Las elecciones presidenciales de Estados Unidos pusieron sobre la mesa un interesante debate sobre las preferencias electorales de las mujeres. La campaña estuvo bastante centrada en aspectos ligados al género. En primer lugar, porque por primera vez en la historia electoral estadounidense una mujer se presentaba como candidata de uno de los partidos grandes, lo que daba la posibilidad de tener por primera vez una presidenta en la Casa Blanca. En segundo lugar, porque la estrategia de Hillary Clinton estuvo muy marcada por el acento femenino, con apelaciones constantes al apoyo de las mujeres a su candidatura. Y finalmente, el debate sobre el género definió algunos de los momentos más tensos de la campaña gracias a las declaraciones machistas de Donald Trump. Así, el debate sobre el machismo y el papel de las mujeres recorrió toda la campaña presidencial y dominó el discurso y el mensaje de Clinton.
De ahí que alguien se haya sorprendido de los datos extraídos de las encuestas a pie de urna (las famosas exit polls). Clinton habría ganado entre las mujeres, ciertamente, y por un margen significativo (el 54% por el 42% para Trump), pero aún hay quien considera que este margen no es suficientemente amplio, teniendo en cuenta que Clinton se había presentado ante el electorado como la candidata de las mujeres. De ahí que haya habido cierto estupor frente al 42% de mujeres que optaron por Trump. ¿Cómo es posible que hubiera tantas mujeres votando a un candidato que en la campaña se mostró como un machista irreductible que desprecia las mujeres sin rubor ni arrepentimiento?
La pregunta, planteada de esta manera, evidencia una visión algo simplificada del voto femenino. En mi opinión, se cometen tres errores cuando se aborda el voto de las mujeres en estas elecciones. En primer lugar, se supone que las mujeres, por el mero hecho de serlo, son receptivas a mensajes feministas, es decir, de defensa de la igualdad de las condiciones sociales de mujeres y de hombres. Esto no tiene por qué ser así, y de hecho los datos no lo corroboran. Las ideas feministas son defendidas principalmente (y a veces en exclusiva, desgraciadamente) por las mujeres, pero eso no quiere decir que todas y cada una de las mujeres apoyen las tesis feministas. De ahí que los mensajes de la candidatura de Clinton llegaban y movilizaban a aquel segmento del voto femenino proclive a estas ideas, pero no a todo el voto femenino.
El segundo error consiste en presuponer que las mujeres deciden su voto exclusivamente por su condición de mujeres. Y no es así. Las mujeres estadounidenses, además de mujeres, son pobres o ricas, progresistas o conservadoras, blancas o negras, con titulación universitaria o sin ella. Y votan en función de todos estos elementos, no solo en función de su sexo. Así, Clinton, según las encuestas, ganó a Trump en el conjunto de las mujeres, pero perdió entre las mujeres blancas (por 10 puntos), y especialmente entre aquellas mujeres blancas que no han ido a la universidad (en este grupo, Trump superó a Clinton por casi 30 puntos). Esto vendría a demostrar que las mujeres no votan solo por el hecho de ser mujeres, sino en función de otros factores, que pueden considerarse más importantes. Y lo mismo ocurre con los hombres.
Finalmente, el tercer error que se suele cometer cuando se analiza el voto femenino es considerar que las mujeres votan a candidatas mujeres por el solo hecho de ser mujeres, unas y otras. Esto tampoco es así. O no completamente. En las encuestas preelectorales en EEUU, el 46% de las mujeres mostraba una opinión no favorable a Clinton. Evidentemente, había más mujeres que tenían una opinión favorable de ella, pero no eran todas ni de lejos. Cuando se les pedía quién merecía más confianza, si Clinton o Trump, las mujeres se inclinaban por Clinton por un margen de solo dos puntos porcentuales (41% a 39%).
Así pues, a pesar de que la campaña presidencial giró en torno al género y de que Clinton hizo de este tema el centro de su estrategia, intentando agrupar y movilizar el voto femenino, este se mostró menos homogéneo. Sí, hubo un contingente de mujeres, minoritario pero nada despreciable, que optó por Trump. Esto no las convierte en traidoras a su sexo. Simplemente, nos muestra que el voto de las mujeres es más complejo de lo que se podría suponer desde una óptica simplificadora, que toma a las mujeres como un grupo homogéneo que decide su voto solo por su condición de mujeres. Parece evidente que no es así.
Oriol Bartomeus, analista político.