Emergencia ¿en Italia o en África?

Es muy expresivo que el Gobierno italiano haya declarado la situación de emergencia en el país como consecuencia de la persistencia de la llegada de inmigrantes procedentes de África. Aseguro, querido lector, que he tenido que leer dos veces el titular de la noticia para saber si la declaración de emergencia es para proteger a los italianos o acaso se refiere a quienes viven en condiciones tales de opulencia y lujo en el continente negro que deciden dar una vuelta para airearse por la Europa civilizada.

Siempre nos quedarán los recuerdos del imperio romano, en el que a los derechos de los cives (ciudadanos) se unía un reconocimiento del derecho de gentes a los procedentes del exterior. Precisamente, el derecho romano concedía ciertas garantías y derechos a los originarios de lugares lejanos. La comentada resolución del Gobierno actual no está en esa dirección. Teóricamente, se supone (pues hay silencio) que tampoco va en la línea de las ideas originarias de la cristiandad, cuya capitalidad oficial está recluida en el Vaticano.

Coincidiendo con nuestra fiesta local (y universal) de Santiago, el Gobierno vecino de un país también mediterráneo ha decidido "cerrar Italia" a los invasores que molestan. Esta semana, el asunto se debatirá en el Parlamento, órgano legislativo menos anodino que nuestras cámaras y con un ambiente en el que la pasión por la política se combina a veces con la expresividad genuinamente italiana.

La emergencia declarada en toda Italia supone la suspensión de derechos constitucionales y la posibilidad de sacar el Ejército a la calle. Esto, en los países democráticos de nuestro entorno, solo lo hemos visto en los últimos tiempos para hacer tareas humanitarias ante casos de catástrofes naturales, pero no para la represión de derechos, ni siquiera de quienes no son ciudadanos del imperio. Ahora, en Italia, si la medida fuese (cosa improbable) efectiva, podríamos ver escenas amables en las que las tropas de las valientes legiones italianas se aplicarían con todo el peso de la ley en poner en su lugar --esto es, fuera de nuestra civilización-- a aquellos que se atreven a incomodarnos.

Es indudable que todo el mundo (y no solo la España de Zapatero) vive una situación de crisis económica que golpea a todos. Pero, particularmente (¡es la historia de siempre!) a los menos favorecidos. La crisis financiera, pero también la energética y la alimenticia, nos afecta a los del primer mundo. Pero de ahí a declarar la situación de emergencia en todo un país porque durante el año han entrado ilegalmente 10.611 personas, frente a las 5.378 en el mismo periodo del año pasado, va un abismo. Una parte importante de ellas provienen de Somalia y Eritrea, y concentran su llegada en regiones del sur como Calabria o Sicilia, donde ya estaba declarada la situación de emergencia. No obstante, desde el viernes rige en todo el país, incluidas las zonas muy prósperas del norte, en las proximidades de la imaginaria rodilla del atlas que es la vecina Suiza.

Es ciertamente Italia un país muy acogedor, cuyas gentes gozan (incluso más tras el partido de cuartos de la Eurocopa de fútbol) de nuestra simpatía, afecto y admiración. Tierra de genios y también de excelsos cómicos, que se han ocupado de artes escénicas y otras nobles actividades. Sin embargo, este gran cariño no impide que en voz baja (un estilo tan poco hispano e itálico) nos preguntemos si es proporcionada o, por el contrario, muy excesiva la decisión inicial del Gobierno de Roma.

Aunque lo olvidemos a veces, quienes llegan no son sino personas (sí, seres humanos) que huyen de la miseria y la pobreza extrema de sus países. En sus lugares de origen solo pueden encontrar desesperanza. Durante años han estado en sus propios guetos, hasta que la venta del falso glamur que les trasmitían los medios de comunicación de aquí les ha llevado a buscar simplemente una oportunidad para no morirse de hambre y de angustia. Si a nosotros nos golpea la crisis entre otras cosas en el precio de los alimentos básicos, es fácil imaginar cómo para ellos, con unas agriculturas llenas de barreras impuestas desde aquí, es muchísimo más dura la situación.

Ha pasado la época del "papeles para todos". Nadie defiende ya eso. La mayoría (salvo los extremistas xenófobos) está por reforzar los mecanismos de control e integración, pero no por llegar a extremos que, pretendiendo evitar el efecto llamada, provoquen consecuencias tan ridículas como excesivas y peligrosas. Poco más que una legión de Espartacos dispersos buscando su propia subsistencia no pone en riesgo a todo un Estado. Por ello, este no debe errar las decisiones y sí, por el contrario, intentar coordinarlas con el resto de países de lo que es, hoy, el imperio europeo (con permiso de EEUU).

Pero hay algo que todos podríamos hacer: declarar la situación de emergencia en África por las condiciones de vida de aquel continente. Las cifras escandalosas de millones de muertos solo por hambre deberían golpear nuestras civilizadas conciencias. Así, aunque fuese por egoísmo, invirtiendo en proyectos viables en sus lugares de origen, evitaríamos que nos molesten, y no tendríamos que llegar a los excesos de declarar la emergencia aquí en lugar de hacerlo allá.

Jesús López-Medel, abogado del Estado. Expresidente de la Comisión de Derechos Humanos, Democracia y Ayuda Humanitaria de la Asamblea de la OSCE.