El verdadero papel de Estados Unidos en Siria

La guerra civil en Siria es la crisis más peligrosa y destructiva del planeta. De inicios de 2011 a esta parte han muerto en ella cientos de miles de personas; hay unos diez millones de sirios desplazados; Europa fue sacudida por el terrorismo de Estado Islámico (ISIS) y la secuela política de los refugiados; Estados Unidos y sus aliados de la OTAN han estado más de una vez peligrosamente cerca de una confrontación directa con Rusia.

Por desgracia, el presidente Barack Obama agravó en gran medida los riesgos al ocultarle al pueblo estadounidense y a la opinión pública mundial el papel de EE. UU. en Siria. El final de la guerra siria demanda una explicación sincera del papel continuo y a menudo secreto que EE. UU. ha tenido en el conflicto sirio desde 2011, incluida la identidad de quienes financian, arman, entrenan y alientan a las diversas partes. Esa revelación ayudaría a poner fin al accionar temerario de muchos países.

Existe la difundida (y falsa) creencia de que Obama mantuvo a EE. UU. fuera de la guerra siria. La derecha estadounidense lo critica rutinariamente por haber advertido al presidente sirio Bashar al‑Assad contra el uso de armas químicas y luego echarse atrás cuando, presuntamente, Assad cruzó la línea roja (cuestión que sigue siendo incierta y discutida, como casi todo lo relacionado con Siria). Hace poco, un influyente columnista del Financial Times, repitiendo la errónea idea de que EE. UU. se mantuvo aparte del conflicto, dio a entender que Obama había rechazado el consejo de Hillary Clinton, entonces secretaria de Estado, de dar armas a los rebeldes sirios que combaten a Assad.

Pero de vez en cuando el velo se descorre. En enero, el New York Times finalmente informó sobre una orden presidencial secreta de 2013 a la CIA de dar armas a los rebeldes sirios. La nota señala que Arabia Saudita aporta financiación sustancial para la entrega de armamentos, mientras que la CIA (bajo las órdenes de Obama) provee apoyo organizativo y entrenamiento.

Por desgracia, el artículo pasó como si nada, sin una aclaración del gobierno estadounidense ni seguimiento del New York Times. La opinión pública quedó en la ignorancia: ¿cuál es el alcance exacto de las operaciones que llevan a cabo la CIA y los sauditas? ¿Cuánto gasta EE. UU. en Siria cada año? ¿Qué clase de armas suministran estadounidenses, sauditas, turcos, cataríes y otras partes a los rebeldes sirios? ¿Qué grupos las reciben? ¿Cuál es la participación de EE. UU. en la guerra, con tropas, apoyo aéreo y personal de otro tipo? El gobierno estadounidense no responde estas preguntas, y los grandes medios de prensa tampoco las investigan.

Obama aseguró al pueblo estadounidense más de una decena de veces que no habría “botas estadounidenses en el terreno”. Pero cada tantos meses, la opinión pública se entera, por alguna breve declaración del gobierno, del despliegue de fuerzas operativas especiales de EE. UU. en Siria. El Pentágono niega rutinariamente que estén en el frente. Pero cuando hace poco Rusia y el gobierno de Assad lanzaron bombardeos y fuego de artillería contra bastiones rebeldes en el norte de Siria, Washington notificó al Kremlin que los ataques ponían en riesgo a tropas estadounidenses en el terreno. El gobierno no dio ninguna explicación a la opinión pública sobre cuáles son la misión, el costo ni las contrapartes en Siria.

Por filtraciones ocasionales, investigaciones periodísticas, declaraciones de otros gobiernos y algunas pocas de funcionarios estadounidenses, sabemos que EE. UU. se embarcó en un esfuerzo bélico activo, continuo, coordinado por la CIA, con dos objetivos: derrocar a Assad y combatir a ISIS. Los aliados de EE. UU. contra Assad incluyen a Arabia Saudita, Turquía, Qatar y otros países de la región. Estados Unidos gastó miles de millones de dólares en armas, entrenamiento, unidades operativas especiales, ataques aéreos y apoyo logístico a las fuerzas rebeldes, incluidos mercenarios internacionales; sus aliados gastaron otro tanto. La cifra exacta se desconoce.

La opinión pública estadounidense no tuvo voz en estas decisiones. El Congreso no autorizó las operaciones ni aprobó su presupuesto. Nunca se explicó ni justificó el papel de la CIA. Nunca se demostró, ni ante el pueblo estadounidense ni ante el mundo, la conformidad de las acciones de EE. UU. con el derecho nacional e internacional.

Para los principales exponentes del complejo militar‑industrial estadounidense, el secretismo es correcto. Alegan que la autorización dada hace 15 años por el Congreso para el uso de la fuerza armada contra los culpables de los ataques del 11‑S da carta blanca al presidente y al ejército para librar guerras secretas en Medio Oriente y África. ¿Por qué debería EE. UU. explicar públicamente lo que hace? Sólo pondría en riesgo las operaciones y fortalecería al enemigo. La opinión pública no tiene por qué saber.

Yo adhiero a otra posición: que la guerra debe ser el último recurso, y debe estar sujeta al escrutinio democrático. Esta posición afirma que la guerra secreta de EE. UU. en Siria es contraria tanto a la Constitución nacional (que confiere al Congreso el poder exclusivo de declarar la guerra) cuanto a la Carta de las Naciones Unidas, y que la guerra a dos bandas que libra EE. UU. en Siria es una apuesta cínica e imprudente. El intento estadounidense de derribar a Assad no busca proteger al pueblo sirio, como Obama y Clinton han insinuado algunas veces, sino que es una guerra por intermediarios contra Irán y Rusia, de la que hoy le toca a Siria ser el campo de batalla.

Lo que está en juego es mucho más grande y peligroso de lo que los intermediarios de EE. UU. en esta guerra imaginan. A la continuación de la guerra de EE. UU. contra Assad, Rusia le respondió incrementando el apoyo militar a su gobierno. Para los grandes medios de prensa estadounidenses, la conducta rusa es una afrenta: ¿cómo se atreve el Kremlin a oponerse a que EE. UU. trate de derribar el gobierno sirio? El resultado es un enfrentamiento diplomático creciente con Rusia, que puede escalar hasta llegar (tal vez, inadvertidamente) al borde de un conflicto militar.

Estas cuestiones deberían estar sujetas al escrutinio legal y el control democrático. Estoy seguro de que el pueblo estadounidense le daría un resonante “no” a la guerra de cambio de régimen que EE. UU. está librando en Siria. El pueblo estadounidense quiere seguridad (incluida la derrota de ISIS), pero también conoce la larga y desastrosa historia de los intentos estadounidenses de cambio de régimen, incluidos Afganistán, Irak, Libia, Siria, Centroamérica, África y el sudeste de Asia.

Esa es la principal razón por la que el aparato de seguridad de los EE. UU. se niega a decir la verdad: porque el pueblo estadounidense reclamaría paz, no guerra perpetua. A Obama le quedan pocos meses en el cargo para enmendar su legado. Lo primero que debería hacer es sincerarse con el pueblo estadounidense.

Jeffrey D. Sachs, Professor of Sustainable Development, Professor of Health Policy and Management, and Director of the Earth Institute at Columbia University, is also Director of the UN Sustainable Development Solutions Network. His books include The End of Poverty, Common Wealth, and, most recently, The Age of Sustainable Development. Traducción: Esteban Flamini.

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