El virus que nos vuelve idiotas

Sabemos que el coronavirus mata, pero no medimos hasta qué punto nos vuelve idiotas. Ya en diciembre pasado los epidemiólogos intuían la aparición de esta nueva enfermedad en Wuhan; los médicos locales lo habían anunciado en la web y establecieron desde el principio un paralelismo con la epidemia de Sars de 2003, una neumonía viral causada también por un coronavirus que había pasado del animal al hombre. Durante un mes, los dirigentes chinos intentaron negar esta información, con la desconcertante complicidad de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Ese mes perdido fue fatal, pues permitió que los enfermos infectados propagaran el coronavirus por toda China, y después por el resto del mundo. Desgraciadamente, conocemos la estupidez de los dirigentes chinos cuando el modelo comunista falla y adivinamos el servilismo de los burócratas de la OMS. Pero la ceguera, la negación y la falta de preparación de los responsables sanitarios y políticos de Occidente resultan aún más desconcertantes.

Si los chinos perdieron un mes antes de atacar la epidemia, los europeos han perdido dos, o incluso tres en el caso de Gran Bretaña. Por el contrario, los dirigentes de Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong y Singapur entendieron enseguida la naturaleza de la amenaza y adoptaron la estrategia adecuada con buenos resultados. Sin duda, esta percepción correcta se debe a que se habían enfrentado antes al Sars, de modo que reconocieron de inmediato la naturaleza de la epidemia, y se prepararon de antemano para el regreso de una enfermedad similar.

Su estrategia, por lo tanto, no ha consistido en instaurar un confinamiento general, sino en realizar pruebas al mayor número de personas, enfermas o no, para localizar los focos de infección. Interrogaron a las personas afectadas para saber con quién habían estado en contacto y poder aislarlas también. El uso de mascarillas se generalizó con el fin de impedir que los portadores aparentemente sanos difundieran el coronavirus.

Este sistema ha permitido limitar el número de personas contagiadas, evitar confinar a toda la población y concentrar en los hospitales a quienes más lo necesitaban. Esta es la estrategia que China acabó adoptando. En general, la epidemia en este país ha sido regional, los hospitales no se han desbordado, la economía no se ha interrumpido del todo en ningún momento y parece que la enfermedad ya está bajo control. En Corea del Sur, los pocos casos nuevos ya solo afectan a coreanos que vuelven de Europa o Estados Unidos.

Por el contrario, los estadounidenses y los europeos no han comprendido, no han querido saber y no tenían ningún plan de acción. De modo que, al no haber realizado una distribución masiva de mascarillas, se ha facilitado la difusión del coronavirus, a la vez que se explicaba que las mascarillas no sirven para nada. Una mentira para justificar la incompetencia.

Al no haber hecho pruebas para localizar los focos de infección, se ha permitido que la enfermedad se expanda por toda Europa y Norteamérica. Ahora la epidemia se ha generalizado, por lo que el confinamiento también debe ser general, destruyendo de este modo la economía e imponiendo a la población un estrés psicológico y económico insoportable. Igual que ha ocurrido con las mascarillas y los tests, se ha intentado disimular con una mentira la falta de preparación y el desconocimiento.

No sirve de nada, nos dicen, realizar la prueba a las personas sanas, lo cual es falso, porque los tests permiten localizar a los portadores aparentemente sanos y en realidad muy contagiosos. La suma de estas necedades llevará a un número de muertes muy superior al que se habría registrado si se hubiese hecho el test desde el principio, a la saturación de los hospitales, imposible de gestionar, y a un desastre económico. A Boris Johnson le corresponde una mención de honor a la estupidez, pues ha jugado la baza de la inmunización natural: si no se hace nada, la epidemia se extinguirá por sí misma, como una gripe estacional, lo que es científicamente exacto y humanamente inaceptable. Johnson se ha unido muy tarde al confinamiento, cuando los epidemiólogos le han dicho que la inmunización natural provocaría 500.000 muertos.

Ahora debemos enfrentarnos a una nueva idiotez, la idiotez ideológica de los «filósofos» que explican la epidemia mediante la globalización, el capitalismo y la falta de respeto por la naturaleza. Pero no hay nada más natural que un virus y a los virus siempre les ha gustado viajar, sin esperar a la globalización contemporánea. La historia de la humanidad está salpicada de pandemias. La novedad de la pandemia actual es que, gracias al progreso científico y al intercambio de información, sabemos mejor cómo limitar los daños. Más nos habría valido desconfiar de China y de nuestros propios dirigentes. Será mejor, y sí, necesario, prepararse para la próxima pandemia, pero volver a la Edad Media de los socialistas y los ecologistas sería, además de una estupidez, un auténtico suicidio colectivo.

Guy Sorman

1 comentario


  1. Dejo como sugerencia a esta reflexión la lectura de la novela "LA ÚLTIMA PLAGA (EL VIRUS DE LOS IDIOTAS) de Iñaki Marañón.

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