Elogio de la mentira

¿No cree usted que el título de su artículo es algo más que presuntuoso? Aparte de que elogiar la mentira carece por completo de sentido. Mentir es un feo vicio. Hay culturas que acertadamente entienden que la falsedad destruye la confianza, que es a su vez el sustrato de la convivencia social y por eso condenan la mentira como la más grave de las ofensas. Concretamente, en los países anglosajones es gravísimo copiar en los exámenes, decir en el impreso de aduanas que no se transportan productos alimenticios cuando sí se hace, o lo que en cierta medida está haciendo usted, «tomando prestado» textos ajenos para una tesis doctoral o un artículo. Por no hablar de las mentiras de los políticos, que son siempre una ofensa imperdonable. Recuerde a Nixon.

No estoy de acuerdo. Creo que la alabanza de la locura que hizo Erasmo es perfectamente aplicable al cinismo en política, que es lo que yo quiero defender. Porque mi elogio no se refiere a cualquier embuste, como enseguida verá usted, sino al cinismo en política. Y reconozco que ya lo hizo Jonathan Swift en su «Arte de la mentira política». Pero en modo alguno me considero plagiario. Prosigo.

Elogio de la mentiraLa mentira ha sido objeto de los más sesudos análisis por parte de los moralistas de todas las épocas, y, si bien siempre hay una base común que es la falsedad, no es menos cierto que las circunstancias hacen que las mentiras sean más o menos graves, o incluso moralmente aceptables: ahí está, por ejemplo, la célebre restricción mental de los moralistas clásicos, dentro de cuya categoría están la mayor parte de las formas sociales; «Cómo me alegro de verle, don Fulano» «Qué guapa está usted hoy, doña Fulana» y otras muchas. La mentira forense es una de las especies más características. Ya en las Tablas de la Ley se distinguía correctamente la mentira forense del embuste común: «No darás falso testimonio ni mentiras». La mentira en juicio ha sido siempre duramente perseguida y castigada. Un conocido precedente es el del interrogatorio de los tres viejos libidinosos que relata el

Libro de Daniel, cuyo perjurio en el caso por adulterio de la casta Susana sirvió para probar la inocencia de ésta. En efecto, interrogados por separado, siguiendo el consejo de Daniel, se contradijeron ante el tribunal sobre cuál había sido la especie de árbol bajo el que el supuesto adulterio se había cometido. Yo pienso que viene de entonces la práctica procesal, universalmente aceptada, de que los testigos no puedan presenciar unos el testimonio de los otros. No veo a dónde quiere usted ir a parar. Voy. Cuando el político practica un cierto grado de cinismo en su discurso, la mentira se sublima, se convierte en arte. Una mentira por muy elaborada que esté, es, en el mejor de los casos, una piedra preciosa en bruto. Pero en manos –habría que decir en boca o en pluma– de un político, se convierte en un brillante bellamente tallado. A veces no pasa de un trabajo de bisutería, y no precisamente de bisutería fina, es verdad, pero siempre tiene algo de elaboración artística. En el político, manipular la verdad con descaro –en esto consiste el cinismo– es un recurso retórico. La falsedad se exhibe al desnudo y, así, desaparece la mentira. No hay trampa ni cartón. El prestidigitador pone a la vista del público la baraja. Una, dos y tres. ¿Dónde está el as de corazones? Lo siento, se equivocó usted de nuevo. La mano es más rápida que el ojo. Porque es cierto que el ojo ha tenido su oportunidad. Desaparece la mentira. No hay engaño. O mejor dicho, no hay más engaño que el que cada uno está dispuesto a asumir en razón a su propio sectarismo, que le hace aceptar como verdad lo que evidentemente no lo es. El político está plenamente exculpado. El que se condena a sí mismo es el que le otorga su confianza.

Sigo sin ver a dónde quiere usted ir a parar.

Voy a parar en el proceso en curso para formar gobierno que protagoniza don Pedro Sánchez, respecto del que no puedo ocultar mi admiración por su arte en la prestidigitación de la verdad: después de proclamar más de una docena de veces que no tenía el mínimo propósito de llegar a acuerdo alguno con el PP, ni por activa ni por pasiva, esa proclamación se ha convertido ahora, en su discurso de presidente in pectore, en acusación al PP de no querer negociar. Y para probarlo piensa invitar a Rajoy a merendar para constatar que ese es el caso. Y refuerza su buena fe ofreciendo su mano tendida al PP para aquellos asuntos que hayan de considerarse de Estado, como es la reforma constitucional, convirtiendo en generosa oferta lo que no es más que la necesidad aritmética de los votos del PP para alcanzar la mayoría reforzada constitucionalmente necesaria. Asegura que no sobrepasará las líneas rojas impuestas por el Comité Federal, pero eso no le impide negociar con los nacionalistas ocultamente y facilitar como pago a cuenta la formación de sus grupos parlamentarios en el Senado que sin su ayuda habrían sido inviables. Se salta a la torera la autoridad del citado Comité Federal remitiendo al voto de las bases el acuerdo de coalición que eventualmente alcance. Se reúne, alegando firme propósito de entendimiento, con Ciudadanos, mientras que escenifica con Pablo Iglesias una durísima negociación, cuando todo induce a pensar que ya tiene un acuerdo cerrado con Podemos. O al menos eso piensa don Pablo Iglesias. Y termino.

El más difícil todavía: ha conseguido que respetabilísimos representantes del establishment presionen el PP para que apoye desde fuera un gobierno del PSOE con Ciudadanos, a fin de que el señor Sánchez –se dice– no esté obligado a caer en las garras de Podemos. ¡Un gesto en beneficio de la nación para que el PP expíe errores pasados! Lo cierto es que de esta forma el señor Sánchez se habría liberado de su única hipoteca en la negociación, a saber, la desastrosa (para él), celebración de nuevas elecciones, y se convertiría en presidente inexpugnable ¡con solo 90 escaños! y con la posibilidad de gobernar en difícil equilibrio que superará con su ya reconocida técnica: populismo y titiriteros para la izquierda; economía respetuosa con los requerimientos de la UE, para la derecha; defensa de la integridad nacional, para el centro de Ciudadanos; y propuestas inviables de reformas federales, para la periferia nacionalista. Izquierda, derecha, centro, periferia. ¿Dónde está el as de corazones? Ha vuelto usted a perder. La mano del señor Sánchez es más rápida que el ojo.

Pues ¿sabe usted lo que le digo? Que en este batiburrillo en el que estamos, lo mismo es lo mejor.

Daniel García-Pita Pemán, jurista.

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