Elecciones presidenciales en Portugal

Tema: Aníbal Cavaco Silva ha sido reelegido presidente de Portugal en unas elecciones marcadas por la abstención más alta de la Tercera República, lo que representaría tanto la desconfianza de los ciudadanos hacia la clase política como el rechazo de la gestión del gobierno socialista de José Sócrates.

Resumen: La victoria electoral de Cavaco se ha producido tras una campaña electoral monótona y aburrida, caracterizada por los ataques personales de los demás candidatos al presidente, intentando implicarle en casos de enriquecimiento ilícito, algo que finalmente no ha calado en el ánimo de los votantes que le han dado el triunfo. Pero la incertidumbre política continuará en los próximos meses, en paralelo a la evolución de la crisis económica, en torno a la posibilidad de que el presidente haga uso de su prerrogativa de disolver el parlamento poniendo fin al gobierno minoritario de los socialistas.

Análisis: Seis candidatos se presentaron a la primera vuelta de las elecciones presidenciales portuguesas el 23 de enero de 2011, mas el verdadero interés de la cita electoral residía en el enfrentamiento entre el presidente en funciones, Aníbal Cavaco Silva, apoyado por formaciones de centro-derecha como el PSD (Partido Socialdemócrata) y el CDS (Centro Democrático Social), y el representante socialista, Manuel Alegre, que contaba con la confianza del PS (Partido Socialista) y el BE (Bloco de Esquerda).

Cuatro candidatos minoritarios

Los sistemas electorales que recurren a las dos vueltas para obtener una mayoría cualificada, siguiendo el modelo de la Quinta República Francesa, favorecen la concurrencia de candidatos cuya principal peculiaridad parece ser llamar la atención del electorado con discursos anti-sistema, y a veces con propuestas extravagantes. Luego suelen justificar su fracaso en las urnas por la falta de apoyos económicos y la parcialidad de unos medios de comunicación vendidos a intereses inconfesables. Esta proliferación de candidatos se explica no sólo desde el mínimo de 7.500 avales de ciudadanos electores, exigidos por el artículo 127 de la Constitución portuguesa, sino también desde la idea de que el presidente está llamado a ser un árbitro entre las instituciones, por encima de las filiaciones partidarias. Esto lleva a algunos políticos a renunciar formalmente a su militancia o, en la mayoría de los casos, a limitarse a pedir el apoyo de la formación política a la que pertenecen, aunque a la vez puedan solicitar el voto de electores de otros partidos con afinidades ideológicas. Estos candidatos, efímeros por naturaleza, suelen alcanzar una cierta popularidad que en el futuro les favorecería en su proyección social y política, aunque ésta se reduzca a ámbitos restringidos.

Ni que decir tiene que el objetivo de los candidatos minoritarios es conseguir una segunda vuelta, lo que no siempre alcanzan. En Portugal sólo se ha logrado en las elecciones presidenciales de 1986, en las que el socialista Mario Soares venció en la segunda cita con las urnas. En el resto de los casos, la presencia de políticos de diferentes grupos de izquierda sirvió para debilitar la opción del candidato afín mejor posicionado, algo que ha sucedido con el socialista Manuel Alegre en 2006 y 2011. Si hace cinco años Soares y Alegre se neutralizaron mutuamente, en esta ocasión Defensor Moura, médico y ex alcalde socialista de Viana do Castelo, que no obtuvo el apoyo oficial de su partido, sólo obtuvo el 1,57% de los votos.

Los resultados obtenidos por los otros candidatos han sido dispares, siendo el tercer mejor situado el médico Fernando Nobre, fundador de la organización humanitaria Asistencia Médica Internacional (AMI) en 1984, y que ha logrado un 14,1% de sufragios, muy probablemente a costa del electorado de Manuel Alegre. Nobre goza de gran prestigio en Portugal por sus labores altruistas y se ha caracterizado a lo largo de los años por exponer un mensaje muy crítico contra la globalización especulativa que, en su opinión, está alentada por un Occidente injusto, opresor y ajeno a la miseria ajena. El candidato no ha dejado de alertar sobre una posible intervención del FMI en Portugal y aseguraba que la responsabilidad de lo que suceda será principalmente del PS y PSD. Por su parte, el electricista y diputado comunista Francisco Lopes tampoco ha obtenido el apoyo que suele alcanzar su partido en las elecciones legislativas (un 10%) y se ha quedado en un 7,14%. Pero el presidenciable que más se ha distinguido en llamar la atención de la opinión pública ha sido José Manuel Coelho, diputado de un pequeño partido del archipiélago de Madeira, que no ha dudado en repartir patatas en sacos azules o pasearse en un coche fúnebre, muy en su papel de fustigador de la corrupción política. Sus ocurrencias han servido para llenar de contenido las columnas de los analistas políticos en una campaña aburrida, aunque Coelho sólo ha obtenido un 4,5 % de votos.

Manuel Alegre: la incómoda posición de la utopía

Pese a alcanzar un 19,75% de los sufragios, Manuel Alegre ha fracasado en su segundo intento de alcanzar la presidencia. No ha mejorado sus resultados respecto a los obtenidos hace cinco años. Sus más de 830.000 votos se han quedado por debajo del 1.100.000 que consiguió en 2006. Quizá haya sido la última aventura de medio siglo de carrera política, asociada en sus orígenes a la resistencia contra el salazarismo, y de la que muchos recuerdan todavía su presencia ante los micrófonos de Radio Argel para fustigar el colonialismo luso en África. Eran los años en que Alegre estaba vinculado al Partido Comunista, que abandonaría en 1968 tras la represión soviética de la Primavera de Praga. La Revolución de los Claveles le llevaría a las filas socialistas y desde entonces ha sido diputado en la Asamblea de la República, además de ministro en uno de los primeros gobiernos provisionales. No menos conocido es este político por su trayectoria literaria, marcada por una combativa poesía social.

Se podría decir que Alegre es el eterno resistente, que suele transmitir el mensaje de Rimbaud de que la poesía debe servir para cambiar la vida. El poeta ha sido galardonado con numerosos premios, entre ellos el Fernando Pessoa en 1999, aunque en política no ha sido tan afortunado, pues no logró hacerse con la secretaría general del PS en 2004 y tuvo que presentarse a las elecciones presidenciales de 2006 como candidato independiente, pues su partido apoyó la candidatura de Mario Soares. En aquella ocasión, Alegre dejó en tercer lugar al histórico líder del PS con un discurso marcadamente idealista, defensor de una sociedad libre, justa y fraterna, muy en sintonía con el preámbulo de la Constitución de 1976 que el propio poeta redactó. En la presente ocasión, Alegre consiguió tardíamente el apoyo del primer ministro José Sócrates, representante de un socialismo liberal que es la antítesis de sus convicciones. Podría explicarse porque en estos tiempos de crisis y de medidas impopulares de gobierno, el jefe de gobierno necesitaba un candidato de izquierda en estado puro que sirviera para convencer a los electores de que el PS no ha abandonado su defensa del Estado social. Con Alegre en la presidencia, y pese a su fama de crítico que amenazó con vetar toda legislación gubernamental de carácter antisocial, Sócrates habría tenido garantizado que el presidente no disolvería la Asamblea y convocaría elecciones anticipadas en unos momentos en que las encuestas han estado dando mayoría absoluta al PSD. Alegre se hubiera tomado muy en serio su papel de padre de la nación y de árbitro de las instituciones, sin dejar de ahorrar otras críticas al ejecutivo, aunque en ningún caso habría contribuido a desalojar a los socialistas del poder.

Manuel Alegre ha pretendido ser la expresión del auténtico espíritu del 25 de abril, entendido como una revolución socialista. Está orgulloso de su pasado de luchador antifascista, de tal modo que su campaña electoral ha estado muy influenciada por la estética política de los años 60 y 70. Apareció como un candidato que apeló fuertemente a las emociones y al pulso de la calle, queriendo marcar distancias con la supuesta frialdad y distancia del tecnócrata Cavaco Silva. Uno de sus objetivos ha sido atraer el voto de otros sectores de la izquierda, pues en esta ocasión contaba con el apoyo del BE, que no presentó candidato propio a las elecciones. Esta formación de izquierda socialista pidió el voto para Alegre porque hubiera sido un presidente que se opondría a las medidas de austeridad y a la intervención del FMI en la economía portuguesa.

Hay que destacar dos puntos débiles en la campaña de Alegre. En primer lugar, no pareció tener en cuenta que 3 millones de portugueses nacieron después del 25 de abril de 1974, lo que implica que muchos de ellos son ajenos a las legitimaciones históricas esgrimidas por el candidato. En segundo lugar, ha pretendido aunar el voto del socialismo y de la izquierda radical, enemiga acérrima del gobierno de Sócrates. Aquellos electores socialistas moderados que no simpatizan con su candidatura habrán optado por la abstención, y otros electores de izquierda han preferido a cualquier otro presidenciable por el mero hecho de que Sócrates apoyaba a Alegre. Lo único que podía esperar el candidato era que esta inevitable penalización de los electores no fuera excesiva. En cualquier caso, el político socialista ha resistido hasta el final sin dejar de repetir que una segunda vuelta era posible y con continuas apelaciones a la esperanza, la democracia y el Estado social, y envuelto siempre en la autosatisfacción de relacionar el triunfo de su candidatura con el de la utopía.

Aníbal Cavaco Silva: una candidatura y una reelección anunciadas

Cinco años después del anuncio de su primera candidatura a la presidencia de la república, casi día por día, el 27 de octubre de 2010, Cavaco Silva confirmaba que se presentaba a la reelección “ante la situación extremadamente difícil por la que atraviesa el país”. Mantuvo la incógnita hasta tres meses antes de los comicios, aunque precisamente ese silencio era un posible indicio de que volvía a presentarse. De hecho, del discurso pronunciado por Cavaco Silva en el ayuntamiento de Lisboa el 5 de octubre, con motivo del centenario de la proclamación de la República, podría deducirse, sin excesiva dificultad, que el político portugués tenía todavía muchas cosas que decir en la vida pública. Sus palabras alabaron el sistema republicano, entendido como expresión del patriotismo cívico y del servicio a Portugal, aunque no fueron precisamente una apología de la Primera República, cuyos elevados ideales contrastaban, según el mandatario luso, con la interminable sucesión de conflictos y divisiones políticas que desembocaron en la dictadura salazarista.

La pedagogía histórica de Cavaco Silva corresponde a la de un tecnócrata, convencido de que la crispación de las luchas partidistas lleva a descuidar los verdaderos problemas de los ciudadanos. En el citado discurso enumeró las carencias del Portugal de hace un siglo como la pobreza, el atraso económico, la desigualdad, la dependencia externa o el desequilibrio de las cuentas públicas, pero para la mayoría de sus oyentes estaba claro que no se estaba refiriendo sólo al pasado. Implícitamente podría desprenderse de su discurso que el progreso del país no había sido obra de los mesianismos políticos del siglo XX, en forma de revoluciones o de dictaduras, sino de la entrada de Portugal en las Comunidades Europeas hace 25 años, cuando Cavaco Silva era primer ministro, una efeméride que servía de orgulloso colofón a un discurso poco entusiasta sobre los logros de la Primera República. Según el presidente, la integración europea es lo único que ha posibilitado que en el Portugal de hoy se viva mejor que hace un siglo y un cuarto de siglo. No podía expresarse de otro modo un político que, incluso durante los turbulentos años posteriores a la revolución del 25 de abril, siempre quiso mantenerse al margen de las tensiones partidarias, de tal modo que Mario Soares le calificó en cierta ocasión de “hombre sin currículo político”. La intervención de Cavaco Silva quiso ser, ante todo, un elogio de la cultura de la responsabilidad, cuya ausencia sería la responsable del fracaso del régimen republicano de 1910 y de situaciones políticas más recientes.

Sin anunciar de momento su propósito de presentarse a la reelección, en el discurso presidencial del centenario de la República se perfilaba un escenario sombrío del que sólo podría salirse con un cambio de rumbo en la política nacional. Teniendo en cuenta que las últimas elecciones legislativas se celebraron en septiembre de 2009 y que el gobierno minoritario de Sócrates parece decidido a resistir tres años más, a pesar de la impopularidad de sus medidas de ajuste y en espera de mejores tiempos para la coyuntura económica, la única perspectiva de cambio tendría que venir de que Cavaco Silva volviera a ser candidato a la jefatura del Estado. Aunque todos los presidentes de la actual República han obtenido un segundo mandato, el actual inquilino del palacio de Belem concurría a las urnas en unos tiempos marcados por la crisis económica y la frustración social, en los que muchos electores suelen estar dominados por la indiferencia, el escepticismo o la desconfianza hacia la clase política. Esto explica una abstención del 53,37%, lo que supone que 5.139.726 portugueses le han dado la espalda a las urnas, un resultado más elevado que el de la reelección del socialista Jorge Sampaio en 2001, cuando la abstención alcanzó el 50,29%. Y es que en el Portugal de hoy no existe demasiado espacio para “presidentes reyes” ni para enésimas reencarnaciones del mito del rey don Sebastián, tan presente en la historia y cultura portuguesa. Ese tipo de ilusiones languidece no sólo con la crisis sino también con esa mentalidad posmoderna y posnacional que se extiende por Portugal, al igual que por otros países europeos.

Sin embargo, el descontento con la gestión del gobierno socialista y una tediosa campaña electoral, en la que los otros candidatos sólo ofrecían propuestas utópicas o se dedicaban casi en exclusiva a desacreditar al presidente, llevó a muchos electores a dar su voto a Cavaco Silva, y en no pocas ocasiones como un medio para castigar a Sócrates, el verdadero rival que no se presentaba a la contienda. De ahí el resultado del 52,94% de los votos, mejor que el 50,5% de 2006, aunque también es cierto que esto supone medio millón de sufragios menos que en aquellas elecciones. Pese a todo, la mayoría de los electores, al contrastar la inexperiencia o la apariencia de frivolidad de algunos candidatos, ha valorado una vez más la imagen de seriedad, autoconfianza y laboriosidad que ofrece Cavaco Silva, del que podríamos decir que tiene rasgos de presidente gaullista por su pragmatismo y su concepción del republicanismo como un patriotismo cívico que debe estar orientado a servir los intereses de su país. En realidad, estamos ante una constante de la Tercera República Portuguesa, que quiso reforzar la figura del presidente para evitar la inestabilidad en la Jefatura del Estado, característica de la Primera República. No es del todo exagerado afirmar que desde el mariscal Antonio de Spínola, los presidentes portugueses han tenido vocación de De Gaulle o del no tan diferente Mitterrand, pero el problema radica en que Portugal tiene un sistema político semipresidencialista, lo que puede llevar a una difícil coexistencia entre el jefe del Estado y el jefe del gobierno.

Estrategias descalificadoras en una campaña monótona y aburrida

La campaña electoral no fue pródiga en propuestas sobre los verdaderos problemas de Portugal, sobre todo los derivados de la crisis económica y de sus repercusiones sociales, lo que explica la elevada abstención. Es significativo, además, que las urnas presentaran más de 130.000 papeletas en blanco, una cantidad que no se veía desde las elecciones de 1991, en que fue reelegido Soares. Esto demostraría que Portugal no es diferente de otras sociedades europeas, en las que está aumentando el número de personas que se excluyen a sí mismas de la ciudadanía activa, lo que contribuye a debilitar a la sociedad civil, elemento necesario de una verdadera democracia participativa.

Por lo demás, la situación socioeconómica ha alimentado las estrategias descalificadoras de quienes intentan convencer al electorado de que los políticos, y en especial los que están en el poder como Cavaco Silva, viven al margen de los problemas de la gente y sólo buscan su enriquecimiento personal. Ha sido una campaña centrada en casos particulares de candidatos, de los que alimentan a la prensa sensacionalista, una campaña que sólo servía para señalar a los otros con el dedo. Es legítimo hablar del pasado de los políticos, pero también habría que haber hablado de sus propuestas, de cuál sería su actuación al frente de una presidencia con poderes simbólicos y representativos. No se está eligiendo a un primer ministro. De otro modo, se crea una ficción, que no es amparada por la ley fundamental portuguesa, de que el presidente está habilitado para resolver los principales retos a los que se enfrenta Portugal.

Recordemos que se acusó a Cavaco Silva de comprar acciones a precio de saldo del Banco Portugués de Negocios (BPN), nacionalizado por el gobierno en 2008, como consecuencia de un grave escándalo que hizo salir a la luz un descubierto de 2.000 millones de euros. En realidad, en 2001 el político tuvo un derecho preferencial de compra sobre 105.000 acciones, que luego vendió obteniendo una plusvalía de 150.000 euros. Cavaco, que no ocupaba ningún cargo público en aquel momento, no ha querido dar explicaciones sobre una inversión que realizó como ciudadano privado, y tampoco quiso entrar en la polémica sobre la escritura de una casa de vacaciones en su Algarve natal. Pero ni siquiera Manuel Alegre se libró de los reproches de enriquecimiento, en contraste con sus ideas anticapitalistas, pues se le recriminó haber contribuido a la campaña publicitaria del Banco Privado Portugués (BPP), un banco especializado en la gestión de grandes patrimonios y que fue intervenido por el Banco de Portugal tras un agujero de 700 millones de euros. Manuel Alegre escribió para el BPP un artículo en que exponía su relación con el dinero y cobró 1.500 euros, si bien luego exigió que se retirara su artículo y devolvió el cheque recibido.

Cautelas para un tiempo de incertidumbre

La reelección de Cavaco Silva sitúa en primer plano la posibilidad de que el presidente pueda disolver a medio plazo la Asamblea de la República, aunque no antes de seis meses después de su toma de posesión en marzo, según se prevé en la Constitución. Sería, por tanto, el final del gobierno minoritario del PS, cuyas medidas de rigor presupuestario han sido apoyadas por el PSD frente a la oposición izquierdista. Sin embargo, Cavaco Silva se ha mostrado cauteloso ante el uso de su prerrogativa, que su antecesor Sampaio utilizó en 2004 y que sirvió para que Sócrates obtuviera mayoría absoluta en febrero de 2005 gracias a unas elecciones anticipadas. La cautela se entiende porque esa posibilidad no garantiza que de las nuevas elecciones no saliera un gobierno minoritario del PSD que, en cualquier caso, necesitaría el concurso del democristiano CDS, y los dirigentes de este partido tendrían que decidirse si concurren a las urnas con los socialdemócratas o simplemente se limitan a establecer pactos poselectorales, tal y como han hecho en los últimos años.

La cautela de Cavaco Silva se extiende también al propio Sócrates que se ha limitado a afirmar, como comentario del resultado electoral, que los portugueses han optado por la estabilidad. Después de todo, Alegre habría resultado un presidente incómodo para el primer ministro, en particular si se produjera la temida circunstancia de la intervención de Portugal por el FMI o la UE. También se ha mostrado un tanto frío, y en apariencia distante, Passos Coelho, líder del PSD, que ha evitado personarse a celebrar el triunfo del presidente al centro cultural de Belem. Passos Coelho ha negado también, a lo largo de la campaña, su interés en que Cavaco Silva proceda a la disolución de la Asamblea, aunque asegura que pedirá la celebración de elecciones anticipadas si tiene lugar la intervención económica.

Conclusiones: Pese al alto grado de abstención, las elecciones presidenciales han demostrado que no existía una alternativa seria a Cavaco Silva. Es cierto que el presidente no ganó contundentemente, pero su principal adversario, el socialista Manuel Alegre, fracasó de manera estrepitosa por querer compaginar los votos del centro-izquierda con los de la izquierda radical. En un futuro próximo, un Cavaco Silva, que ya no puede optar a la reelección, estará inclinado a hacer una “presidencia activa”, es decir, más beligerante frente al gobierno de Sócrates. En estas circunstancias, una intervención del FMI y la UE sería el preludio de una inevitable crisis para un gobierno minoritario.

Por Antonio R. Rubio Plo, Doctor en Derecho y analista de política internacional.

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