El verdugo afable

No han perturbado la vida del Medio Oeste americano estos primeros cien días de la llegada al poder de Donald Trump. Hablo de la vida cotidiana, de la sucesión invariable de la vida. Hablo de las conversaciones que mantengo con los americanos que viven en el estado de Iowa o el de Wisconsin y que no pertenecen a los ámbitos intelectuales. En los últimos días, además de Iowa City, he visitado las ciudades de Madison y de Milwaukee. El corazón del Medio Oeste, bastión electoral de Trump, vive como siempre, sin la mínima alteración, como si no hubiera pasado nada. Las gasolineras, los dinners, los bares, los Walmart, los mall, los pueblos perdidos de las highways que circundan Chicago, las tiendas de esos pueblos, todos viven como vivían antes.

La vida es más elemental que su representación política. Cuando en las conversaciones se desliza el nombre de Donald Trump ya no se percibe demasiada inquietud. Es más, yo diría que en el Medio Oeste no se habla de Trump, porque no es un tema importante. Ninguna consternación se evidencia en parte alguna ¿Qué es importante en el Medio Oeste? Para un español cuesta averiguar los latidos secretos del corazón de la América profunda. Pero si hay algo importante en esa América es la casa, el automóvil reluciente y espacioso, el trabajo, la familia, los electrodomésticos, y la posesión de la tierra. El amor al trabajo es más grande que las políticas de Trump. La América profunda es un espacio dominado aún por la naturaleza y todos sus atavismos.

Pregunté en Milwaukee, de manera indirecta, a varios latinos sobre Trump. Y la contestación suele ser siempre la misma: no tengo nada que decir. Un “no tengo nada que decir” que suele acompañarse de una sonrisa amable e integradora. Y la sonrisa es importante. Puede que el americano medio, al menos el que vive en el Medio Oeste, haya encontrado una fórmula perfecta para vivir con Trump: ignorarlo. Que Trump haga lo que tenga que hacer, que para eso le hemos votado, pero nosotros estamos muy ocupados con nuestras vidas.

Los ciudadanos de los pueblos de Estados como Iowa o Wisconsin o Illinois o Minnesota, por citar algunos de los que acabo de visitar, ni se han inmutado con las actuaciones políticas de Trump. Los ciudadanos airados son los de Nueva York o los de Los Ángeles, que es donde la vida pública tiene conciencia de sí misma. La soledad en esos pueblos del Medio Oeste es devastadora: avenidas interminables sin nadie en ningún sitio. Esa renuncia a la vida política del ciudadano se revela en un urbanismo sin plaza pública, sin aceras, sin paseo, sin hombres y sin mujeres y sin niños en las calles. Una abolición dura de la vida en la calle. No son pueblos construidos para los seres humanos sino para los automóviles. Como si al final fueran los automóviles quienes hayan decidido votar a Trump. Como si quien tuviera que dar cuenta de la victoria electoral de Donald Trump, al menos en lo que al Medio Oeste afecta, fuese un automóvil.

Entro en el Museo de Arte de Milwaukee, construido por el arquitecto español Santiago Calatrava, y me encuentro con una americana pelirroja, alta, robusta, que lleva una chapa en el pecho con el rostro de Trump. Me la quedo mirando. Está rodeada de amigas y amigos. Parece feliz. Luego me entero de que es de ascendencia cubana. Me acerco hasta ella. Habla español con un enigmático acento, hijo de ninguna parte. Y comprendo algo que ya intuía: el votante latino de Trump es de una amabilidad y de una afabilidad insospechada. Hasta tal punto que viene a mi mente el título de una novela, El verdugo afable, del escritor Ramón J. Sender, quien, por cierto, vivió, exiliado, casi cuarenta años en Estados Unidos.

Los votantes de Trump son el poli bueno de esta historia. El papel de poli malo lo hace el propio Trump solito. Y de alguna forma, Trump y sus electores han hecho un pacto. Estados Unidos se convierte, gracias a la fama de Trump, en el país más nombrado del mundo, y vuelve a ser el eje sobre el que gira el planeta entero, y nosotros seguimos haciendo una vida normal, como si no pasase nada. Porque el Medio Oeste no cuestiona la naturaleza de la fama de Trump. Porque la fama es la forma más internacional del éxito.

El Medio Oeste vive ajeno a la política internacional. Sabe que son los más fuertes. Saben que cuando se es el más rico y el más fuerte el desprestigio no existe. Es muy probable que si en Francia gana las elecciones la ultraderechista Marine Le Pen, muchos, muchísimos franceses, se sientan avergonzados y vean traicionada la esencia ideológica de Francia. El sentimiento de vergüenza política no existe en el Medio Oeste. Porque el Medio Oeste es un mundo sin ciudades. La vergüenza política es hija de las ciudades, de la asamblea, del bulevar, de la calle atestada de gente, de la plaza pública. En los pueblos del Medio Oeste sigue siendo la muda naturaleza la única protagonista. Si alguien busca respuestas a la llegada de Trump a la Casa Blanca, que ausculte ese silencio melancólico y devastador que se produce en las infinitas praderas del Medio Oeste. Ningún ruido político puede perturbarnos, bajo esa advertencia se vive en las praderas infinitas.

Acabo de hacer un viaje en automóvil desde Iowa City hasta Madison y de Madison a Milwaukee, y de Milwaukee a Iowa. En total son un poco más de mil kilómetros, una cantidad casi mínima para las dimensiones del Medio Oeste. Cuando me cruzaba con decenas de camioneros y de otros conductores, pensaba que entre toda esa gente había cientos de votantes de Donald Trump. Cuando ponía gasolina y miraba al conductor de al lado, que me saludaba con una sonrisa acogedora, sospechaba lo mismo. Ni siquiera cuando deducen por tu inglés que eres extranjero, esbozan la más mínima inquietud. Los ciudadanos son el poli bueno. Los votantes de Trump son el verdugo afable en esta inquietante historia, más cercana al terror abisal que a la ideología política. Las banderas ondean en las casas del estado de Iowa. La vida sigue siendo la misma.

Manuel Vilas es escritor. Su último libro, aparecido hace dos meses, se titula América (Círculo de Tiza, 2017). Actualmente, es Obermann Fellow en la Universidad de Iowa.

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