El virus comunista

Los españoles nos enfrentamos con tres virus, la pandemia, la recesión económica y la erosión de nuestras libertades. Este tercer virus es el más peligroso. Aprovechando que los españoles estamos relegados en nuestras casas y que nos sentimos amenazados por graves peligros, los pretendidos salvadores de nuestra salud y nuestra prosperidad invaden la autonomía individual dictando normas y repartiendo dádivas que serán difíciles de revocar cuando cese la alarma. La proclamación del estado de alarma en todo el territorio nacional era sin duda necesaria. Sin embargo, no debemos renunciar al examen crítico de las medidas económicas tomadas por el Gobierno al amparo del estado de alarma, sobre todo si las relacionamos con los Presupuestos Generales «progresistas» anunciados para los próximos tres años. Cuando las medidas fiscales de este Gobierno de coalición izquierdista prolonguen innecesariamente la recesión venidera, los ministros más radicales echarán la culpa al capitalismo y pedirá más impuestos y más intervención.

La parte comunista del Gobierno está queriendo aprovechar la pandemia del coronavirus para pedir «más Estado», sin aceptar que esa catástrofe sanitaria ha sorprendido al Estado sin reservas financieras y sin capacidad administrativa para enfrentarse con lo inesperado. Es el Estado español, no el libre mercado, el que ha fallado dolorosamente en su capacidad para reaccionar ante accidentes inesperados.

El vicepresidente Pablo Iglesias ha llegado a a proponer que el Gobierno nacionalizara las compañías eléctricas y los bancos para superar los efectos económicos de la pandemia. Ahora insiste en forzar la concesión de una serie de medidas sociales que, de ponerse en práctica, congelarán el mercado de trabajo, reducirán la oferta de viviendas en alquiler, y ahondarán el déficit de la Seguridad Social. Los ministros de Podemos dentro del Gobierno muestran profunda ignorancia en lo económico y temible bolivarismo en lo político. El presidente Sánchez debería atajar ese virus comunista, que le está contagiando.

Sobrevenida la epidemia del coronavirus, todos los países han de endeudarse por un tiempo. Algunos lo hacen ordenadamente, nosotros con desesperación, porque nuestra deuda ya equivale al producto español de todo un año. La prudencia aconsejaba la creación de un fondo de contingencias al estilo de nuestros vecinos del norte de Europa, que se atienen al deber de equilibrar sus cuentas públicas, incluso de conseguir un superávit. Nuestros gobiernos, en cambio, han acumulado deuda, incluso después de reanudarse el crecimiento económico a partir de 2014. Ahora, como la cigarra de la fábula, pedimos, incluso exigimos, la emisión de bonos europeos. Pedimos el socorro de quienes han sabido ahorrar a tiempo.

La cuestión crucial es el efecto de esas medidas sobre las expectativas a largo plazo, sobre todo de los inversores. El paquete de medidas sería más eficaz si, en vez de aplazar las obligaciones fiscales y aligerar temporalmente las contribuciones sociales, hubiera reducido permanentemente la carga fiscal, el peso de la Seguridad Social, y muchas líneas de gasto público ineficiente. No es tampoco lo que prometen los Presupuestos Generales. Nos amenazan con una elevación del IRPF, del impuesto de sociedades, del impuesto sobre el patrimonio, de sucesiones, de transmisiones patrimoniales, para castigar precisamente a aquellos que tengan éxito en el empeño de reanimar la producción. A ello hay que añadir los nuevos impuestos sobre transacciones en la Bolsa (la mal llamada «tasa Tobin») y sobre servicios digitales (la «tasa Google»). Justo lo que no hay que hacer en una recesión, pues no es la demanda lo que hace crecer una economía, sino la productividad del lado de la oferta. El aumentar la carga fiscal durante una recesión la profundiza y prolonga.

No basta con salvar la crisis económica. Para combatir el virus comunista debemos reafirmar los principios constitucionales de nuestra democracia liberal, que garantizan nuestra libertad y nuestra prosperidad. Me atrevo a sugerir este decálogo:

1. La figura del Rey simboliza la idea de que no todo es política en la vida.

2. El bien común en una sociedad libre consiste en acomodar de forma pacífica las variadas preferencias y actividades de sus miembros.

3. Debemos conservar y respetar la Constitución de 1978, sobre todo en cuanto se refiere a los derechos y libertades fundamentales de los españoles.

4. El Estado no debe entrometerse ni en la vida familiar, ni en las creencias religiosas, ni en la educación, ni en el trabajo y los negocios de las personas.

5. La democracia debe basarse sobre una firme división de poderes, en especial durante los estados de sitio y de alarma.

6. Habría que proponer que ni el Estado ni las autonomías poseyeran ni financiaran ningún medio de comunicación.

7. El respeto de la propiedad privada es la base de las libertades personales.

8. El libre mercado garantiza que las personas puedan gozar de un amplio espacio en el que ejercer su autonomía individual.

9. La iniciativa empresarial es la principal fuente del progreso de las sociedades civilizadas.

10. No toda necesidad es un derecho. Una reforma radical del llamado Estado de Bienestar debe llevar a que todos los ciudadanos participen en los gastos que ocasionen.

Pedro Schwartz es académico de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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