El viajero de Estambul

Por Mercedes Monmany, escritora (ABC, 13/10/06):

Dado lo errático y en muchas ocasiones incluso disparatado de los últimos premios Nobel de Literatura muchos de los seguidores habituales o, si se prefiere, mecánicos, de este simbólico galardón con el que se despereza cada año la temporada literaria de todo un planeta, habían sido invadidos por una cierta depresión o desánimo. Habían decidido tirar, metafóricamente hablando, la toalla psicológica de esa fe tan necesaria para asimilar las peores sorpresas imaginables. Hay que decir que, como todo lo errático en esta vida, por una extraña ley de las probabilidades mezcladas con la música pintoresca del azar, las sorpresas a veces han sido también espléndidas y nos han reconciliado a los más escépticos con ese galardón que nunca tuvieron Borges, Kafka, Proust, Nabokov, Pessoa, Musil o Joyce, por citar sólo algunas de las cumbres literarias del pasado siglo que aún nos sostienen a todos espiritual y poéticamente. Esas espléndidas reconciliaciones o placeres momentáneos que el azar nórdico nos otorga de vez en cuando se llaman, en las últimas ediciones, Imre Kertész y J.M.Coetzee. Desde el 12 de octubre de 2006 se llaman también Orhan Pamuk.
Conocido por muchos como el «Umberto Eco turco», en el que también se pueden percibir las huellas de esos universos paralelos creados por autores como Borges, o esas fantasías encadenadas, que arrastran unas de otras y que crean sin cesar nuevos enigmas, puzzles o destinos cruzados, como sucedía con Italo Calvino, Orhan Pamuk es un maestro absoluto y contemporáneo en el arte de extender sobre el tapiz infinito y mágico de la narrativa las más diversas confluencias, nudos y bifurcaciones que hablen de la vida y la realidad, de la fantasía y los sueños o de las herencias históricas y culturales que nos atan inevitablemente a un espacio y una manera específica de afrontar y entender la existencia. Nacido en Estambul en 1952, Pamuk es no sólo el novelista turco más importante de nuestros días, sino uno de los más brillantes y exigentes creadores actuales del panorama literario mundial. Nacido en el seno de una familia de intelectuales, alternando su vida en Turquía con estancias periódicas en universidades americanas, poseedor de un profundo conocimiento tanto de la cultura occidental como de la oriental (cosa que se refleja en cada una de sus obras pero que ya expuso en su día abundantemente en El astrólogo y el sultán: Oriente y Occidente en el imperio otomano) Pamuk, que estudió periodismo y arquitectura, es la figura ideal para cruzar de la forma más natural y menos traumática esas dos orillas imaginarias, ese famoso Puente del Cuerno de Oro de Estambul, que divide nada más ni nada menos que dos mundos, dos planetas, dos latitudes: Europa y Asia. Unas galaxias cercanas que dependiendo de las épocas se atraen o se alejan gracias a imperceptibles y mínimas, o más evidentes y claras escisiones. Y unas orillas que muchos ven como desafiantes y sospechosas en nuestros días y que separan a unos y a otros de forma irracional, haciéndoles imaginar continuos fosos oscuros e infranqueables. En este autor, la moderna Turquía ha encontrado su mejor portavoz y al mismo tiempo su más firme disidente e interlocutor cuando hace falta. En todas y cada una de sus nueve novelas publicadas hasta el momento, ya sea en La casa del silencio (Metáfora, 2001), El libro negro (Alfaguara, 2001), La vida nueva (Alfaguara, 2002), Me llamo Rojo (Alfaguara, 2003) o en la última y magnífica Nieve (Alfaguara, 2005), por citar sólo las traducidas a nuestra lengua, esta dicotomía Este y Oeste ha tenido, de algún modo, un papel muy central y preponderante. Un papel central a través del cual su autor buscaba recorrer los múltiples caminos ideológicos, simbólicos y filosóficos que dan pie a esta oposición. Que sostienen un atractivo pero desconcertante país, escindido hoy entre la más vertiginosa europeización y creciente alza del nivel de vida y un mundo ruralmente medievalizado y atrasado, ligado a tradiciones ancestrales y fanáticos temores religiosos, como muy bien explicaba la novela Nieve, con la escenificación literaria de las luchas entre laicos e islamistas en la ciudad provinciana y fronteriza de Kars, en la periferia oriental de Anatolia. Algo que no excluye la posición privilegiada de Turquía como puente y fusión de civilizaciones y de imperios que, con sus correspondientes tensiones, dilemas y contradicciones surgidas a lo largo de las épocas, no ha cesado sin embargo, tras largos y costosos caminos, llenos de sobresaltos, de enriquecerse y crecer al mismo tiempo. Y una fascinante capital de leyenda, sueño de viajeros de todas las épocas, Estambul, para la que el gran escritor que es Orhan Pamuk en su último libro publicado, Estambul, aunque también sucediera con novelas como El libro negro, se convertiría en su mejor guía literario, al mismo nivel de autores como Kafka, Svevo, Pessoa, Joyce o Durrell, que lograron construir con sus ciudades natales los mitos literarios y maravillosos que ahora todos conocemos.
Leer a un autor inteligente, sutil y lúcido, dotado de un inigualable talento poético y melancólico y de una suave y delicada ironía, repleta de citas, de alegorías y de singulares irradiaciones que se vuelcan sobre cada resquicio de lo narrado, como es el caso de Orhan Pamuk, ilustra siempre al lector sobre una gran cantidad de cuestiones de la más diversa índole. Todo ello sin perder un ápice de la alta calidad y empeño literario volcado sobre cada uno de sus densos, pero muy estimulantes, laberintos existenciales. Muy leído dentro y fuera de su país, convencido partidario de la integración de Turquía en la Comunidad Europea, no hace mucho Orhan Pamuk sería objeto de una fuerte polémica al ser requerido judicialmente por haber sostenido en un periódico suizo que en 1915 los armenios fueron objeto de un genocidio, el primer y triste ensayo de genocidio ocurrido en suelo europeo. Un tema tabú, como todos sabemos, jamás reconocido por parte de las autoridades y sucesivos gobiernos turcos. Algo que la abogada turca Fethiye Çetin también tocó de cerca en un impresionante libro, El libro de mi abuela, aparecido en 2003 en su país, consiguiendo abrir los ojos a muchos de sus compatriotas que desconocían por completo, no sólo el drama de los asesinados, sino también el drama de familias desgarradas, de mujeres convertidas por la fuerza al islam o de niños robados con identidades enterradas y silenciadas para siempre.
Sólo la bella y reciente novela de Pamuk Nieve sería merecedora, con todo derecho, de cualquiera de los más importantes premios de nuestros días. En ella se narraba la historia de un personaje que bien podría ser el K. kafkiano que llega a un inquietante y aletargado paisaje nevado en la obra El Castillo. Este personaje encarnaba la figura imaginaria de un poeta turco de cierta fama, Ka, que utilizaba esta abreviatura para firmar sus obras. Ka se había ido al exilio doce años antes, a Alemania, el refugio habitual de toda una generación, huyendo de la dictadura militar implantada en su país. En los momentos de la novela acababa de regresar a su país para asistir al entierro de su madre. Al mismo tiempo, un diario de Estambul (los periodistas, como «intermediarios» de la realidad, serán personajes habituales en las novelas de Pamuk) le encarga que escriba un reportaje sobre las elecciones municipales que van a tener lugar en la ciudad de Kars. Unas elecciones que obtendrán el triunfo previsible, y temido por las autoridades laicas y kemalistas, de los islamistas. Paralelamente, el periodista deberá investigar un extraño caso de suicidios de chicas de esa localidad. Un acto quizá de rebeldía o protesta porque se les obliga a quitarse el velo para asistir a clase. El poeta y periodista ocasional inmediatamente se hallará inmerso en una crisis profunda: escindido entre la libertad que ha conocido en Europa y reconociendo al mismo tiempo los esfuerzos de secularización llevados a cabo por el «kemalismo», al mismo tiempo, místicamente, se verá atraído por la fe del islam, aunque aborrece el terrorismo y todo tipo de fundamentalismo manipulador («los que quieren reproducir una república integrista al estilo de Irán en Turquía») de la pobreza y del descontento de los más desfavorecidos... Un cautivador thriller, en definitiva, en el que Pamuk de nuevo se negaba a renunciar a ninguna de sus habituales y enigmáticas atmósferas, regadas de poesía, de sugerente elegancia, de evocaciones y citas literarias, así como de agudas observaciones políticas, literarias, sociales y psicológicas, que han hecho de él un maestro moderno.