El zorro y el BCE

Una revista francesa sobre economía clasificó recientemente a la Directora Gerente del FMI, Christine Lagarde, como la persona francesa viva más influyente internacionalmente... muy por delante del Presidente, François Hollande. Si bien la política puede haber influido en esa decisión particular, no cabe duda de que Lagarde es al menos la más destacada mujer francesa viva.

En esa categoría Lagarde casi carece de competidoras. Valérie Trierweiler, la compañera sentimental de Hollande, destacó con un desafortunado tweet político sobre su predecesora, pero desde entonces se ha retirado tras los cortafuegos del Palacio del Elíseo, y Brigitte Bardot ya no es precisamente la fuerza de la naturaleza que fue en otro tiempo.

Pero esta situación puede estar a punto de cambiar. El Parlamento Europeo acaba de confirmar el nombramiento de Danièle Nouy, del Banco de Francia, para que sea la primera persona que ocupe la dirección de la nueva junta supervisora del Banco Central Europeo.

El anuncio llega menos de un mes antes de que el BCE se haga cargo de la supervisión directa de unos 130 bancos que representan más del 80 por ciento de los activos bancarios de la zona del euro, con lo que sólo los bancos nacionales más pequeños quedarán bajo la jurisdicción de los organismos supervisores locales. Nouy (con quien yo he trabajado) es una supervisora capaz y muy experta, equipada con una extraordinaria combinación de determinación y encanto. Necesitará todas esas características y más para hacer que el nuevo sistema bancario de Europa funcione eficientemente.

El BCE fue elegido Mecanismo Único de Supervisión, pese al debilísimo fundamento jurídico (una cláusula ambigua del Tratado de Lisboa) de sus nuevas atribuciones. Cuando se firmó el Tratado de Lisboa, Alemania era totalmente hostil a la concesión al BCE de semejante papel, pero nadie quería pensar en la posibilidad de emprender la monumental tarea de redactar un nuevo tratado para crear una institución con la autoridad necesaria. Ese proceso habría requerido referéndums populares y, por tanto, habría entrañado el riesgo de que el voto no coincidiera con los deseos de los eurócratas.

Pese a las dudas que perduran sobre las competencias del BCE, la necesidad de un supervisor central está reconocida de forma generalizada. El crédito de los organismos supervisores nacionales de Europa ha quedado dañado irreparablemente en los últimos años a consecuencia de las pruebas de resistencia que dieron el visto bueno a entidades –el banco Leiki de Chipre y Bankia de España, entre otras– cuyos balances tenían, como se descubrió más adelante, agujeros enormes.

Según acordaron los dirigentes de Europa, si el BCE es el prestador en última instancia de la zona del euro, debe tener un conocimiento directo de los balances de sus posibles clientes. También se podría esperar que tuviera una idea más objetiva de las entidades que supervise, aislada de la influencia de la política nacional.

Hasta ahí, perfecto, pero el BCE necesita apoyo para desempeñar su cometido. En la reciente Conferencia Europea sobre la Banca, celebrada en Fránkfurt, se convino casi unánimemente en que una unión bancaria que funcione requiere una autoridad central de resolución (para ocuparse de las entidades financieras que quiebren) y un fondo de protección de los depósitos mutuamente garantizado (para impulsar la confianza en los bancos más débiles de las economías con problemas de la zona del euro).

Pero también hubo un acuerdo casi unánime en que la unión bancaria de Europa no satisfaría ninguna de esas dos necesidades... al menos no al principio. Los lógicos franceses están presionando intensamente a los parsimoniosos alemanes y se puede lograr una transacción, pero sigue siendo una batalla muy cuesta arriba.

Para colmo de males, los mecanismos de adopción de decisiones del BCE son poco adecuados para el papel de supervisor bancario. Se ha acordado que todos los bancos tendrán un equipo supervisor dirigido por el BCE, encargado de formular recomendaciones sobre cuestiones como las necesidades mínimas de capital, la ponderación de los riesgos de los activos particulares y la aptitud e idoneidad de los directores y los directivos superiores. Se creará una nueva junta supervisora, incluidos los funcionarios del BCE y el director de la supervisión bancaria de cada uno de los países miembros de la zona del euro, para que reciba esas recomendaciones.

Pero se tendrá que presentar todo al Consejo de Gobierno del Banco Central Europeo para que declare la inexistencia de objeciones y lo apruebe, si bien aquél no está acostumbrado a adoptar decisiones rápidas sobre cuestiones imprevistas. Al fin y al cabo, su cometido principal es el de fijar la política monetaria, que entraña un pequeño número de decisiones muy importantes, por lo general adoptadas con un calendario preestablecido. De hecho, en vista de que el funcionamiento de la política monetaria influye en las previsiones de los mercados, cuantos más predecibles sean semejantes decisiones –al menos en cuanto a oportunidad y principios rectores– mayor será su eficacia.

La supervisión es un asunto mucho más complicado, pues requiere decisiones en momentos inesperados. Además, las decisiones se influyen mutuamente y con frecuencia requieren modificaciones y aclaraciones. Esperar a que se celebre todos los meses un solemne proceso de adopción de decisiones podría costar dinero y perjudicar los intereses de los depositantes.

Si recurrimos a la famosa taxonomía del filosofo Isaiah Berlin, un supervisor es como un zorro: sabe muchas cosas pequeñas, es flexible y adapta constantemente su estrategia para la supervivencia. Un banco central de éxito se parece más a un erizo; sabe una cosa importante: que debe permanecer centrado en el mantenimiento de una inflación baja. Para ese ser, la adopción de decisiones lentas y predecibles es una virtud, pero no está bien adaptado al complejo y rápido mundo de los bancos del siglo XXI.

Así, pues, el imperativo real que afronta Nouy en sus nuevas funciones en el BCE es el de enseñar al erizo nuevos trucos parecidos a los del zorro. Idealmente, estaría ayudada por una estructura revisada de adopción de decisiones, con un nuevo centro de autoridad que pueda apoyar a los equipos supervisores con resoluciones rápidas, pero queda descartada por la necesidad de evitar las modificaciones del Tratado.

Es de esperar que la nueva junta supervisora llegue con el tiempo a desempeñar bien su papel y que el Consejo de Gobierno del BCE le conceda el margen para hacerlo. De ello depende el futuro del sistema bancario de Europa.

Howard Davies, a professor at Sciences Po in Paris, was the first chairman of the United Kingdom’s Financial Services Authority (1997-2003). He was Director of the London School of Economics (2003-11) and served as Deputy Governor of the Bank of England and Director-General of the Confederation of British Industry. Traducido del inglés por Carlos Manzano.

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