El voto de la vergüenza del Parlamento Europeo

l 10 de marzo el ejército ruso seguía bombardeando despiadadamente Mariúpol, la UE adoptaba nuevas medidas contra Putin y los jefes de Estado y de Gobierno se reunían en Versalles para consensuar los siguientes pasos. Ese mismo día, el Parlamento Europeo adoptaba una resolución pidiendo sanciones financieras inmediatas contra Polonia y Hungría por presuntas violaciones del Estado de derecho. Tal cual: el mundo retiene literalmente su aliento ante una posible guerra mundial, Europa está en primera línea y al Parlamento Europeo le sobra tiempo para pedir que les quiten todavía más fondos a los dos países más afectados por la invasión y los que más y mejor están acogiendo a los millones de refugiados ucranianos que huyen del terror.

Parecía que la Unión estaba unida como nunca frente a una amenaza sin precedentes. Resulta que sigue dividiéndose como siempre, enfangada en el narcisismo de dogmas y mantras hasta con los tanques rusos en los suburbios de Kiev. Dogmas y mantras, sí, porque la polémica sobre la condicionalidad de los fondos europeos es ante todo una cruzada ideológica del Parlamento Europeo contra las supuestas ovejas negras de la Unión. Un pulso que mantiene erre que erre, con arrogancia mandarina e hipocresía farisaica a pesar de la cruda situación bélica.

Veamos. Cuando en plena pandemia los 27 se pusieron de acuerdo sobre un Plan de Recuperación y un presupuesto europeo sin precedentes, también adoptaron un reglamento que condiciona la obtención de fondos europeos al respeto del Estado de derecho y protege los intereses financieros de la Unión. En principio, nada que objetar si no fuera porque esta iniciativa ya venía condicionada por factores puramente políticos y porque el reglamento dejaba demasiados cabos sueltos. Hungría y Polonia interpusieron un recurso ante el Tribunal de Justicia de la UE y obtuvieron el compromiso político que el reglamento no se aplicaría antes de que se adoptara la sentencia. El 16 de febrero (una semana antes de la invasión), los jueces europeos confirmaron la legalidad del reglamento atacado, pero también enunciaron condiciones estrictas para aplicarlo. El fallo es una victoria pírrica para un Parlamento Europeo que esperaba a Hungría y a Polonia con un cuchillo entre los dientes.

La asamblea europea llevaba ya años redoblando su vindicativa presión sobre la Comisión para que esta actúe sin pensárselo demasiado. Hasta la ha demandado por ceñirse al compromiso alcanzado y no aplicar el reglamento antes del fallo del Tribunal. La resolución votada en Estrasburgo el 10 de marzo es sólo el último episodio de esta vendetta institucional que obsesiona a una mayoría de eurodiputados. El problema es que desde el 24 de febrero la guerra ruge en las fronteras de la Unión, y muy particularmente en las de Polonia y Hungría. Si el ensañamiento del Parlamento Europeo era inoportuno en tiempos de paz, ahora es sencillamente obsceno.

En dos semanas, Polonia ha acogido a un millón y medio de refugiados; Hungría a 225 000 con una hospitalidad que fuerza la admiración. Además, sea cual sea el desenlace de la guerra, ambos estarán entre los países que paguen un precio más alto ya sea por su cercanía, su dependencia de las materias rusas o su secular oposición a Rusia. Para más inri, recordemos que ni Varsovia ni Budapest han recibido ni un céntimo del tan cacareado Plan de Recuperación, justo cuando más lo necesitan. ¿Por qué siguen congelados los 26 y 7 billones que les corresponden respectivamente? Pues por razones muy similares a las que esgrime el Parlamento Europeo, supuestas violaciones del Estado de derecho, el cajón de sastre en el que caben la reforma del poder judicial polaco como la prohibición húngara de promover teorías de género en escuelas y en horario infantil. Además, la UE sigue multando a Polonia con un millón de euros al día desde octubre. Echen cuentas.

Aferrarse a semejantes frivolidades en tiempos de guerra no es sólo un insulto a la decencia, lo es también a la voluntad sincera y constructiva de la inmensa mayoría de los europeos y de sus autoridades de unirse ante la adversidad. Desde que estalló el conflicto, Europa ha dado pasos firmes, ha aceptado dolorosos sacrificios, ha cogido el toro por los cuernos y ha recorrido más camino en días que en décadas. No obstante, ¿cómo sentar las bases de una defensa europea, consensuar sanciones comunes y actuar como un solo hombre ante Putin si un Parlamento engreído hace gala de su más vergonzosa miopía histórica para socavar esa unidad?

No es hora de rasgarse las vestiduras ni de dar pataletas, es el momento de unirse, con altura de miras y sentido de las prioridades. Putin ha sacado a Europa de su letargo y le ha devuelto brutalmente a las realidades de una historia que, por mucho que nos lo creyéramos, nunca había acabado y que ahora mismo muestra su cara más trágica. Una historia que con el tiempo pondrá en su sitio al Parlamento Europeo y nos dirá si esta resolución fue sólo la de la vergüenza, o también la de la infamia.

Rodrigo Ballester es antiguo funcionario europeo y dirige el Centro de Estudios Europeos del Mathias Corvinus Collegium en Budapest.

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