Elecciones cargadas

No ha sido la castellanoleonesa una campaña precisamente brillante, para qué nos vamos a engañar. Tampoco tenía por qué, no te pongas estupendo. El fuelle da de sí lo que da y los magines rinden lo que Dios les permite. A fin de cuentas son unas autonómicas más. ¿O no?

No sea que se esconda ahí, a la vista, aprovechando la anchura de Castilla y en plan carta de Poe, algo serio. Algo incluso trascendental. ¿Y si lo de mañana por la noche percute y repercute en los grandes asuntos nacionales? ¿Y si se tambalea el gran tablero y una o varias piezas se derrumban? ¡Estaría bueno que lo de Mañueco y Tudanca y tal no fuera lo que parecía,

un pulso regional, y en realidad se relacionara -por oscuras vías, y sincronicidades invisibles- con la obsolescencia de nuestras libertades. Lo que venimos llamando el sanchismo. O sea, la fuerza a la que se suman todos los enemigos de España, en fila, con sus hachitas y serpientes, con sus lazos y sus mazos, sus racismos y clasismos, sus golpecitos de Estado y sus asesinatos a cuestas para llegar a la dirección del Estado, que dejará de sufrir golpes cuando los sacamantecas manden del todo. Cerca están.

En cuanto el Rey tenga que recibir al jefe de la ETA, o al jefe del jefe de la ETA trocado en lendakari, o al interlocutor del Gobierno que intentó matar a Juan Carlos I, los ganapanes más engolados de las tertulias se pelearán para ver quién lo celebra primero, quién canta bingo: por fin España es una democracia de verdad. Porque claro, lo que demuestra que una democracia es verdadera es que la peor basura llegue al Gobierno. En el sanchismo, haber dejado de matar es muy rentable. Pero para obtener los cupones de esa campaña hay que haber matado, y eso envía un mensaje muy feo, Sánchez, aunque tú no tengas conocimiento, que Marlaska sí lo tiene. Otra forma de ver el sanchismo es esta: aquello contra lo que se rebela quien prefiere que el sistema del 78 siga vigente. Llámanos maniáticos.

¿Y qué tiene esto que ver con las elecciones de Castilla y León? Pues todo. Porque a partir de mañana por la noche, la bola de demolición en traje de Emidio Tucci que nos gobierna podría embalarse o podría averiarse. Piensa pues en grande. Es más que la renovación de unas Cortes y de un gobiernillo. No descartes, lector (sí, tú) que haya algo sólido peligrando entre los pliegues de esa campaña ruralizada y tosca que por fin ha terminado. Algo mayúsculo, capital, asomando entre los pintorescos rituales de los posados robados con cabezas de ganado.

Por cierto, qué bella es la ecología de verdad, y con qué graciosa coherencia permite combinar ternuras. Una ternura para con el animal en forma de caricias inmortalizadas: clic, clic, clic, los fotógrafos sustituyendo quince días a los grillos, y luego cri, cri, cri, como siempre. Esta primera ternura llega con la sorprendida mano del urbanita al percibir vida bajo un futuro bolso de mano. Luego está la segunda ternura, la de la carne de la res, vuelta y vuelta, como unas presidenciales francesas, entre ‘le cru et le cuit’ de Lévi-Strauss. Sí, hombre, el de los pantalones. Que no, coñón, el Lévi-Strauss maestro de mi colega de columna y sin embargo amigo el profesor Gabriel Albiac.

Con este pie, a uno le apetece viajar a los tristes trópicos, y a gozar. Pero el deber me llama y hay que volver a la España viciada, que es la que nos debe preocupar, y no la vaciada. Me sigo oliendo, siempre suspicaz, que aquello sólido, gordo y trascendente, capaz de tumbar el tablero nacional, se ha agachado y se ha callado, preparando sorpresa, detrás del último topicazo, el más reciente éxito de la nada, traído por traficantes de morralla intelectual para ser abrazado con gran entusiasmo (como lema) por la burbuja político mediática, que va con todo: la España vacía. Ja. O vaciada. Je. Como si alguna vez hubiera estado llena. No me hagas reír, que tengo el labio partío.

El espectro que se va a cernir sobre España aprovechando que Mañueco pasaba por ahí lo podían prever las lectoras de posos de café, o de entrañas de ave, pero esta vez en la roña que duerme bajo unas codiciosas uñas de arpía. Hay toda una lógica, y hasta una disciplina (inútil, divertida), que fundamenta hasta lo irrefutable este imperativo categórico: el PP debía apartarse de una vez de la cara al moscardón naranja, que no deja de molestar desde la fallida moción de Murcia con la cantinela de la bisagra y con tanta sobreactuación.

La sombra de la enormidad que nos va a salir al paso, a poco que el personal se despiste mañana, se intuye asimismo en un difundido cuento chino. Pero más chino y más cuento aún que la continuidad ontológica entre Ciudadanos con Rivera y Ciudadanos sin Rivera. El cuento chino chino dice que tras la convocatoria electoral anticipada de Mañueco laten en realidad las ganas de Génova de chinchar a Ayuso. Teoría absurda donde las haya, y acaso por eso tan extendida en el Madrid brillante, absurdo y valleinclanesco. Sin el hambre ya, con una prosperidad que envidia el Gobierno de España, que ya hay que ser. Profuso y jocoso es el análisis político de las tabernas. Y como tontería está bien, no te digo que no.

Pero si nos ponemos serios, cambiamos el pelotazo por un café mañanero y encaramos una de esas pizarras falsas con un rotulador no indeleble, veremos que los impulsos se aprovechan para saltar, y que después de eludir la puñalada murciana con reflejos felinos (o más bien licantrópicos), y una vez multiplicado aquel empuje en Madrid con maestría, lo suyo es dejar que funcione el efecto dominó. Otra cosa es que uno sea torpe. Pero ahí pocas lecciones.

Juan Carlos Girauta

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