¿El virus del déjà-vu?

¿El virus del déjà-vu?

La pandemia de la COVID-19 está acelerando tres tendencias geopolíticas fundamentales: el ascenso de Asia, la caída de Estados Unidos y el fortalecimiento de Alemania en Europa. Juntos, estos tres cambios bien pueden prefigurar el mundo de 2030, pero antes, los líderes políticos deben superar la crisis actual y no repetir los errores catastróficos de hace un siglo.

Hoy, el futuro y el pasado parecen colisionar. Ahora que la COVID-19 lanzó brutalmente gran parte del mundo a la economía digital, mucha gente no querrá regresar a la situación prepandemia como si lo que estamos viviendo fuera una cuestión pasajera.

El virus no implica el fin de la globalización, pero probablemente sea un mal presagio para de sus variantes. Por ejemplo, ¿querrán los líderes asistir a la reunión del Foro Económico Mundial en Davos y circular entre una densa multitud de pares, en vez de establecer conexiones en formas que respeten las normas de distanciamiento social frente a un virus mortal?

Pero, sobre todo, la pandemia confirma el ascenso de Asia —no solo de China— y la caída de Occidente, especialmente de EE. UU.

Por lejos la mayor potencia militar, Estados Unidos quedó excepcionalmente desarmado a la hora de enfrentar al nuevo coronavirus. El sistema sanitario del país no dio abasto ante la escala de la pandemia (aunque EE. UU. difícilmente esté solo en ese aspecto), mientras las largas filas de personas que esperaban pacientemente para recibir dádivas de alimentos evocaban imágenes de la Gran Depresión antes del New Deal. Y los líderes políticos estadounidenses, caricaturas de brutalidad y oportunismo, simplemente empeoraron las cosas, opacando aún más la imagen internacional de su país en el proceso.

Es cierto, Estados Unidos pueda recuperar parte de su dignidad y humanidad si deja de lado al presidente Donald Trump en la elección presidencial de noviembre, pero para eso los demócratas deben encolumnarse detrás de su presunto candidato, Joe Biden, como enfatizó el expresidente Barack Obama cuando lo refrendó recientemente.

Biden tiene posibilidades de ganar. Los votantes estadounidenses bien pueden castigar a los republicanos por su respuesta a la pandemia y la consiguiente devastación económica, como los votantes surcoreanos premiaron recientemente al partido gobernante del presidente Moon Jae-in con una mayoría parlamentaria absoluta después de los, hasta ahora, exitosos esfuerzos de su gobierno para contener al coronavirus. Pero incluso si Trump es derrotado, Estados Unidos no recuperará la posición mundial central que ocupó previamente durante tres cuartos de siglo.

La caída de Estados Unidos, sin embargo, no implicará que China sea la portadora de la antorcha mundial. La COVID-19 también fue implacable para exponer sus fallas, incluida la falta de transparencia su gobierno. Allí, el brote dio lugar a un dramático colapso económico durante el primer trimestre de 2020 y el país aún es vulnerable a una segunda oleada de la pandemia. Todo esto sugiere que el mundo puede estar tornándose apolar, en vez de bipolar.

Por otra parte, ni Rusia ni la Unión Europea pueden pretender llenar el vacío en la cima. Al igual que Irán y Turquía, es muy posible que Rusia salga debilitada de la crisis. De hecho, el presidente Vladímir Putin puede tener mucho más que temer de la COVID-19 que de los alicaídos partidos opositores en Rusia.

¿Qué hay de Europa? Después de una respuesta inicial muy incierta a la pandemia —por decirlo suavemente— la UE parece estar recuperando cierto peso gracias a un trío de mujeres líderes: la canciller alemana Angela Merkel; la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen; y la presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde. Pero esta crisis ha demostrado principalmente la fortaleza alemana más que la resiliencia europea.

A pesar de ser el país más poblado de Europa, Alemania ha registrado al menos una cantidad de muertes cuatro veces menor que sus principales pares en la UE, mientras que Merkel, quien hasta hace poco era percibida como una líder sin futuro, disfruta índices de confianza más elevados que los de cualquier otro líder europeo. Ha demostrado que un político puede seguir sus instintos éticos —como hizo al abrir las fronteras alemanas a los inmigrantes en 2015— y seguir siendo percibido años más tarde como la mejor protección contra el miedo y la incertidumbre.

Si la historia realmente se está acelerando como resultado de la COVID-19, eso no nos exime de mirar hacia atrás para aprender las lecciones correctas. El año fundamental en ese aspecto fue 1920.

Hace un siglo, inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial y la devastadora pandemia de la gripe española, los líderes políticos no fueron capaces de encontrar las respuestas correctas a los enormes desafíos que enfrentaban. Como consecuencia, el mundo cayó primero en la Gran Depresión y luego, en la Segunda Guerra Mundial.

Los líderes actuales enfrentan desafíos diferentes, pero igualmente sobrecogedores. En especial, deben lograr un delicado equilibrio no solo entre proteger las vidas de sus ciudadanos y volver a poner en marcha la economía, sino también entre la libertad y la seguridad.

Si los gobiernos avanzan demasiado en favor de la economía por sobre la salud pública, se arriesgan a que una segunda oleada de la COVID-19 genere consecuencias devastadoras para ambas. De igual manera, si promueven la libertad por sobre todas las cosas e ignoran el aporte de las tecnologías de rastreo para vencer a la pandemia en Asia, se arriesgan a que algún día fuerzas políticas menos prudentes y moderadas apliquen brutalmente los principios libertarios, con total desprecio por la asistencia social.

En las décadas de 1920 y 1930, el pacifismo que nació de una guerra terrible contribuyó a la victoria del fascismo y a un conflicto mundial aún más horrible. No debemos hoy permitir que la codicia económica ni el libertarismo nos lleven por un camino igualmente desastroso.

Dominique Moisi is a special adviser at the Institut Montaigne in Paris. He is the author of La Géopolitique des Séries ou le triomphe de la peur.

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