Elecciones en Brasil: ¿Orden versus Progreso?

El pronóstico se quedó corto y el candidato de extrema derecha Jair Bolsonaro se alzó con un 46% de los votos en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de Brasil, seguido de lejos, con apenas el 30%, por Fernando Haddad del Partido de los Trabajadores (PT), el suplente de Lula de Silva quien tuvo que apearse de la carrera electoral por su condena por corrupción en segunda instancia. La polarización política destruyó las aspiraciones de algunos experimentados candidatos como Geraldo Alckim (PSDB), con un 4,7% de los votos, o Marina Silva (REDE) con 1%, y apenas permitió mantenerse a flote a Ciro Gomes del PDT con un 12,4%.

La magnitud de la victoria de un personaje tan polémico como este capitán reservista del ejército brasileño, con un discurso nostálgico de la dictadura que durante 20 años gobernó en Brasil, ha hecho saltar las alarmas sobre una posible involución democrática en el país. La pregunta en boca de todos es ¿por qué? ¿Cuáles son las razones para que casi la mitad de los brasileños se decidiera a votar por la propuesta más extrema del arco parlamentario? ¿Cómo un candidato de un partido marginal, con apenas acceso a la televisión pública, con una financiación de campaña famélica y con todo el aparato del PT (aunque debilitado, aun fuerte) en su contra, se ha quedado a las puertas de la victoria en primera vuelta? La respuesta no es sencilla y puede ser muy incómoda para los contrincantes. ¿Es que nadie ha logrado ofrecer nada mejor?

La escalada de posiciones de Bolsonaro, que logró superar un atentado que le dejó hospitalizado durante las primeras semanas de campaña, ha ido acompañada del descrédito de las instituciones democráticas en Brasil. El proceso que llevó a la destitución de la Presidenta Dilma Rousseff dejó al descubierto muchos trapos sucios que los partidos del establishment trataron de mantener ocultos. Los escándalos de corrupción salpicaron a toda la clase política mientras las dificultades económicas golpeaban a la incipiente clase media que, tras prosperar durante los años de bonanza, quedó muy vulnerable ante una crisis económica que dejó 13 millones de desempleados. A los problemas económicos se sumó también el incremento de la violencia y un discurso político crecientemente polarizado que permeó las instituciones del estado. Los partidos que sostuvieron al impopular gobierno de Michel Temer (MDB) han pagado caro su apoyo. Y los de la oposición, demasiado ocupados en sus propios intereses partidistas, no fueron capaces de construir una alternativa transversal con credibilidad.

El PT lo apostó todo al carisma y el capital político de Lula da Silva hasta el último día posible y creó un candidato a su sombra confiando que podría conectar con la clase media, dado que fue gobernador de Sao Paulo. Pero Haddad no ha logrado arrastrar el voto masivo del nordeste, necesario para contrarrestar la ola bolsonarista del sur. Mientras el PT se ha lanzado a una campaña de descrédito de las instituciones a las que ha acusado de golpistas, Bolsonaro ha ido tejiendo complicidades con importantes grupos de presión que mantienen el contacto con las bases. La más influyente es la bancada evangelista, que en la recta final se ha decantado por el exmilitar con su discurso ultraconservador de los valores familiares, pero también sectores como el de las explotaciones agrícolas, o el conocido como grupo de “la bala”, que proclama el uso libre de las armas y mano dura con la delincuencia. Inseguridad y corrupción han sido los dos principales caballos de batalla de Bolsonaro frente al desorden del que acusa al PT y a sus socios.

El voto de castigo de la población ha alcanzado a las principales familias políticas. El PT ha pasado de 61 a 56 escaños y, aunque sigue siendo el partido más numeroso, no representa más que el 10% del voto. También el MDB de Temer ha caído de 55 a 34 escaños (6% del electorado). El que fuera partido de alternancia, el PSDB, ha pasado de 54 a 29 escaños (5,7%). Sin embargo, la formación de Jair Bolsonaro, Partido Social Liberal (PSL), pasó de 1 a más de 50 diputados. Como resultado, más de la mitad de la cámara estará compuesta por nuevos electos y muchos políticos con solera pasarán a la reserva, incluida la expresidenta Dilma Rousseff. La Cámara de Diputados está más fragmentada que nunca con 30 partidos con representación, pero también más escorada a la derecha. En el Senado la caída de los partidos tradicionales ha sido menor, lo cual dificultará la negociación de coaliciones que sumen en ambas cámaras.

Tras esta primera votación, la siguiente cuestión es aún más desafiante: ¿Y ahora qué? ¿Qué nos espera en la siguiente vuelta? Si los votantes que han apoyado en la primera vuelta a Bolsonaro mantienen su voto en la segunda es muy difícil que Haddad pueda superarlo. Aun recibiendo el respaldo de Ciro Gomes y Marina Silva no sumará apoyos suficientes y es difícil que reciba votos del esquilmado PSDB y aún menos del MDB. Solo una movilización de los sectores abstencionistas podrían completar los votos anti Bolsonaro. Pero para ello se debería atenuar el rechazo que suscita el PT en una parte de la clase media, que le asocia a la corrupción destapada tras sus 13 años de gobierno. Sin duda el PT jugará la baza de proclamarse la única esperanza de la democracia, pero tendrá que convencer y hacer autocrítica de sus años de gobierno y no solo un discurso victimista. Bolsonaro, en cambio, parte ahora de una zona de confort por sentirse más fuerte y probablemente procurará dar mayor moderación al discurso presentándose como el garante del orden frente al caos bolivariano de Venezuela.

La posición extrema de los candidatos va hacer de esta votación un nuevo campo de batalla entre los que proclaman la necesidad de poner Orden y los que apelan al Progreso social, las dos leyendas que figuran en la bandera del país y que debieran ser complementarias. Los ciudadanos decidirán en base a sus prioridades, pero existe también un sesgo emocional que dificulta la racionalidad de la elección. Ante una votación ajustada existe además el peligro de que la otra parte impugne los resultados y se genere una crisis institucional con consecuencias para la estabilidad del país. Gane quien gane, no va a tener fácil construir la gobernabilidad con los ingredientes que hasta hoy pueblan los discursos.

Anna Ayuso, investigadora sénior, CIDOB.

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