Elegir entre PSOE o PSP-C

Que el PSOE se juega su futuro como partido de gobierno en la elección de su próxima/o secretaria/o general este domingo, 21 de mayo, ya prácticamente nadie lo pone en duda. Lo sucedido con los partidos socialdemócratas en otros países europeos, el último de ellos, Francia, deja bien a las claras que el riesgo de que en España el PSOE se convierta en una fuerza política marginal o irrelevante no es una mera conjetura de casi imposible cumplimiento, sino algo que puede suceder realmente.

La cosa no sería muy grave si, cumplido el peor pronóstico, la única consecuencia que ello tuviese fuera la desaparición, o jibarización, de un partido político, sin más. Al fin y al cabo, las asociaciones u organizaciones políticas, como cuerpos vivos de la sociedad que son, nacen, crecen, en su caso, se reproducen, y, por regla general/natural, mueren. La vida misma.

El problema es que en este concreto caso hay, o con toda probabilidad puede haber, más. Porque el PSOE no solo es un partido político, con su historia, sus militantes, su organización, sus reglas de funcionamiento interno, su vida orgánica, en definitiva. El PSOE es eso, pero representa mucho más. El papel que ha desempeñado el PSOE en los últimos 40 años de democracia en nuestro país, parte importante de los cuales con un Gobierno socialista, ha resultado decisivo para procurar una amplia cohesión social y territorial.

No es baladí, por tanto, la cuestión. Seguramente, ayudar a cohesionar social y territorialmente un país como el nuestro, fatigado durante tanto tiempo por enfrentamientos de uno y otro tipo, sea lo más elogioso que se pueda decir de un partido político. Porque aferrarse a una sola idea parcial o particular, llevarla al extremo, enfundarse en su bandera, dividir desde la generación de una dinámica amigo-enemigo, es lo más fácil, aunque también lo menos fructífero y lo más peligroso, en la medida en que puede conducir a una sociedad compleja, como lo son todas, a posicionarse en un marco de convivencia en el que solo caben los nuestros, de modo que a los otros hay que expulsarlos, arrinconarlos, despojarles de casi todo, incluso, de su derecho a expresarse.

Es una exageración, lo sé, pues cuesta creer que en este momento, en España, nos encontremos en esas. Pero tampoco conviene descuidarse; comienza a haber indicios de que la cohesión social y territorial está sufriendo mucho. La corrupción insoportable, sobre todo, del partido que sostiene al Gobierno del señor Rajoy, que todo lo embarra, que tanta desconfianza genera, que tanto desmoraliza; el populismo, a veces, radical, en otras ocasiones, ambiguo, de quienes rechazan los pilares de nuestro sistema democrático, con su mito fundacional, la Transición, en busca de una Arcadia feliz que cada vez se parece más a un infierno sectario; o el desafío a la democracia y al Estado de derecho por parte del independentismo en Cataluña, constituyen buenas muestras de la necesidad imperiosa de reconducir la situación hacia cauces de responsabilidad política más pacíficos.

Y es ahí donde se espera que esté el PSOE. Quienes aspiran a liderarlo deberían tenerlo perfectamente claro, aunque insertos como están en el fragor de la batalla, parece que esto ni siquiera lo tienen en cuenta.

Resulta especialmente preocupante que algún candidato siga criticando, de manera frívola, la posición finalmente adoptada por el PSOE, absteniéndose, para posibilitar la investidura del actual presidente del Gobierno, tras la celebración de dos elecciones consecutivas en las que, por cierto, él era el cabeza de lista de ese partido, habiendo obtenido cada vez peores resultados.

Que para muchos ciudadanos, no ya solo progresistas, sino, en general, decentes, resulte muy difícil de digerir que el señor Rajoy sea, de nuevo, presidente del Gobierno, a la luz de lo que en los últimos tiempos estamos descubriendo sobre la corrupción en la que han incurrido numerosos dirigentes destacados de su partido, no obsta para que, llegado el crítico momento en el que hay que decidir entre facilitar la gobernabilidad del país, o volver a repetir, ¡por tercera vez!, el proceso electoral, un partido político responsable tenga que optar por la primera de las alternativas, sobre todo, teniendo en cuenta que la otra se manifestaba poco menos que imposible, una vez que uno de los partidos que tenía facilitarla no estaba dispuesto a abandonar su juego del "mejor cada vez peor", al entender que una deriva de deslegitimación del sistema institucional y democrático le beneficiaba electoralmente.

Igualmente preocupante resulta que ese candidato plantee su campaña en términos dicotómicos, al intentar someter a la militancia a un dilema profundamente falso y divisor acerca de si el PSOE es, o ha de ser, de izquierdas o de derechas. Cabe imaginar que quien se hace esas preguntas, en realidad, es que tiene alguna duda, si bien cuesta entender por qué esa misma duda parecía no existir cuando, por ejemplo, hace unos años apoyó con su voto la reforma del artículo 135 de la Constitución. A veces da la impresión de que sobra demagogia y falta seriedad.

Aun siendo todo esto muy significativo y revelador de ciertos talantes y talentos, tal vez lo que más preocupe a un atribulado militante socialista sea tener que decidir con su voto entre un venerable partido al que se siente unido por el orgullo de saber que gracias al papel que el mismo ha desempeñado a lo largo de casi 140 años de historia muchas personas desfavorecidas han podido mejorar su vida, y un candidato a secretario general, Pedro Sánchez Pérez-Castejón (PSP-C), que no ha tenido ningún reparo en poner a ese partido ante una tesitura casi existencial: o gana él para que el PSOE sea de izquierdas, o gana otra/o para que el PSOE sea de derechas..., como si pudiese haber un PSOE de derechas.

Así las cosas, me temo que, en realidad, a lo que nos enfrentamos los militantes socialistas hoy, domingo, 21 de mayo, es a otra tesitura: PSOE o PSP-C. Que cada una/o haga su propia reflexión y vote en conciencia.

Antonio Arroyo Gil es profesor de Derecho Constitucional de la Universidad Autónoma de Madrid. Militante del PSOE desde 2007.

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