Elecciones generales, ya

Lo que la tragedia de la T-4 supuso para la política antiterrorista de Zapatero, lo ha supuesto la intervención in extremis de Merkel y Obama para su política económica: su atroz despertar, el abrupto y cruel final de sus ensoñaciones y engaños. Se acabó el optimismo estratégico; se acabaron las invocaciones huecas a la confianza en su liderazgo mesiánico; se acabaron todos los presagios infundados de un mañana mejor. España se hunde y, para evitarlo, los españoles vamos a tener que sufrir. Mucho. Sobre todo los más débiles.

Lo que le faltó ayer a Zapatero fue pedir perdón por el daño causado en los últimos seis años y anunciar su dimisión inmediata. Hubiera sido lo coherente y sobre todo lo decente después de un discurso que significa no ya una rectificación absoluta, radical, integral de su política, sino una enmienda a la totalidad de sí mismo. O del personaje que se ha venido a conocer popularmente como Zetapé.

Zapatero construyó su personalidad política sobre la base de tres beatíficos conceptos que se retroalimentan: el talante, la paz y los derechos sociales. Durante las celebraciones del primer aniversario de su llegada al poder, en 2004, acuñó el que, actualizado año a año, iba a ser el gran eslogan económico y social de todo su mandato: «Ocho años de derechas y uno de derechos». Sobre ese tosco pedrusco intelectual y político, construyó un discurso maniqueo y sectario de demonización del adversario: el Partido Popular está a favor de los ricos y en contra de los pobres; el Partido Popular no entiende ni defiende a los trabajadores; el Partido Popular es una grave amenaza para los funcionarios; el Partido Popular es insensible a los problemas de los pensionistas y al drama de los dependientes; el Partido Popular da la espalda a las mujeres y a los jóvenes.

Paso a paso, anuncio a anuncio, Rodiezmo a Rodiezmo, fue inflando este discurso y, al tiempo, las promesas y las deudas que hoy él ya no puede cumplir ni los españoles pagar. El globo de su demagogia se pinchó en Bruselas. Y colgado del hilo sólo queda ya la caricatura arrugada de un gobernante que ha arruinado a su país.

A partir de ayer, Zapatero es sinónimo no sólo de crisis económica y paro masivo, sino también de recortes sociales. Del mayor recorte social de la democracia; de un recorte -y esto es lo más importante- que se podría haber evitado. La dimensión del ajuste anunciado es directamente proporcional al tiempo perdido por un presidente que no ha querido aprender ninguna certera lección, ni escuchar ninguna oportuna advertencia, ni aceptar ningún buen consejo. Sobre todo si provenían de su adversario político, Mariano Rajoy.

Le ha faltado modestia y le ha sobrado soberbia. Y por eso pagará una factura electoral en las urnas. El problema es que la factura del desempleo, el déficit, el desprestigio y la desconfianza la tendremos que pagar todos los españoles. Pagaremos la factura política, económica e institucional de seis años de pésimo Gobierno.

Con la defunción política de Zetapé se acaba una etapa en la historia de nuestra democracia. Ahora sólo falta contar los días para las elecciones generales. O, mejor, exigir que los comicios se convoquen cuanto antes. Por dos razones elementales.

La primera es que el problema nunca puede ser la solución. Y Zapatero es el problema; garantía de incertidumbre y causa de desconfianza dentro y fuera de España. Las Bolsas podrán subir. El FMI podrá celebrar la rectificación del Gobierno español. Hasta Angela Merkel podría tener la gratificante sensación de que ha sido obedecida.

Pero todo será coyuntural. Porque, como en la fábula del escorpión, está en el carácter de Zapatero incumplir su palabra. Y, además, porque nunca tendrá la credibilidad necesaria: el campeón del despilfarro no puede ser nunca el líder de la austeridad.

La segunda es que Zapatero no tiene el mandato social para llevar a cabo ni su improvisado tijeretazo ni las meditadas y difíciles reformas estructurales que son necesarias para sacar a España de la crisis. Frente a la fortaleza que aún podrían darle a Zapatero unos sindicatos domesticados a golpe de talonario público, siempre será mayor la fortaleza de las urnas. El duro proceso de reformas económicas, políticas e institucionales al que está abocada España requiere de la legitimidad que sólo puede dar el respaldo mayoritario de unos españoles a los que se haya dicho la verdad. Tanto sobre la gravedad de la situación como sobre el programa de Gobierno para salir de la recesión y recuperar la prosperidad.

Los ciudadanos deben decidir quién les lidera en estos tiempos de sangre, sudor, trabajo duro y lágrimas. España necesita un Gobierno política y moralmente legitimado para reclamar los enormes sacrificios necesarios. España necesita elecciones ya.

Cayetana Álvarez de Toledo, portavoz adjunta del Grupo Popular en el Congreso.