Elogio del 'think tank'

Hemos avanzado bastante. No hace aún mucho tiempo, al utilizar esta expresión que no tiene traducción al español (literalmente, tanque de pensamiento), era necesario aclarar su significado. Hoy se sabe más o menos que el empleo de esta locución inglesa alude a centros de pensamiento, instrumentos al servicio de la sociedad para generar conocimiento en diversas materias o, incluso, si queremos decirlo de manera supuestamente más culta, a los llamados laboratorios de ideas o gabinetes de estrategia. Los think tanks son, en efecto, instrumentos de la sociedad. Seguramente uno de los mejores indicadores de madurez del tejido social —la llamada sociedad civil— es el conjunto de capacidades de conocimiento que puede aportar. Este potencial de saberes, que luego se convertirán en concreciones de diverso orden a través de mecanismos de difusión e influencia, será el que permita a las sociedades enfrentar los problemas derivados de la aparición de nuevos fenómenos y reaccionar implementando las soluciones que se requieran.

Se ha venido diciendo al respecto que España no ha desarrollado adecuadamente esta trama social y no hay que extrañarse por ello: hemos pasado demasiado tiempo mirando hacia adentro, tanto que hay una gran falta de costumbre para ver globalmente los problemas. Tampoco está del todo clara la distribución de tareas entre los poderes públicos y la sociedad civil y en ocasiones, más de las debidas, se instala en los espacios oficiales la desconfianza hacia el trabajo de las organizaciones sociales, quizá porque resulta muy difícil canalizar y controlar su proyección externa. En alguna medida ha pasado lo mismo en el campo de los agentes privados, porque en ocasiones no disponen de estructuras que permitan aprovechar los resultados que vienen del exterior de sus propias organizaciones o acaso no desean interferencias en la adopción de sus decisiones de negocio.

Pero es un hecho incuestionable que conocimiento es igual a progreso. Y si creemos que es necesario aportar saberes e información, movilizar a la opinión pública, impulsar la acción o recomendar soluciones a los problemas en presencia, estamos ante la necesidad de crear este tipo de instituciones.

Con todo, de un tiempo a esta parte se ha producido en nuestro país un desarrollo de los centros de producción de conocimiento verdaderamente notable. Sin que esta afirmación signifique que estemos al nivel de otros países, especialmente los del área anglosajona (hay casi 2.000 centros de este tipo en EE UU), sí hay que decir que en este momento España cuenta con una plataforma razonablemente sólida de pensamiento civil, hasta el punto de que lo que se empieza a echar de menos es, por una parte, el trabajo en red que permita aprovechar mejor sinergias y capacidades cognitivas y, de otro lado, la conexión entre el mundo de las ideas y el de las decisiones.

Nuestros think tanks o centros de pensamiento y análisis han desarrollado diferentes formatos. Algunos de ellos son generalistas, otros están especializados por materias o por áreas geográficas. Unos tienen mayor componente académico. La Administración ha constituido en ciertos ámbitos sus centros de análisis, mientras que los grandes partidos políticos han creado también sus propias sedes de producción de ideas. Hay organizaciones que parten de un posicionamiento ideológico concreto o se acercan a los asuntos de debate desde la perspectiva de interés de grupo. En fin, unas entidades piensan más en estudios estáticos y otras organizaciones se sitúan mejor en el terreno de las propuestas de actuación o en la acción misma a través de la definición de programas. Es frecuente en nuestro panorama encontrar varios o algunos de estos componentes en la naturaleza y objetivos de los centros de análisis y reflexión.

Fuera de la teoría, estos núcleos de pensamiento son hoy más necesarios que nunca. El papel del Estado se ha venido debilitando en las últimas décadas. A las cesiones de soberanía que requiere la adquisición de masa crítica suficiente en el escenario internacional, se une la presión de la globalidad, porque las decisiones ya no son autónomas, porque las tendencias son globales, porque las fronteras se difuminan. En este momento la fortaleza de la sociedad civil y de sus organizaciones, más que suplir, refuerza el papel del Estado.

Aún más, en este momento y con más importancia que nunca, hay que tomar decisiones estratégicas, que no valen nada si no se fundamentan en sólidas plataformas de conocimiento de la realidad y en el análisis de las grandes variables que condicionan el futuro del planeta.

Estas decisiones estratégicas, para las que la contribución de los think tanks resulta imprescindible, se configuran como la creación de una verdadera estrategia país. En otros momentos históricos teníamos clara la hoja de ruta. En la transición, nuestras opciones pasaban por la consolidación de las libertades, la modernización económica y social, la ruptura del aislamiento internacional y la convergencia europea. Pero hoy las circunstancias han cambiado. A pesar de la crisis, sigue intacto nuestro potencial, que se basa en la ubicación estratégica, el tamaño medio de nuestra economía y la adecuada combinación entre el hard power o poder duro (economía, defensa, comercio) y soft power o poder blando (lengua, cultura, investigación, valores), en terminología de Joseph Nye. Sin embargo, la globalización ha podido con la geopolítica, porque las zonas de influencia ya no tienen el mismo significado. La multipolaridad pide planteamientos globales, porque los intereses de una potencia media como España ya están en todas partes. La evolución del mundo exige, a su vez, la reformulación de objetivos, tanto en el desarrollo social cuanto en la transmisión de la propia identidad nacional.

Es preciso, pues, fijar unos objetivos que nos identifiquen como país, que trasciendan las políticas concretas y que permitan el apoyo comprometido de la sociedad civil en colaboración con los poderes públicos. Esos objetivos son las líneas generales de implantación de un modelo social. Educación, bienestar, innovación, competitividad, tratamiento de los recursos naturales, instrumentos de cohesión territorial, tolerancia, cultura de paz y sociedad abierta, son elementos que identifican nuestro modo de comportarnos.

Este planteamiento trasciende las políticas de imagen de marca y no está tan ligado al ejercicio de la influencia en el exterior cuanto a la necesidad de que se nos sienta presentes, con una naturaleza propia, en el escenario internacional. Esta es una de las enseñanzas del Índice Elcano de Presencia Global, que está a punto de publicar su segunda edición. El problema no es ya la dimensión comercial, que es tan sólo una faceta de la imagen de un país. La cuestión de fondo es la construcción de una identidad como país, porque solo desde ella se puede proyectar al exterior un modo de ser propio. Esta identidad debe asentarse sobre bases sólidas definidas por una estrategia que comprenda la coherencia de los planteamientos, la planificación de las acciones, la presencia homogénea y la política de comunicación. Todo ello constituye la formulación de una diplomacia pública que desde el Real Instituto Elcano hemos intentado desarrollar.

Para toda esta labor los think tanks son hoy imprescindibles. Lo han visto hace tiempo aquellas sociedades que están más vertebradas que la nuestra. Pero esta percepción se está abriendo paso en España. Hay que aprovechar, porque no nos sobran los recursos, a estas instituciones que con voz propia y desde diferentes perspectivas que enriquecen el conocimiento, elaboran análisis de la realidad que se proyectan al futuro, sirven de punto de encuentro a los actores sociales, son cauce de un debate que hay que mantener abierto a los cambios vertiginosos que se suceden hoy y comprometen a la sociedad en una idea compartida.

Gustavo Suárez Pertierra, exministro de Educación y Ciencia y de Defensa, ha sido hasta ayer, 28 de marzo, presidente del Real Instituto Elcano.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *