Elecciones afganas: imperfectas y necesarias

Mientras la violencia que ensombrece las elecciones presidenciales en Afganistán ocupe los titulares de los medios de comunicación a escala mundial, es que los rebeldes están alcanzando una buena parte de sus objetivos. Prácticamente cualquier otro debate en torno a estas elecciones termina con una pregunta cargada de cinismo: ¿cuál es el objeto de estas elecciones si la victoria de Karzai se decidió hace ya mucho tiempo? Aún con todos sus fallos y lejos de ser perfectos, estos comicios y el proceso que los acompaña siguen siendo intrínsecamente necesarios para el futuro de Afganistán. El mérito de sacar adelante unas elecciones sobrepasa con mucho la alternativa de no celebrarlas.

Las elecciones representan sólo una parte del proceso de evolución de la transformación del país, importantísimo y de larga duración, que exige que los afganos se adueñen de su propio futuro con una eficaz ayuda internacional. Este proceso implica tanto las realidades a corto plazo como los problemas a largo plazo a los que ha de hacer frente la sufrida población afgana.

Este proceso va más allá de los acostumbrados titulares de los medios de comunicación sobre atentados y recuentos de cadáveres con que se bombardea a la opinión pública de todo el mundo, especialmente para esos afganos normales y corrientes que luchan a diario simplemente por recibir los servicios más básicos. No hay nada que sea ajeno a este proceso, desde la construcción de carreteras hasta la consolidación de unas imprescindibles instituciones de gobierno. Implica alcanzar ciertos hitos, por imperfectos que sean; las elecciones, entre ellos.

Los cínicos sostendrán posiblemente que el proceso electoral no supondrá más que un punto culminante que no lleva a ninguna parte. Si no existe una acción eficaz y concertada, ésa no pasará de ser más que la típica profecía que lleva implícito su propio cumplimiento.

Las elecciones presidenciales afganas del año 2004, celebradas bajo la administración internacional, estuvieron marcadas por una emoción y un entusiasmo extraordinarios de la población por participar. Las actuales elecciones forman parte de un proceso que está en manos de los propios afganos, aun con ayuda internacional. Las dificultades son sencillamente abrumadoras. Una sociedad que ha visto destruidas sus raíces tras más de tres décadas de conflicto no tiene ni siquiera un censo al que acudir como referencia. Los críticos sacarán la conclusión de que un dato como ése proporciona un caso digno de estudio sobre cómo no realizar unas elecciones. A pesar de estas dificultades, la inscripción en el registro de electores se ha encontrado con una respuesta extraordinaria, lo que demuestra la existencia de un deseo, entre los afganos comunes y corrientes, por participar en la conformación de su futuro.

Puesto que la política afgana gira más en torno a los personajes y menos en torno a los partidos, la estrategia del presidente Hamid Karzai no sólo le está reportando unos apoyos considerables de cara a una victoria presidencial por gran diferencia sino que está consolidando una base política favorable a Karzai con vistas a las elecciones del 2010 al parlamento afgano. Por consiguiente, uno de los temores más fundados es que el señor Karzai haya llegado a acuerdos políticos con elementos indeseables, como señores de la guerra, para alcanzar esos objetivos.

Pactar puestos importantes dentro de su gobierno con individuos sin méritos conocidos y de dudosa reputación no dará como resultado sino que se acrecienten el cinismo y la desilusión de la población.

Semejantes beneficios políticos a corto plazo no sólo pueden socavar la credibilidad del gobierno central y la misión internacional en Afganistán sino que, como consecuencia, pueden poner en peligro a largo plazo los intereses de los afganos normales y corrientes y el de todos aquellos que se han comprometido a ayudarles.

Si algo hay que puede erosionar la autoridad interna de Karzai dentro del marco institucional de gobierno, sería una oposición eficaz y organizada que emanara de las elecciones parlamentarias del 2010. Esta consideración subraya aún más la importancia de las actuales elecciones como preparatorias de las elecciones del 2010 y la necesidad de que la comunidad internacional siga manteniendo su compromiso, aún más firme si cabe, con la evolución política de Afganistán.

A la hora de valorar este proceso, las expectativas internacionales sobre el futuro de Afganistán no deben hacer caso omiso de los límites de la realidad. Dotarse de un sistema parlamentario al estilo occidental no significa que Afganistán comparta su cultura política ni que la vaya a compartir jamás. Los asuntos a debate, el tono y las argumentaciones utilizadas que con frecuencia dominan el discurso político afgano simplemente escandalizarían a gran número de personas en Occidente, lo cual no hace sino contribuir aún más a la incertidumbre que mayoritariamente se observa en los círculos internacionales acerca del incierto futuro político de Afganistán.

Al cabo de tres décadas de conflictos turbulentos, Afganistán sigue siendo una sociedad profundamente tradicional. Sus tradiciones pueden proporcionar a los afganos un sentimiento de identidad más fuerte y un punto sólido de referencia y seguridad en sí mismos. El profundo trauma físico y psicológico consecuencia de un conflicto bélico refuerza periódicamente la necesidad que tienen muchos de aferrarse a sus tradiciones, incluso con mayor fuerza aún, y puede dar lugar con frecuencia a interpretaciones más radicales y a consecuencias perniciosas.

La evolución política de Afganistán es un proceso que durará varias generaciones y que implica la creación gradual de un nuevo relato nacional y la adopción de un sentimiento de destino colectivo con mayores ambiciones. En último término, ha de ser un proceso llevado a cabo por los propios afganos, un proceso que exige un liderazgo responsable que surja tanto de abajo hacia arriba como de arriba hacia abajo.

Marco Vicenzino, director del Global Strategy Project, con sede en Washington, EEUU.