Elecciones europeas

Estas no han sido unas elecciones más al Parlamento Europeo. No lo podían ser porque la legislatura que comienza será la más difícil y compleja desde la refundación del proceso de integración con la aprobación del Tratado de Maastricht. No lo han sido porque los resultados han puesto seriamente en duda la confianza depositada en las grandes formaciones que han venido gobernando los estados de Europa occidental desde la II Guerra Mundial. Cuando en Francia triunfa el Frente Nacional y en el Reino Unido UKIP, partidos muy distintos pero que coinciden en el rechazo a las consecuencias del proceso establecido en Maastricht y rematado en última instancia en Lisboa; cuando en la propia Alemania surge una escisión de los democristianos que pone en duda esa estrategia; cuando por todas partes afloran, a derecha e izquierda, partidos que la cuestionan, tenemos que reconocer que una forma de avanzar en la creación de una Europa Unida ha entrado en crisis.

Elecciones europeasPrimero fue todo lo relativo a las políticas exterior, de seguridad y de defensa. Tras un esperanzador arranque en la cumbre francobritánica de St. Malo, se estancó con la crisis de Irak y no ha hecho más que dar tumbos a lo largo de las crisis de Irán, Primavera Árabe, Libia, Siria y la traca final de Ucrania, donde se actuó con frivolidad, sin calcular los efectos que un acercamiento podía provocar y sin saber cómo reaccionar cuando se hicieron realidad. En estos años se ha podido constatar que no había una visión común entre los estados de referencia, mientras que los funcionarios de Bruselas se guiaban por criterios idealistas que poco tenían que ver con la realidad. El resultado está a la vista de quien quiera ver, que no son muchos: renacionalización de las políticas y establecimiento de acuerdos bilaterales en perspectiva regional.

Después llegó la cuestión migratoria. En el ideal europeísta un espacio abierto a la circulación de personas era un avance. En la realidad social, cuando el desempleo crece y la identidad nacional se difumina, es un problema. Por eso, tanto desde la derecha como desde la izquierda han surgido reacciones contrarias. Para una parte de los europeos la convergencia no debe hacerse a costa de la identidad nacional ni provocando fuertes tensiones entre emigrantes y lugareños. Este ha sido uno de los argumentos más efectivos de los nuevos partidos euroescépticos, y por ello no puede sorprender que Sarkozy reapareciera en el último momento para sentenciar el fin de estas políticas.

Por último, y sin duda el elemento más importante, nos encontramos la política económica y monetaria, representada en el euro. Fue una irresponsabilidad aprobar una moneda común sin dotarla de un marco institucional que la pudiera gobernar con plenas garantías. En su momento esta idea fue repetida hasta la saciedad. No se hizo por la misma razón por la que ahora, en plena crisis, tampoco se lleva a cabo, porque una moneda única requiere de una sola política fiscal y eso se resume en que los presupuestos nacionales son propuestos por los Parlamentos y aprobados o no por Bruselas. Y si un presupuesto no respeta el límite de déficit del 3% es rechazado. Del mismo modo, Bruselas debería tener capacidad de control sobre la ejecución del Presupuesto, suspendiéndolo en caso de incumplimiento. El momento de la verdad se acerca y no parece que Francia, entre otros estados, esté dispuesta a dar este paso. Los franceses acaban de enviar un mensaje claro a su clase política, que lleva tiempo estudiando cómo revertir el proceso de Maastricht.

Una parte importante de la sociedad europea rechaza las políticas impuestas desde Bruselas, y eso ya se está haciendo patente en los distintos procesos electorales. Ese rechazo no implica un abandono del ideal europeísta, sino de una forma de hacer Europa. La idea, tan repetida, de que la solución pasa por «más Europa» es un atentado contra la inteligencia, porque no se trata de más o de menos, sino de qué Europa. Tampoco está en cuestión el bipartidismo. A los europeos les parece una opción práctica disponer de dos grandes partidos con distintas sensibilidades y una base común para alternar, siempre y cuando tengan claro cuáles son los intereses y valores a defender. Sin crecimiento económico, ni hay trabajo ni es posible mantener en pie el Estado del bienestar. Si ambos partidos caen en el fundamentalismo europeísta, ignoran la realidad y precipitan a la sociedad europea por una ruta sin salida, es lógico que los ciudadanos se revuelvan contra ellos y alienten nuevas opciones políticas ¿Qué esperaban? ¿Pensaban que los ciudadanos no tendrían más remedio que volver a votarlos?

La integración europea no es una opción, ha sido la forma de superar dos guerras mundiales con todo lo que conllevaron y es nuestra vía para afrontar con éxito el reto que supone una sociedad internacional globalizada. La vuelta al estado-nación es un acto reflejo cuando se pierde la confianza en la Unión, pero no puede ser una estrategia de futuro. En el corto plazo cabe esperar más renacionalización en las políticas exterior y de defensa y limitaciones a la libre circulación de personas. Pero el mayor problema lo encontraremos en lo relativo al euro. Como me decía un buen diplomático español, conocedor de las tensiones en Bruselas, «con huevos se puede hacer una tortilla, pero con una tortilla es muy difícil hacer huevos». No es lo mismo pasar de las monedas nacionales al euro que del euro a las monedas nacionales. La eurozona carece de cohesión, no parece posible que algunos de sus miembros puedan crecer de forma sostenible, los déficits son estructurales y el endeudamiento superó los límites aceptables. La resolución de la gobernanza del euro es hoy el tema capital, las previsiones no son buenas, y las consecuencias de su hipotética disolución o reducción, muy preocupantes.

Los resultados de las elecciones europeas dejan bien a las claras que no es posible seguir con las mismas políticas, que el proceso iniciado en Maastricht ha sido demasiado ambicioso y poco realista, que hay que evitar retos imposibles de satisfacer y centrarse en lo fundamental, que sin identidad y sin expectativas de futuro las sociedades se enervan generando conflicto. Necesitamos revisar el guión para restablecer el entendimiento entre la clase política y la sociedad sobre qué Europa queremos, cuál es nuestro papel en el mundo y cómo lograrlo.

Florentino Portero

2 comentarios


  1. Este articulo tiene bastantes carencias, despreciar a los estados-nacion no me parece correcto, los estados-nación son más vigentes que nunca y cada vez hay más, de hecho a Europa le ha ido mejor cuando mantuvo la independencia de sus paises, lejos de centralizacion de poder en Bruselas, Roma, Berlin o Paris, el europeismo no es más que un nuevo ultranacionalismo que quiere crear un super-estado europeo contra los deseos de la poblacion.

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  2. Respecto al Euro, creeme, no es dificil volver a las monedas nacionales, lo que pasa es que se ha creado un mantra de que fuera del Euro "hace mucho frio y nos iria mal", es el discurso del miedo, Alemania no quiere que se rompa el Euro y lo defenderá hasta que vea que no es sostenible, porque el Euro beneficia sobre todo a Alemania, si no fuera por la moneda unica Alemania no exportaria tanto a los paises de la Eurozona, pero resulta que a la mayoria de los paises nos perjudica el Euro, no solo a España sino a la misma Francia.

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