Elecciones en Rusia

Hoy se celebran elecciones presidenciales en Rusia. El resultado no es dudoso. Vladímir Putin saldrá elegido. La única incertidumbre se cifra en saber si ganará de manera rotunda o si habrá segunda vuelta en el caso de no obtener, al menos, el 50% de los votos. Según los sondeos de opinión, el apoyo a Putin ha oscilado en los últimos meses entre un 48% y un 52%, de modo que la cuestión sigue abierta. Pero aunque Putin pueda sentirse cansado al caer la tarde de la jornada electoral, no hay motivo para permanecer despierto toda la noche. Mientras el precio del petróleo esté a cien dólares o más, Putin estará seguro.

Con toda probabilidad, serán unas elecciones justas, al menos en un sentido formal. Cabe conceder que es posible que se amañen (o se añadan) algunos votos a nivel local. No obstante, y en un sentido más amplio, puede afirmarse que estas elecciones presentan un valor menor: la oposición a Putin es acusada de estar pagada por Occidente y no obtiene cobertura en los medios de comunicación; las autoridades locales han presionado en ese sentido. Debe reconocerse que tras las últimas manifestaciones algunos líderes de la oposición han podido aparecer en televisión… en una ocasión. La única emisora radiofónica de oposición en el país (Ekho Moskvy) se halla bajo grandes presiones e incluso, según determinadas informaciones, ha sido amenazada con el cierre. El gigante de gas y petróleo Gazprom, expuesto a su vez a presiones, posee la mayoría de la propiedad.

Es indudable que, aunque el apoyo a Putin haya menguado a lo largo del tiempo, sigue siendo más popular que cualquier otro líder ruso. Es posible que Rusia sea un país autoritario, pero es un autoritarismo por consenso… de momento. Quienes juzgaron que las manifestaciones en Moscú y San Petersburgo anunciaban el principio del fin de la era Putin interpretaron erróneamente la situación. Dedujeron que como bajo el mandato de Putin se han observado escasos avances hacia objetivos primordiales como la modernización de la economía (y del país) y la lucha contra la corrupción omnipresente, iba a producirse con seguridad una gran reacción política contra las figuras en el poder.

Sucede, sin embargo, que entre una gran mayoría de la población no cunde precisamente un gran entusiasmo a propósito de la modernización, que seguramente perjudicará a amplios sectores (en particular, a las industrias obsoletas e ineficientes). La gente se siente moderadamente satisfecha con la situación actual y, en cuanto a la corrupción, ha formado parte de la vida rusa durante siglos; no cabe esperar seguramente ningún cambio espectacular al respecto aunque constaran incluso deseos de avanzar por la senda de las reformas en la cuestión.

Las protestas han quedado circunscritas a las clases medias y a la intelligentsia, a los que cabe añadir un puñado de idealistas y patriotas descontentos con la situación moral del país y preocupados por su futuro. Evidentemente, no es el principal segmento de la población del país. El partido con más militantes en sus filas es el partido “del sofá”; el de los que se quedan en casa y no quieren manifestarse ni mezclarse en asuntos públicos. Según los sondeos más fiables, constituyen el 75% de la población y se trata de un sector en aumento. Dada tal apatía, el régimen de Putin se halla más seguro que cualquier otro gobierno occidental que haga frente a unas elecciones en un futuro próximo.

Debe observarse, sin embargo, que si se dirige la vista hacia delante hay menos motivos para el optimismo en los próximos años. Rusia ha entrado en una segunda era de zastoi (estancamiento), como se denominó el periodo Breznev. Putin hizo muchas promesas sobre el gran futuro de este país. Un artículo de estos días en Komso

molskaya Pravda dice que Rusia es un Estado de bienestar que ofrece más ayudas y protección social que otros países, que presta más atención a la población y a los discapacitados, a la población en general y a las universidades y los centros educativos, incluidas las guarderías. Afirma también que el país gozará de mejores niveles de vivienda y mejores museos, mejores pensiones e ingresos más elevados para las clases medias. Habrá más alimentos y más cultura.

Pero, ¿podrá Putin proporcionar todo esto? La dependencia del país de los ingresos procedentes de una sola fuente –petróleo y gas– aumenta sin cesar y la modernización de los sistemas y métodos de extracción de tales materias primas presenta importantes problemas. En tales circunstancias, las faenas de extracción están resultando más caras y complicadas.

Sería poco realista esperar una mayor demanda social de reformas democráticas en un futuro próximo. Pero aumentará la impaciencia entre quienes no prospere la esperanza de una vida mejor. Putin y su entorno acusarán el paso de los años y se debilitarán sus fuerzas en tanto que la gente joven –una generación inquieta y hastiada– presionará en el sentido de un cambio. Rusia hará frente a diversas dificultades. Se les dirá a los rusos (como en otras épocas) que los países occidentales también hacen frente a diversos problemas. Es posible que se considere una respuesta acertada, pero es de escaso consuelo para el ciudadano que tantas promesas ha recibido.

Por Walter Laqueur, consejero del Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos de Washington. Traducción: José María Puig de la Bellacasa.

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