«Elcano»: navegando el fin del mundo

Aunque los sueños pueden metamorfosearse en pesadillas, navegar estos confines del planeta es un sueño hecho realidad. Por el Canal de Beagle hasta Ushuaia y desde ahí al Cabo de Hornos, el «Juan Sebastián Elcano» ha alcanzado en el Oceáno Glaciar Antártico el punto más Austral de su historia: la latitud 55º 31’. Y ahora, en mi camarote, noche cerrada en la que el aguanieve cae sobre la cubierta y vientos favorables impulsan el aparejo, escribo al lector tras haber abandonado en popa el Cabo de Hornos. Cae el barco en demanda de los Canales Patagónicos por el Canal de Beagle y el Estrecho de Magallanes rumbo a Punta Arenas y Valparaíso. La proa contempla fiordos misteriosos, glaciares de hielo azul, escarpados farallones y bosques de cuento de hadas, mientras dibuja rizos de espuma sobre las olas. El hombre es el invitado de curiosas focas, juguetonas ballenas, ágiles leones y lobos marinos, elegantes orcas, saltarines pingüinos rezagados en su migración, pacíficos petreles, majestuosos albatros, y algún cóndor recortado en el cielo.

Los Canales Patagónicos son un laberíntico mapa, y el paso más cómodo para alcanzar el Océano Pacífico desde el Atlántico. El más bello. Y el más peligroso, como enseñan los barcos naufragados en sus costas. Las fuertes e imprevistas corrientes, los desconocidos bajíos rocosos de sus profundas aguas, los escollos que en desfiladeros a estribor y babor casi arañan las aletas y amuras de nuestro navío en pasos de menos de cien metros de anchura, los icebergs, las nieblas, nieves y celliscas, los bruscos cambios de temperatura y clima, y la complicada cartografía de sus fiordos pueden en un instante convertir este recóndito paraíso marino en un sobrecogedor infierno de tempestades.

Escribió sobre el Cabo de Hornos Bernard Moitessier en «La longue route» («El largo viaje») que «en la geografía de un marino un cabo no puede ser expresado solamente por su latitud y su longitud. Un gran cabo tiene su alma. Y por eso se va allí». Y aquí estamos en el «Elcano», porque navegar es mucho más que enseñar a los guardiamarinas a gobernar la caña del barco sobre un punto geográfico. El espíritu del marino funde el militar con el humanista al admirar y conquistar la azul, gris, verde, glauca patria universal de los oceános del planeta, en los que nuestros guardiamarinas son herederos de los mejores y más valientes héroes de la historia de los mares. Ser marino de la Armada del Reino de España trasciende traducir mapas y cartografías, distinguir las constelaciones con el sextante, aprender los mecánicos secretos de máquinas o manejar el arte de las velas. Ser marino y militar español es ser un romántico idealista que al cumplir sus obligaciones castrenses ama la Naturaleza hecha ola, corriente, viento, calma, tempestad, lluvia, sol, estrellas: ¡vida! No se ama lo que no se conoce escribió Tomás de Aquino, y al conocer el guardiamarina este frío laberinto geológico aprende a amar la feroz y sublime alma de estos Canales Patagónicos antárticos de purísimas aguas.

Aguas seguras del Canal de Beagle, donde los «cuarenta rugientes», los «cincuenta furiosos» y los «sesenta aulladores», vientos huracanados del Cabo de Hornos descritos por su intensidad y ruido según su latitud (40º, 50º y 60º) no cabalgan desbocados como redivivos corceles que huyen de los establos de Augías, sino que se estrellan y mueren agotados contra los acantilados que escoltan estos fiordos australes. Aferrado el aparejo, surca nuestro bergantín goleta estos serenos brazos de mar para después a toda vela afrontar el Oceáno Pacífico, donde las crueles nereidas, sirenas y oceánides asechan en la tempestad para devorar el corazón de los marinos naufragados en el seno del Reino de las Algas. Mas ahora la dotación del «Elcano», con las fragatas, carabelas, bergantines y goletas de las distintas armadas que circunnavegamos Hispanoamérica, disfrutamos el traicionero abrigo geológico de los Canales Patagónicos.

Este buque escuela nunca navegó una latitud geográfica tan al Sur. Y en el duelo entre hombre y naturaleza, razón y fuerza, alma y materia, se difuminan el negro cielo, el gris mar, las glaucas aguas mientras, entre verdes fiordos y glaciares blancos por la nieve, nuestro blanco velero rompe, blanco casco y blanco aparejo, la ahora domesticada blanca espuma aborregada de las olas. El «Juan Sebastián de Elcano» sigue su XC Crucero de Instrucción. Y un nuevo atardecer dotación y guardiamarinas damos gracias al Señor de la Calma y de la Tempestad porque, con el cumplimiento del deber militar, en la belleza de estos Canales Patagónicos por la creatura conocemos al Creador, y suplicamos a Dios, como nuevos Ulises, volver sanos y salvos con nuestros seres amados a España.

Alberto Gatón Lasheras, capellán del «Juan Sebastián de Elcano»

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