Elecciones en la Europa del “No”

Hace más de un año dos naciones europeas rechazaron el Tratado constitucional europeo, hoy se encuentran en procesos electorales.

Hoy hay elecciones generales en los Países Bajos y, en el 2007, presidenciales en Francia. ¿Qué se discute, qué se elige? Esta es la situación de dos de los países fundadores de la Unión europea, y de dos países fundamentales en Europa. No hay demasiado bueno, era de esperar.

En el caso de Francia todavía no hay candidatos formales. Se espera, se lleva más de un año esperando, que los rivales sean Sarkozy y Ségolène Royal, pero nada es seguro todavía. Hace poco aún Chirac amenazaba con colocar a Michèle Alliot-Marie, a la sazón ministra de Defensa, en la carrera para destronar a Sarkozy, a quien detesta. Es más, ni siquiera es seguro que Chirac no piense incluso presentarse, por improbable que parezca.

Coincidiendo con la muerte de Revel, los diarios franceses andaban revueltos por el asunto “Clearstream” que implicaba, implica, tanto al Primer ministro Villepin como a la ministra Alliot-Marie. Acortando una larga historia, los hechos resumidos son los siguientes. Como consecuencia de unas ventas de armas a Taiwán se consideró que habían sido pagadas comisiones sustanciosas a ciertos intermediarios. Desde fuentes cercanas al Ejecutivo se filtraron varios a la prensa, cuando Villepin ocupaba las carteras de Exteriores e Interior de las que dependen sendos servicios de información. Entre los nombres, con la aparente intención de dañar su fama, estaba el de Nicolas Sarkozy. Se demostró que no era cierto. Desde entonces, la guerra florentina entre ambos miembros del mismo partido ha sido despiadada, hasta que la cosa pareció calmarse con los sucesivos fracasos de Villepin – Contrato de primer empleo, en el último trimestre crecimiento 0% en el país vecino,…- y su aparente retirada de la campaña presidencial. Sin embargo, la guerra soterrada sigue ahí. Hace poco Villepin se interesó por los planes de Sarkozy. “Nicolas, vous n’avez pas l’intention d’abandonner le ministère pour faire campagne,…”. “Pas du tout, mon cher Premier ministre…”.

Las circunstancias actuales se han complicado con el llamamiento de los jueces que investigan el asunto “Clearstream”, por el nombre de la empresa luxemburguesa que se encargó oficialmente del trato, a Michèle Alliot-Marie como testigo. Doce horas de declaración han impedido, por el momento, que no se le cambie su tratamiento procesal. Pero los jueces van más lejos y quieren oír a Villepin, de quien han reclamado sus agendas del tiempo en que ocupó la jefatura de los servicios de información. No se han guardado, se dice. Lo que diga Villepin y lo que salga a la luz tendrá sin duda relevancia para la campaña presidencial, y para que se tome nota de los usos políticos de la Francia actual, pues esto no es precisamente una rareza, sino la punta del iceberg del modo de hacer habitual.

Entretanto, Sarkozy ha publicado un libro, muy comprado, ha propuesto un mini-tratado constitucional para Europa y, sobre todo, ha formulado su campaña basándola en la idea de “ruptura”, no sólo con esos usos, sino como un llamamiento a renacer. Tanto en economía como en política, entiende, se han dado por sabidas demasiadas recetas de una Francia anquilosada y relejada sobre sus riquezas adquiridas, que olvidan todo tipo de renovación. Sus discursos son entonados y patriotas, y tienen además el suficiente cuidado de no alienarse la derecha tradicional, es decir estatista y antiliberal.
Por su parte, el Partido Socialista se recompone de la implosión que le supuso la derrota en las pasadas presidenciales cuando Jospin no pasó a la segunda vuelta. Bajo el mediocre liderazgo de Hollande, compañero sentimental de Ségolène, el partido ha ido haciendo su camino hasta llegar a una situación de vaguedad tal en la que no importa nada el programa y sí la personalidad que lleven a las elecciones. De ahí la presencia de Ségolène, que, a decir del pueblo “elle est bien mignone, mais…”. O sea, que es mona, y poco más. Pero eso es precisamente lo que busca el Partido. Porque Jospin era muy serio y tenía programa, pero no era nada mono. La aparente discrepancia con las ideas más radicales de Fabius, salvo en política exterior, y las de Dominique Strauss Khan, no pasa de ser una presentación en sociedad dando a entender que tiene equipo y que hay “cerebros” en el socialismo. Es decir que hay “fondo” y “forma”. Un 60% de forma, según las primarias.

Dicho lo cual, nadie anda muy seguro de que, al final, lo esperado - el enfrentamiento Sarkozy-Ségolène - tenga lugar. El escritor Jean d’Ormesson consideraba recientemente en “Le Figaro” - que, por cierto, habla muy poco de esos asuntillos con la Justicia de dos ministros del Gobierno -, que casi nunca lo esperado acaba pasando en Francia. Lo evidente, decía, fue en su día Delors, y no fue. Y otra vez fue Balladur, y tampoco. O sea que, ahora… En todo caso opina que tanto Sarkozy como Royal son disidentes en sus propios campos puesto que los franceses ya no creen en programas sino que tienen ganas de personas en las que puedan confiar, con cierta independencia de lo que propongan.

Mientras, no se habla mucho de casi nada, porque, para qué. Todos son conscientes, más incluso que cuando hace años Baverez publicó “La France qui tombe”, que nada va muy bien, pero que se va tirando con lo de siempre y que, total qué más da. En este sentido, las propuestas más sentidas de Sarkozy tienen su punto de peligro. Pero he aquí que todos han visto su tabla de salvación en una de las religiones de nuestro tiempo, el ecoloprogresismo. Nicolas Hulot, un personaje mediático desde su programa sobre la naturaleza en la tele francesa, se ha hecho con más portadas que la derrota de los republicanos en América, que ya es decir. Todos le quieren. Unos como ministro potencial, otros como consejero. La reducción de emisiones de dióxido de carbono parece hoy el dogma más inapelable en la que, otrora, fuera la “hija mayor de la Iglesia” que celebraba con todo el ornato la conversión de Clodoveo. En fin que entre Santa Juana de Arco y san medio ambiente gana este último, y lo único que pervive es el odio a lo anglosajón.

En los Países Bajos las encuestas dan como ganadores el 22 de noviembre a los democristianos, que son demoprotestantes y no democatólicos, no se olvide. ¿Razones? La economía y la discreción. Por de pronto aquí gobiernan casi siempre coaliciones que moderan enormemente cualquier decisión y que la demoran hasta la existencia de un acuerdo suficiente. Esto tiene como beneficio que al hacer poco los políticos, la sociedad hace lo que le da la gana. Como perjuicio que los problemas se enquistan hasta que dejan de existir por habernos acostumbrado a vivir con ellos. Ejemplo: la inexistencia de una integración islámica. El partido laborista pretendía enfrentarse sin programa a un Gobierno que puso orden en las cuentas públicas, transformó recesión en crecimiento, participa firmemente en Afganistán, no medra en el Líbano, y encima mandó tropas a Irak, y cuando retiró a los soldados lo hizo con cautela, precaución y sin alharacas.

No obstante las aguas corren muy revueltas en lo que a islamismo se refiere. Este es un país muy pequeño en el que quince millones de holandeses se encuentran con un millón de musulmanes concentrados en sus cuatro grandes ciudades, y en barrios muy concretos, con mezquitas muy visibles. Hace poco se hizo público algo que era un secreto a voces desde hacía al menos dos años. El imán de La Haya, de origen sirio y apoyo wahabi, había hecho una prédica en la que deseaba la muerte tanto al luego asesinado Van Gogh, como a la luego patéticamente expulsada Hirsi Ali. La ministra que revocó la nacionalidad a Hirsi Ali ha balbucido que quería echar al imán, pero resulta que el Derecho no lo permite. ¿Ese que con tanta sutileza se aplicó a Hirsi Ali? No se sabe. El caso es que el imán sigue predicando y los amigos de Van Gogh siguen llevando flores a los medios que lograron que echaran a la holandesa de origen somalí.

Entretanto, el ministro de Exteriores ya va abriendo la mano al rechazo de plano a un nuevo tratado constitucional. Recientemente ha considerado muy inadecuado que se insista en querer imponer una bandera y un himno europeos, ergo, lo demás debe tener menos importancia, y con tiempo y discreción todo se puede ir tragando.

En definitiva, que aquí no pasa nada. Que Europa no crece. Y qué más da si ya es rica. Que no se defiende. Y qué más da si echamos a un par de ciudadanos y los malos se quedan contentos. Que no integra a minorías potencialmente peligrosas. Y qué más da si se echa agua a los coches incendiados, y ya escampará. Que no se hace frente a los peligros exteriores, desde el islamismo terrorista al Irán nuclearizado, pasando por una Corea belicosa. Y qué más da si tenemos a la ONU y somos buenos, no como esos salvajes del otro lado del Atlántico.

En Francia hubo en un tiempo un famoso Primer ministro, muy inteligente, irónico y valiente. Llamado a dirigir los destinos de la patria en un momento particularmente duro supo devolver el valor y la moral a los franceses para lograr la victoria en la I Guerra Mundial. Se llamaba Georges Clemenceau. Un día dijo: “Primero hay que saber lo que se quiere, luego hay que tener el valor de decirlo, y luego la energía de hacerlo”. Por desgracia no dio recetas para cuando faltaban las tres cosas.

Juan F. Carmona Choussat, Doctor en Derecho por la UCM, diplomado en Derecho comunitario por el CEU-San Pablo, Administrador civil del Estado, y correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación. Su libro más reciente es Constituciones: interpretación histórica y sentimiento constitucional.