El viejo león

No coincidí con Ramón Tamames en la cárcel de Carabanchel en aquellos años 60 del siglo pasado, cuando un nutrido grupo de universitarios entrábamos y salíamos de los calabozos de la Puerta del Sol y en la citada cárcel con relativa frecuencia. Sí coincidí, en cambio, con Fernando Sánchez Dragó, su valedor actual para su participación, la de Ramón, en la segunda moción de censura de Vox a Pedro Sánchez. Cada vez quedamos menos de aquella generación, los que manifestamos nuestra oposición a la dictadura de Franco desde las aulas universitarias.

Fernando y Ramón tenían en común su pertenencia al Partido Comunista. Yo nunca fui comunista. Pertenecí a un grupo mucho más pequeño, la Agrupación Socialista Universitaria, vagamente relacionada con el PSOE, y que, no obstante nuestro reducido número, le dimos bastante guerra al franquismo en aquellos tiempos. Mi relación con Ramón fue más profesional, como economistas ambos y en nuestra calidad de técnicos Comerciales del Estado, como hizo constar él el otro día en los prolegómenos de su discurso de candidato a la presidencia con motivo de la moción. También fuimos profesores y catedráticos en facultades de economía.

El viejo león
LPO

Conocí bien a Ramón porque me dio clase de Estructura Económica en una academia que un grupo de recién ingresados en el cuerpo organizó para preparar a los aspirantes a ingresar en el mismo cuerpo. Ramón había trabajado concienzudamente sus oposiciones y producto de tal trabajo fue su best seller académico, la tan conocida Estructura económica de España. Era un tipo grande, tremendamente activo y organizado, ambicioso, pero a la vez natural y simpático. Yo nunca le oí una frase que trasluciera creencias o teorías marxistas. Creo que, por entonces al menos, estaba más interesado en las teorías marxistas yo que él. Luego mi padre, presidente que fue de Editorial Tecnos, le publicó un libro excelente y que para mi formación fue más importante que la Estructura, La lucha contra los monopolios.

Estuve muchos años estudiando y dando clase en EEUU, de modo que perdí el contacto con muchos amigos de la universidad. Cuando volví, seguí con interés la carrera política de Ramón, con sus numerosas evoluciones y migraciones ideológicas. Nos encontramos algunas veces en congresos o en casas de amigos comunes. No me sorprendió mucho su incorporación estelar a la reciente moción de censura. Lo que sí advertí es que ha envejecido de aspecto. Su marcha vacilante y su bastón traicionan su avanzada edad. Sin duda por esto, y por su antigua militancia comunista, muchos vaticinaron que la moción, y en especial la actuación de Tamames, iban a ser un fracaso. El hecho de que, dada la rigidez de nuestras instituciones democráticas (las malditas listas cerradas), la moción estuviera condenada a ser derrotada y que podía ser utilizada para lucimiento de Frankenstein, hizo que muchos auguraran que iba a ser un fiasco, un tiro por la culata. No lo fue en absoluto, y Vox queda en deuda con el viejo león. E igualmente quedamos muchos otros.

Lo cierto es que a Vox y a Tamames les ayudó mucho Sánchez, que, una vez más, demostró ser un pésimo parlamentario, pese a sus triquiñuelas, que quedaron demasiado al descubierto. Su eterna treta es no contestar a más preguntas que las que no se le formulan. Así, se puede traer de casa escrita la respuesta a un discurso que no ha escuchado. No sé si él considera a los españoles muy tontos o se cree él muy listo; lo más probable es que ambas cosas. Pero el otro día tuvo que soportar reprimendas en el mismo sentido de Abascal y de Tamames, a las que, por supuesto, hizo caso omiso; su desdén por el prójimo, sin embargo, quedó bien al descubierto para millones de televidentes. Sánchez creyó que los ingenuos de Vox le daban una ocasión de oro para hacer propaganda y sellar su extraño pacto con Yolanda Díaz, pero lo único que consiguió fue aburrir soberanamente al personal y que Tamames, con su puntO de guasa, se llevara al público de calle al reprocharle su incontinencia verbal y su impúdico electoralismo.

Quizá alguien esperara que Ramón se fuera agotando por su edad ante los maratones de parlamentarismo a los que se vio sometido, pero ocurrió todo lo contrario. El viejo león fue asentándose en su papel. Si empezó su discurso algo tembloroso y vacilante, su voz se fue afirmando a medida que hablaba, al tiempo que demostraba tener recursos para resumir y modificar el borrador que había sido filtrado a la prensa, de modo que fue dejando fuera de juego el soporífero e inacabable discurso de contestación de Sánchez. Las críticas de Tamames, en especial las dirigidas a las políticas económica y exterior del Gobierno, no tenían ningún resabio conservador, a menos que consideremos tal la defensa de los primeros artículos de la Constitución. Fueron desgranadas con claridad y concisión, y resultaron muy difíciles de rebatir. La dificultad indujo a Sánchez, además de a traer el «tocho» de folios mecanografiados de casa, a no darse por aludido y seguir erre que erre con su autobombo.

Gradualmente fue quedando clara como el cristal la superioridad intelectual y estilística del candidato frente a un grupo de diputados cuya vulgaridad de pensamiento y mediocridad en el discurso, casi siempre leído maquinalmente, ofendían al espectador. Es evidente que la obediencia ovina, y no la inteligencia o cultura, es lo que da a estos diputados la entrada en listas cerradas y bloqueadas (adjetivos que, además de las listas, describen perfectamente las mentes de la mayoría de los en ellas incluidos).

Repetían estos diputados que la moción de censura era una pérdida de tiempo, lo cual me dejó perplejo. Si discutir los pros y las contras de la política del Gobierno es una pérdida de tiempo, ¿para qué sirve entonces el Congreso? ¿Para recibir las visitas de Tito Berni y sus alegres compadres?

Lo que ocurría, sin duda, es que Tamames hacía preguntas incómodas y estos diputados estaban deseando que la sesión terminase de una vez. Tamames cuestionó acertadamente la política de constante confrontación que lleva a cabo el Gobierno de Sánchez. Y señaló que esta se basaba en gran parte en la división maniquea de los dos bandos en la Guerra Civil, de la que dijo sensatamente olvidémonos de «memorias democráticas» y dejemos el debate a los historiadores. Y, sobre todo, por Dios, dejemos de luchar contra el franquismo, que hoy no es ya más que un fantoche que se saca a pasear para excitar los ánimos de los fieles. «A moro muerto, gran lanzada», repitió. Certero dicho tradicional. Él, y los de su generación, que nos arriesgamos un poquitín para mostrar nuestra disconformidad con la dictadura, estamos ya un poco hartos de que nos saquen el espantajo en procesión cuando quieren enardecer a las masas, de manera muy parecida, dicho sea de paso, a cómo la dictadura sacaba a la «conjura judeomasónica» o «demo-liberal» en las concentraciones del Primero de Octubre (qué coincidencia, ¿no?).

Parece que las encuestas inmediatas detectan que una mayoría opina que la moción de censura ha favorecido al sanchismo. Yo no lo creo. Esto es algo que se ha venido repitiendo desde hace meses tanto por el PP como por el PSOE, y la repetición cala y mueve a más repetición. En mi opinión, esta moción de censura ha sido una victoria moral para Vox y para Ramón Tamames. Es muy posible que no se refleje nada en las encuestas, porque a menudo las victorias morales no lo hacen. Pero recordemos el debate entre Pedro Solbes y Manuel Pizarro en 2008, en que Solbes, entonces ministro de Economía en el Gobierno de Zapatero, afirmó que no había recesión en España (el mundo entero estaba sumido en lo que luego se llamó la Gran Recesión). Más tarde Solbes se excusó de haber mentido (o algo parecido). Sin embargo, las encuestas inmediatas mostraron que el público había creído a Solbes y no a Pizarro, que fue quien dijo la verdad. Con todo, gradualmente, la opinión general se fue percatando de que quién tuvo razón fue Pizarro. Zapatero a la postre tuvo que dimitir y las elecciones de 2011 fueron una debacle para el PSOE.

Algo muy parecido puede suceder ahora. La victoria moral y dialéctica de Tamames en el debate fue una realidad, como también lo fue la vacuidad de los discursos de Sánchez y de Yolanda Díaz. Esto, a la larga, se impondrá. Los que creían que Tamames era un león desdentado, ciego y mendigo, como el que mató Tartarín de Tarascón, se han encontrado con uno de los leones del Congreso: entrado en años, pero con dientes.

Gabriel Tortella, economista e historiador, es coautor del libro 'España, la democracia menguante', coordinado por Manuel Aragón y publicado por el Colegio Libre de Eméritos.

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