Eminencia gris de la democracia

Por lo menos desde que Aldous Huxley retratara al père Joseph, confidente y mano derecha de Richelieu, sabemos que los calificados de “eminencia gris” son personajes eminentes, pero no grises. Lo de gris les viene por querer estar siempre fuera de foco, en un voluntario segundo plano, es decir, en preferir la influencia al poder.

Así era Javier Pradera, fallecido el pasado domingo en Madrid, aunque con un importante matiz: no estaba al servicio de persona alguna sino sólo de las ideas democráticas, de los valores de libertad e igualdad en que están basadas. Por eso, por esa dedicación exclusiva y absorbente, nunca tuvo cargo político alguno y, sin embargo, desde hace casi sesenta años, ha sido extraordinariamente influyente en la política española; es más, su vida política y profesional es indisociable de la historia del antifranquismo, la transición y la democracia.

En efecto, siendo estudiante de Derecho ingresa en el PCE y es un miembro destacado en las protestas estudiantiles de 1956 por las cuales es detenido y procesado. Lo significativo de su posición política es que su padre y su abuelo, el conocido político tradicionalista Víctor Pradera, habían sido asesinados en San Sebastián en julio de 1936, tras el golpe militar, por las milicias republicanas. Él era, por tanto, hijo y nieto de “mártires de la Cruzada” y, sin embargo, conspiraba contra Franco a favor de la reconciliación de todos los españoles y era coautor de un manifiesto en el que se reconocía que sus firmantes eran “hijos de vencedores y vencidos”. Era el peor daño que podía hacerse a la dictadura: hasta los más inteligentes vástagos de las “familias del régimen” la repudiaban.

En aquellos años, su actividad clandestina fue intensa hasta que en 1964, siguiendo a Claudín y Semprún, abandona el PCE en desacuerdo con la línea oficial de Santiago Carrillo. A su vez, ya había comenzado su carrera como editor colaborando con Arnaldo Orfila en el Fondo de Cultura Económica y, poco después, en la editorial Siglo XXI, fundada por el mismo Orfila y Faustino Lastra, esta segunda más escorada hacia la mejor producción intelectual marxista de la época. De activista político ha pasado, pues, a activista cultural. La finalidad es parecida, si no la misma: quizás influido por Antonio Gramsci sabe que en el camino hacia el socialismo la hegemonía cultural es presupuesto de la hegemonía política.

El paso siguiente será el más decisivo de su vida: colabora en la fundación de Alianza Editorial en 1966. Allí Pradera dirige aquella mítica colección de libros de bolsillo que determinaron –junto a las revistas Triunfo, Destino y Cuadernos para

el Diálogo– la evolución cultural española desde entonces hasta la muerte de Franco. A buenos precios, exactamente 50 pesetas, en pequeño formato muy bien editado, con las famosas cubiertas diseñadas por Daniel Gil, allí estaba todo: literatura, filosofía, política, historia, ciencia, sociología, izquierdas, derechas, centro. El activista político pretendía vertebrar culturalmente a la sociedad española con el fin de prepararla para la democracia.

Alianza fue fundada por José Ortega Spottorno quien en 1976, con el decisivo respaldo empresarial de Jesús Polanco, saca a la calle el diario El País. Allí va Javier Pradera como pieza principal, sobre todo en los diez primeros años en que ocupó el cargo de jefe de opinión y editorialista político. Si Alianza Editorial vertebró en su tiempo la cultura española abriéndola al mundo, El País fue decisivo en la vertebración de una opinión pública democrática. No se puede entender el cambio político en España sin tener en cuenta El País como instrumento de comunicación común. A mediados de los ochenta deja sus cargos de dirección en el periódico pero, poco después, pasa a ser articulista semanal. En los últimos años firmaba columnas miércoles y domingo, siempre una referencia para los más avisados. Además, junto a Fernando Savater, en 1990 funda y dirige la revista mensual Claves, también del grupo Prisa, otro eje básico y fundamental de nuestra cultura democrática.

Conspirador político, agitador cultural, creador de opinión, Javier Pradera ha sido un intelectual de primera fila y, visto desde la perspectiva de hoy, quizás el más influyente para que el desarrollo de España a partir de 1960 no consistiera tan sólo en aumentar la renta per cápita sino también en crecer en cultura y convivencia política.

Alto, desgarbado, adusto y mordaz, este donostiarra nacido en 1934 no ha querido tener poder político, ni siquiera ser consejero de príncipes, sino que se ha limitado a cumplir con el deber que se impuso en su juventud: ser un intelectual de referencia para la izquierda democrática española. Curioso universal, culto, disperso, buen jurista, buen pedagogo, antidogmático, cosmopolita, nunca dejó de ser un resistente frente a las modas posmodernas: sólo en la tradición ilustrada, en la razón, encontraba los buenos argumentos. El día en que murió salió publicada su última columna, seguramente escrita dos días antes. Siempre llegó hasta el final en todo aquello que se propuso.

Por Francesc de Carreras, catedrático de Derecho Constitucional de la UAB.

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