El voto de los emigrantes

Hace días, en el consulado español en Los Ángeles, que dirijo, un señor oriundo de nuestro país preguntaba si podíamos ponerle por escrito las ventajas que tendría para él y sus hijos hacerse español. Al ser fechas electorales, uno podría decirle que, entre otras cosas, podría participar en las elecciones, pero para alguien evidentemente desconectado de nuestro país, la respuesta habría sido surrealista.

El caso, frecuente, muestra que, a diferencia de hace 20 años, la nacionalidad española en el 2008 se cotiza bien. Incluso en EEUU. Será nuestro despegue económico, la pertenencia a Europa y a Schengen... El hecho es que tiene buen precio.

Tiene esto relación con las elecciones y la participación en ellas de los españoles residentes en el exterior. En las recientes, en mi zona, los sentimientos de nuestros compatriotas han estado teñidos de interés, desconcierto e irritación. Una cantidad mayor que en elecciones anteriores (en el extranjero hay casi 1.200.000 españoles con derecho a voto) que- rían participar.

La primera sorpresa fue que les presentaba dificultades. Los emigrantes votan en el consulado hasta una semana antes de las elecciones, o por correo hasta el día anterior. Necesitan para ello recibir las papeletas que les remite la Junta Electoral de su provincia. Su llegada es azarosa. En Los Ángeles, más del 60% de las papeletas no había llegado el día límite del consulado, y un 20%-25% no lo había hecho el día 8.
Bastantes compatriotas se hacen cruces con que la propaganda de los diversos partidos aparezca en sus buzones semanas antes de las elecciones, mientras que las papeletas enviadas oficialmente, después de 32 años de democracia, llegan tarde o no llegan. Alguno se desconcierta, asimismo, al ver que el lunes la prensa anuncia los resultados "computados el 100% de los votos" y que el miércoles ya se cantan los del exterior, cuando muchos pusimos el sobre en el correo el sábado por la tarde porque la papeleta llegó el viernes. ¿Ha habido tiempo de escrutarlos?

El voto del emigrante no es cuestión banal. Cualitativamente vale lo mismo que el de un residente en España. Cuantitativamente, si creciese la participación (este año habrán votado 345.000), podría incidir más en los resultados. En contra de lo que se venía pensando, el número de los españoles en el exterior va a crecer considerablemente en los próximos años, y con resultados potencialmente pintorescos. Hace una década se previó el aumento de la población extranjera en España, aunque no hasta los 4,5 millones censados de hoy, que sería paralelo a la disminución de nuestros compatriotas que viven fuera. Lo último no va ocurrir. No porque suba nuestra emigración, sino por la cantidad amplísima de personas que van a poder optar sin trabas a nuestra nacionalidad con diversas motivaciones.

Recientes disposiciones legales han permitido recuperar la nacionalidad española a hijos de españoles que, por haber crecido en el exterior, habían disfrutado regularmente de otra. Pero en breve puede llegar una avalancha que engordaría enormemente el número de potenciales votantes, con la aprobación de la medida que otorga la nacionalidad española a los nietos de los españoles que se tuvieron que marchar al extranjero por razones políticas, económicas o de otro tipo.

El talante generoso de nuestros legisladores alumbrará magnánimamente supuestos chocantes, y convertirá, a veces, en españoles a personas ajenas a todo lo que ocurre en nuestro país. Además del ejemplo narrado al inicio, cito otros dos casos recientes: a) Una señora solicita en el consulado, en inglés, al ser su castellano casi inexistente, el formulario para optar a la nacionalidad. Cuando se le da en castellano, llama airadamente, argumentando que estamos en EEUU y que había que enviárselo en inglés. b) Un ejecutivo, nieto de española, me pregunta cómo puede ser español cuando salga la ley. En la conversación, me percato de que no distingue Catalunya de Andalucía, no sabe quiénes son el presidente del Gobierno, Pujol, Felipe González o Serrat, y cree que España sigue enviando emigrantes al exterior en vez de recibir. Lo más bonito: no habla castellano (ni catalán, ni euskera). Tampoco lo lee.

Resulta obvio que, junto a los que sienten la veta española, un cierto número de la avalancha que se avecina, a diferencia de la generación anterior, va a optar a la nacionalidad porque es más cómodo tener dos pasaportes o porque por causas económicas o laborales le resultará más rentable circular por Europa con un pasaporte comunitario. Sería interesante saber qué porcentaje de los nietos de españoles se identifican aún levemente con España, y qué porcentaje se mueve por razones ajenas a la pertenencia a una comunidad.

En todo caso, aunque ignoren quiénes son Serrat o Tarradellas, lo que es un culé o un periquito, lo que significa Catalunya en España o crean que la sardana es una tapa, unos y otros podrán decidir, si no se cambia la ley, si el diputado X de Barcelona va al PP o a Convergència, al PSOE o a Esquerra.

Inocencio Arias, Cónsul de España en Los Ángeles.