigración de Barbara Jordan recomendó un objetivo anual de casi 550.000 inmigrantes. Una reducción de este tipo podría ser dramática, pero preferible a la alternativa que podría resultar de este clima político: cortar el flujo totalmente.

Finalmente, necesitamos escoger entre los candidatos que están muy capacitados y los que no lo están. Los inmigrantes muy capacitados son más rentables para nosotros porque pagan impuestos más altos, reciben menos servicios y pueden expandir potencialmente la frontera del conocimiento. No obstante, parte de lo que hace que nuestro país sea excepcional es que le da la oportunidad a las grandes masas.

Independientemente de la distribución, los empleadores no deben quedarse con todas las ganancias y los trabajadores no deben sufrir todas las pérdidas. Debemos asegurarnos de que haya un reparto más equitativo de las ganancias y las pérdidas entre el pueblo estadounidense.

Más allá del lugar que ocupemos en el espectro ideológico, el presidente Trump ya ha dado una respuesta a la pregunta fundamental, con la cual se podrá diseñar una política más razonable. En el discurso que dio en la Convención Nacional Republicana, Trump describió cómo escogería entre las opciones disponibles: “Vamos a ser considerados y compasivos con todos. Pero mi compasión más grande será para nuestros propios ciudadanos que se encuentran en apuros”, señaló.

Y agregó: “Vamos a tener un sistema migratorio que funcione, pero para el pueblo estadounidense”.

Muchos de mis colegas de la comunidad académica —y muchos de los que pertenecen a la élite con voz en los medios— se retuercen cuando escuchan que la inmigración debería funcionar en beneficio de Estados Unidos. Su reacción es etiquetar esa manera de pensar como racista y xenófoba, y marginar a todos los que coincidan con ella.

Sin embargo, estas acusaciones de racismo reflejan el esfuerzo que hacen para evitar una discusión seria de los problemas. El próximo debate debería ser mucho más honesto y políticamente transparente si queremos una respuesta sencilla de aquellos que no están de acuerdo con las propuestas de “Estados Unidos primero”: ¿De qué lado estás tú?

George Borjas es profesor de economía y política social en la Escuela Kennedy de Harvard y su obra más reciente es We Wanted Workers: Unraveling the Immigration Narrative.

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