El verdadero problema con el libre comercio

Para la mayoría de los críticos de la globalización el comercio es el villano que es el responsable de profundizar la desigualdad y la creciente inseguridad económica entre los trabajadores. Esta es la lógica que impulsa el apoyo a favor de los aranceles que impuso el presidente estadounidense Donald Trump. Por lo tanto, ¿por qué este mensaje hace eco mucho más allá de las fronteras de Estados Unidos, e incluso más allá de aquellas de las economías avanzadas, incluyendo a trabajadores en muchos de los países en desarrollo quienes normalmente son mostrados como los principales beneficiarios de la globalización?

El libre comercio no es para nada la única – o incluso la principal – fuente de desigualdad e inseguridad en el mundo. Sorprendentemente, un problema persistente que provoca una reacción mucho menos publicitada es el hecho que las finanzas continúan siendo las que dominan la economía mundial, generando sustancial inestabilidad y crecientes riesgos, como aquellos que condujeron a la crisis financiera mundial de año 2008.

Por otra parte, algunos países continúan dedicándose a ir trae el logro de la austeridad fiscal, en vez de, por ejemplo, solidificar sus presupuestos, mediante el abordaje de la evasión y evitación de impuestos que realizan las grandes empresas y personas adineradas. Además, se continúa con el desarrollo y despliegue de innovaciones ahorradoras de mano de obra, mismas que producen “desempleo tecnológico” dentro de algunos grupos de trabajadores.

Hay quienes argumentan que el libre comercio está siendo demonizado simplemente porque las personas no entienden qué el comercio obra a favor de sus propios y más convenientes intereses. Sin embargo, ese es un punto de vista tanto condescendiente como simplista. Incluso si el libre comercio es, en última instancia, ampliamente beneficioso, el hecho que permanece incambiable es que a medida que el comercio se tornado en más libre, la desigualdad ha empeorado.

Una razón importante para que esto ocurra es que las reglas globales actuales han permitido que unas cuantas firmas grandes capturen una proporción cada vez mayor del valor agregado del comercio. Específicamente, la proliferación de cadenas globales de valor ha permitido que poderosas empresas multinacionales controlen el diseño, la producción y la distribución de los bienes y servicios que son comercializados; incluso, al mismo tiempo que varios segmentos se subcontratan a empresas más pequeñas ubicadas en lugares que están lejos de los mercados finales.

Estas grandes empresas globales a menudo se benefician de los monopolios de propiedad intelectual, reforzados por acuerdos de libre comercio diseñados para fortalecer el poder corporativo. Esto les permite recolectar ganancias económicas masivas, especialmente en las etapas de preproducción (incluyéndose en ella la etapa del diseño) y las de postproducción (marketing y desarrollo de marca), durante las cuales se generan las mayores ganancias y el más alto valor agregado.

Mientras tanto, la competencia cada vez más intensa en la fase de producción conduce los precios a la baja, de modo que los productores reales, ya sean empleadores o trabajadores, reciben proporciones cada vez más disminuidas del valor del pastel completo. El resultado de este sistema es que muchos países en desarrollo que deberían haberse beneficiado de la globalización de las cadenas de valor, se han limitado a actividades de baja productividad que sólo arrojan un valor económico limitado y que ni siquiera fomentan una mayor modernización tecnológica.

El Informe sobre Comercio y Desarrollo 2018 de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) que pronto entrará en circulación refleja la forma como las empresas más importantes han aumentado constantemente su participación en las exportaciones totales y ahora dominan el comercio mundial. Irónicamente, esta tendencia se ha intensificado a partir de la crisis financiera mundial del año 2008, que puso de relieve el desproporcionado poder de mercado de unos pocos y las desmesuradas ganancias que son percibidas por aquellos que se ubican en el primer 1% de la distribución del ingreso.

La investigación de la UNCTAD también muestra que la integración en las cadenas globales de valor, tanto para los países desarrollados como aquellos en desarrollo, se correlaciona con la disminución de las proporciones del valor agregado interno dentro de las exportaciones. La proporción de la producción real dentro del valor agregado doméstico también ha disminuido, al igual que ha disminuido la proporción remanente dentro de dicho valor agregado que es devengada por la mano de obra. Un posible impulsor de la tendencia mencionada al último es el hecho de que al ampliar drásticamente la oferta global de mano de obra, la integración económica de países con grandes poblaciones, como por ejemplo China e India, ha incrementado el poder de negociación del capital vis-a-vis aquel de la mano de obra.

La única excepción significativa a estas tendencias es China, país que ha diseñado políticas industriales dirigidas específicamente a aumentar la proporción de la mano de obra en el valor agregado doméstico y a mejorar las condiciones de los trabajadores. Irónicamente, son estas medidas, que han ayudado a compensar algunos de los efectos negativos del libre comercio, mismas que Trump ha condenado en su búsqueda de políticas que harán poco por proteger a los trabajadores.

Sin embargo, las implicaciones de permitir que unas pocas corporaciones globales ejerzan un poder de mercado tan amplio se extienden aún más. En primer lugar, un poder económico tan concentrado dificulta la industrialización dentro de los países, debido a que las empresas locales no pueden competir con las multinacionales establecidas. Por otro lado, impide que los países en desarrollo obtengan todos los beneficios del aumento de los precios de las materias primas, aunque tampoco obtienen protección frente a la caída de dichos precios. La capacidad de las grandes corporaciones para infravalorar los precios de los recursos naturales también fomenta la extracción excesiva, la contaminación y la degradación ambiental – resultados que se presentan de manera engañosa como el “precio del desarrollo”.

Los consumidores también sufren. Sí es verdad, las grandes multinacionales pueden ofrecer precios bajos. Pero, su enorme poder de mercado deja a los consumidores a su merced en todas las esferas, desde la fabricación hasta los servicios financieros y las tecnologías digitales.

Cuanto más poder tienen estas empresas, más pueden acumular, ya que utilizan su influencia para dar forma a los sistemas regulatorios, a las políticas económicas e incluso a los regímenes fiscales. El resultado es un Estado debilitado que está al servicio de los intereses de unos pocos, en lugar de proteger a muchos. Aquellos que afirman que la redistribución puede abordar adecuadamente este problema deben enfrentar el hecho de que los “perdedores” del libre comercio, hasta ahora, han recibido poca, o ninguna, compensación.

Los detractores de la globalización tienen razón en cuanto a que el libre comercio ha creado desequilibrios graves. Pero, una guerra comercial no lidia, en absoluto, con dichos desequilibrios, El problema no es que el libre comercio haya conducido a demasiada competencia global, sino que, por el contrario, el libre comercio ha permitido que a unas pocas empresas se les asegure tener monopolios o casi monopolios. Eso dio lugar a desigualdades masivas, a una flagrante búsqueda de ganancias y a comportamientos depredadores. Únicamente haciendo frente a estas tendencias se pueden incrementar los beneficios del comercio y se los puede compartir de manera equitativa.

Jayati Ghosh is Professor of Economics at Jawaharlal Nehru University in New Delhi and Member of the Independent Commission for the Reform of International Corporate Taxation.

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