Emerge la Cataluña silenciada

El voluntarismo acaba, tarde o temprano, chocando con la realidad. Y el nacionalismo es puro voluntarismo que navega hacia la nada. Ello no sería peligroso si no arrastrara tras de sí a una sociedad entera. Un ejemplo: tras el no del Parlamento español para transferir a la autonomía catalana la competencia sobre referendos, el Govern se ha empeñado en hacernos creer que Europa dejaría entrar a una Cataluña independiente, saltándose todo protocolo y normativa. Ya el 1 de marzo de 2004, Romano Prodi, afirmaba que «cuando una parte del territorio de un Estado miembro deja de formar parte de ese Estado, (...) los tratados dejarán de aplicarse a este Estado. (...) Los tratados ya no serán de aplicación en su territorio».

Para los oídos sordos, el 12 de noviembre de 2012, el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, respondió oficialmente y por escrito a los eurodiputados españoles Izaskun Bilbao (PNV), Ramon Tremosa (CiU), Salvador Sedó (CiU) y Raül Romeva (ICV), sobre una posible secesión: «Ciertas hipótesis, como la separación de una parte de un Estado miembro o la creación de un nuevo Estado, no tendrían carácter neutro (...). La Comisión recuerda que este proceso debe ajustarse plenamente a las normas y procedimientos previstos en los tratados de la UE». Esta es la Cataluña del voluntarismo y de la ensoñación, la que niega toda evidencia ante las catastróficas consecuencias de una hipotética independencia.

Mientras que la casta nacionalista creaba ante el resto de España un imaginario de un pueblo sin encaje en la patria común, otra Cataluña ha permanecido demasiados años silenciada. Acallada por el caudaloso derroche de subvenciones a las casas regionales, a las asociaciones culturales, a las editoriales, a la prensa... adormecida por una hipertrófica televisión autonómica y un sistema educativo cuyo drama ya no es la inmersión lingüística, sino la doctrinal. Actualmente, en la escuela pública, un 70% de profesores reconoce votar a ERC; una Cataluña entumecida por un asfixiante ambiente creado artificialmente que acompleja y silencia las bocas y las conciencias.

Pero la cuerda ya se ha estirado demasiado. Las mentiras han dejado de ser dogmas indiscutibles: éxito del sistema educativo, la mejor gestión sanitaria, la región más rica de España... El oasis está emponzoñado y su hedor es insoportable. Una sociedad cansada de su casta política empieza a alzar su voz. Por primera vez en la historia reciente de la democracia asoma una verdadera Societat Civil Catalana. Es una asociación transversal, compuesta por catalanes de derechas e izquierdas, apolíticos y asociacionistas, catalano y castellanohablantes, de toda condición social y profesión. Sociológicamente el fenómeno es sorprendente pero era inevitable.

Las razones de este despertar son muchas, desde las económicas a las morales, pasando por las históricas y afectivas. Intentemos sintetizarlas. Respecto a las cuestiones económicas, la Cataluña independiente, por mucho que se empeñen en engañarnos, saldría del euro. El Estado español le adjudicaría un 25% de los 987.000 millones de deuda pública. La cantidad, insoportable, no sería reconocida por el Govern independiente. Buena parte de esa deuda se debe a naciones tan poderosas como Alemania, que no estarían dispuestas a aceptar esta negativa. Cataluña debería reinventar la peseta, sin ningún respaldo de riqueza real. Las fronteras arancelarias con España harían caer de golpe el 20% del PIB catalán, como prueban múltiples y serios estudios. Todo ello teniendo en cuenta una separación pacífica, pero no queremos ni pensar en el escenario más real: ruptura y resentimiento que llevaría a congelar las compras a Cataluña.

Por otro lado, millones de catalanes se seguirían sintiendo españoles y no renegarían de su nacionalidad española (DNI y pasaporte). Algunos iluminados del separatismo ya hablan de aceptar una doble nacionalidad. Al menos son conscientes de que sería muy difícil gobernar una nación en la que más de la mitad de la población se sintiese violentada en su identidad cultural y política. La UE nunca permitiría que la nueva Cataluña arrebatara la ciudadanía española a ciudadanos europeos. Igualmente ocurriría con la lengua materna, pero esta vez, en lugar de una sumisa obediencia a la inmersión lingüística, el castellano se convertiría en una lengua de resistencia y desobediencia civil.

La Sociedad Civil Catalana emerge porque no quiere vivir este escenario que hemos descrito, al que se llegaría con argumentaciones histórico políticas sin fundamento real. El nacionalismo, víctima del romanticismo historicista, nunca ha digerido la historia de Cataluña. El resentimiento y el odio pretenden suplir argumentos y diálogo. Es verdad que la historia nos ha demostrado la fiereza de los catalanes en la defensa de sus convicciones, pero también un enorme sentido práctico. La burguesía no dudó un solo momento en relegar el catalán por ganar dinero en América; o los carlistas no dudaron en arruinarse por defender sus ideales; a los botiguers y empresarios no les importó que andaluces y pobladores de otras partes de España arribaran en el siglo XX para ayudarles a enriquecerse.

Esa es la Cataluña que muchos conocimos: abierta, plural, desde la más integrista a la más progresista, catalanista y con amplios sectores sociológicamente franquistas, capaz de organizar en la clandestinidad a Comisiones Obreras y en público un impresionante Congreso Eucarístico. La Cataluña carlista y la republicana, la de las mejores letras en castellano y en la que resplandecieron los literatos que escribían en catalán; la Cataluña en cuya capital, Barcelona, convivían en los barrios humildes inmigrantes de Ripoll o de Trujillo. La Barcelona en la que por su puerto entraban las novedades, pero también se erigían la Sagrada Familia de Gaudí o el Templo del Tibidabo.

Esta es la Cataluña que el rodillo nacionalista quiere eliminar. El mal llamado «proceso de independencia» (mejor llamarle «regresión»), para colmo, está liderado por un visionario de baja estofa. El carisma está reñido con el diseño de imagen; y Artur Mas es sólo eso: una imagen. Un monigote que será quemado como tradicionalmente se hacía para la verbena de San Juan. En Uruguay a este monigote lo llaman El judas (por si alguno quiere extraer conclusiones). El actual presidente de la Generalitat es parte de un proceso que cree dirigir pero que está en manos de otros. Su destino es quemarse. Después vendría una alocada ERC que querría asumir la soberanía popular catalana. Pero ellos mismos caerían en una hoja de ruta diseñada por una enloquecida Asamblea Nacional de Cataluña, entre cuyos miembros destacados se hallan destacados ex miembros de Terra Lliure. La burguesía catalana abriría así las puertas a los viejos marxistas.

Por suerte, los catalanes tenemos buen olfato, y no sólo para los negocios; también para los totalitarismos. Aunque tarde, una parte de la sociedad civil catalana está dispuesta a discrepar del particular Leviatán que en su día montara Jordi Pujol. El nacionalismo se había preparado para lidiar al Estado español, pero no para mirarse cara a cara con aquellos catalanes que no comparten sus locuras secesionistas y sus imposiciones ideológicas. Queremos presentar ante España la Cataluña de siempre: solidaria, acogedora, plural, amante de sus tradiciones y unida afectivamente e históricamente al resto de pueblos hispanos. Una Cataluña que sabe que la independencia ni nos conviene ni la queremos; una Cataluña donde sus ciudadanos no quieren sentirse extranjeros en su propia tierra ni renegar de su identidad. Para eso ha nacido Societat Civil Catalana; no la mueve el odio a nada, sino el amor a la verdadera Cataluña.

Javier Barrycoa es profesor de la Universitat Abat Oliba. Sociólogo y autor de Cataluña hispana (Libros Libres) es socio de Societat Civil Catalana y cofundador de la Asociación Somatemps.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *