El Vox vasco de Sabino Arana Goiri

Tras el sorpresivo resultado electoral, tan súbito como inquietante, de Vox en Andalucía, el presidente del PNV, Andoni Ortuzar, que siempre tiene a gala pactar con todo el arco parlamentario, lo que le coloca en una envidiable centralidad, ha anunciado que nunca pactará con Vox, y cito literal: “porque quiere cargarse el sistema”, mientras que “Bildu es ya parte de él”.

Obviando cómo se habrán tomado los de Bildu esta apreciación, asombra que en política se digan cosas así sabiendo que el gobierno del peneuvista Ibarretxe en 1998 fue conseguido gracias al apoyo de Euskal Herritarrok –la marca entonces de Batasuna–, hasta el punto de que luego no bastó con el asesinato por ETA del teniente coronel Blanco en 2000 para rechazar ese apoyo, sino que hubo de ocurrir un mes después el de Buesa –un exvicelehendakari– y su escolta para que el pacto de legislatura quedara roto. Y en 2005 volvimos a ver lo mismo: Ibarretxe consiguió de nuevo el cargo gracias a dos escaños prestados por el Partido Comunista de las Tierras Vascas, nuevo avatar de Batasuna. Y por no hablar de lo que supuso que un destacado terrorista hoy todavía prófugo, Josu Urrutikoetxea Bengoetxea, alias Josu Ternera, fuera en 1999 parlamentario vasco y para más escarnio miembro de la Comisión de Derechos Humanos que presidía entonces el actual lehendakari Urkullu. ETA aún estaba viva y la izquierda abertzale la apoyaba dentro y fuera del Parlamento y el PNV pactaba con ese mundo.

Que Vox nada tiene que ver con ETA, no ya en sus ideas sino sobre todo en sus métodos, creo que lo reconocería cualquiera. Hasta el propio Ortuzar. Lo que, en cambio, nadie se imaginaría es la conexión profunda que emparenta a Vox con el PNV. Vox representa a un sector arriscado de la derecha española que hasta ahora permanecía oculto tras las siglas del PP y sin intervenir de manera evidente en sus decisiones, aunque era parte innegable de su cultura política.

Santiago Abascal fue un militante del PP vasco que se fue apartando del partido en la época de Antonio Basagoiti, justo cuando se empezó a dar un nuevo aire desde dentro a la derecha vasca. Vox no es, en rigor, ni franquismo genérico ni mucho menos fascismo: es lo más parecido al tradicionalismo histórico en España. Empezando por la consideración hacia la mujer, dentro del esquema clásico de familia patriarcal, y siguiendo por sus postulados acerca de la unidad sagrada de España frente a sus enemigos, tanto interiores como exteriores. Tradicionalismo puro que en España tuvo su primera expresión con el carlismo desde el segundo tercio del siglo XIX y que vivió sus días de gloria en el periodo intermedio del régimen franquista bajo la etiqueta de nacionalcatolicismo.

Estamos hablando de una tradición política que es también la que sirve de origen, en el último cuarto del siglo XIX, a los nacionalismos en España. No hubo nadie más tradicionalista, por integrista, ultracatólico, misógino y xenófobo –disculpen el énfasis pero así fue–, que Sabino Arana Goiri, el fundador del PNV en 1895, para quien los pobres inmigrantes que llegaban al País Vasco eran un trasunto de los moros a los que se rechazó en la Reconquista y lo eran en su caso por ser socialistas o liberales en su mayoría, en definitiva por ser poco o nada católicos.

El nacionalismo catalán también surge de esa misma raíz tradicionalista. El enemigo común era una modernidad y un liberalismo que empezaron a cuajar en la España isabelina y a afianzarse en la Restauración canovista. En el caso vasco, el aranismo primitivo e intransigente se fue templando, primero por el apoyo de un liberal fuerista como Ramón de la Sota y Llano, el industrial y naviero que sacó al partido de la marginalidad, facilitando que Sabino Arana obtuviera un escaño en la Diputación provincial en 1898. Y luego gracias a José Antonio Aguirre que, con su acuerdo con Indalecio Prieto para obtener el Estatuto, comenzada ya la Guerra Civil, convirtió al PNV en lo que hoy es.

Pero la prueba más evidente de que el tradicionalismo estaba en el tuétano del partido desde sus inicios nos la da Luis Arana Goiri, tan integrista o más que su hermano el fundador, traído desde San Juan de Luz a España por sus hijos, bien situados en el franquismo, en 1942, concretamente a Santurce –hoy Santurtzi– donde falleció en 1951, viviendo allí una vejez apacible, sin que nadie le molestara lo más mínimo, en la época álgida del nacionalcatolicismo español.

Sabino Arana, a quien un coetáneo tan sensato y apreciado por todos como fue el doctor Enrique Areilza le llamó “el loco Arana”, irrumpió groseramente en la sociedad bilbaína de su tiempo, provocando con artículos en los que siempre hacía alusiones despectivas a los inmigrantes o a los españoles o a España en general, lo que desencadenó la persecución contra él y un primer periodo de cárcel.

La segunda vez que entró en prisión fue en 1902 por dirigirle un telegrama al presidente norteamericano Theodore Roosevelt felicitándole por la independencia de Cuba, como si entre las intenciones del mandatario yanqui estuvieran las de desprenderse graciosamente de la isla: de hecho, pocos años después, Estados Unidos volvió a constreñirla férreamente de nuevo. Pero aquella felicitación, y sin ninguna violencia de por medio, se consideró entonces delito de rebelión. Y fue juzgado por ello tras un periodo de cinco meses de cárcel. Al final un jurado lo absolvió, ante lo cual el doctor Areilza se desahogó con un amigo suyo, Pedro Giménez Ilundáin, contándole: “No vaya usted a creer que el jurado era vizcaitarra [nacionalista] ni mucho menos. Era sencillamente de burgueses que odian al gobierno y temen al parroquiano; excelentes comerciantes de la plaza, amantes padres de familia, enemigos de disgustarse con nadie. Incapaces de odiar la Patria, porque jamás tuvieron de ella concepto claro, son como el resto del salvaje pueblo español que no sabe levantar la cabeza dos dedos más arriba del pesebre. Todo español es patriota en cuanto llega a funcionario público. Hasta entonces no es nada. Por eso en el proceso Arana los únicos defensores de España fueron los magistrados, el fiscal y los alguaciles”.

Hoy el PNV homenajea a Sabino Arana todos los años en tres efemérides: con motivo de su nacimiento a finales de enero, cuando se entregan los premios que llevan su nombre; el 31 de julio, cuando fundó el partido; y a finales de noviembre, cuando falleció. Ningún otro dirigente histórico del partido, ni siquiera Aguirre, recibe, ni de lejos, semejante consideración.

Pedro José Chacón Delgado es profesor de Historia del Pensamiento Político en la UPV/EHU.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *