Emociones españolas

Mucho se ha escrito de la evolución que nuestro país ha experimentado desde de finales de los setenta en el que se alcanzó la anhelada democracia, aprobando una Constitución para todos, restaurando la Monarquía, legalizando partidos políticos, aceptando el Estado de Derecho e iniciando una época llamada Transición, que dotada de los correspondientes instrumentos nos ha proporcionado el periodo más trascendental de nuestra historia reciente en progreso y bienestar.

También es cierto que, cumplir con el sueño de pertenencia a la Unión Europea con plena legitimidad ha contribuido a convertir a España en un país en el contexto internacional con «excelente calificación en prestigio, ejemplaridad democrática y calidad de vida». No es baladí reconocer que España se ha convertido en el país preferido por millones de personas para fijar su residencia, establecer sus empresas y negocios o simplemente disfrutar de unas espléndidas vacaciones.

En este casi medio siglo de paz y prosperidad, primero ante el deseo de recuperar identidades secuestradas o escondidas que la democracia y el sistema autonómico constitucional afloraron en la gente, y por otra parte la necesidad de manifestar un estado «emocional» que nos identifica en costumbres, tradiciones, idiomas, clima y forma de ser, se ha producido en el territorio español, quizá un desmesurado culto a lo identitario de pequeña dimensión y corto alcance que, alimentando sin duda el mundo emocional, se ha olvidado y abandonado «el sentimiento». El sentimiento de pertenencia colectivo de la ciudadanía sin la cual no hubiera sido posible llegar hasta aquí.

Fallas valencianas, sanfermines navarros, procesiones andaluzas, sardanas catalanas, jotas aragonesas, isas canarias o muñeiras gallegas, han despertado estados emocionales inesperados, que nos han apegado a la tierra en que nacimos o nos acogió. Y está muy bien porque así debe ser. Pero una fuerza centrípeta y oscura, se las ha arreglado en algunos pueblos de España, todo ello, contra un concepto identitario general a cuya integridad pertenecemos por milenaria historia e incomparable cultura como es el territorio español. Como es España.

Y da la impresión de que al rescatar del baúl de los objetos perdidos nuestras emociones, hemos encerrado en su lugar nuestros sentimientos: «nuestra necesaria y común pertenencia».

España es un país sobrado de emociones que ha perdido la cohesión que ofrecen los sentimientos y que deberían ser patrimonio de los casi cincuenta millones de españoles. Esto nos lleva a venerar y admirar la fuerza que muestra el pueblo alemán, francés, inglés o americano cada vez que tiene la oportunidad de manifestar su vínculo incondicional con su patria y sus símbolos comunes. Y entonces nos preguntamos: ¿Y nosotros? Quizá ese sentimiento se viva con la selección española de futbol, a la que camuflamos con el nombre de La roja, y poco más.

Parece entonces natural que los ciudadanos se manifiesten a lo largo y ancho de la geografía nacional más que por cosas tan importantes como por las libertades de género, la violencia y el terrorismo, pero casi imposible que se manifiesten por una ciudadanía común cuando nos está carcomiendo el cáncer de los nacionalismos secesionistas supremacistas y excluyentes que pretenden dinamitar nuestro país, la integridad territorial, las desigualdades sociales y el estado del bienestar.

Sentimientos y emociones enfrentadas ante nuevos símbolos como los lazos amarillos impuestos por los secesionistas que no se identifican con los símbolos españoles además de ser ilegal su exposición en público y causar un enfrentamiento entre la sociedad civil. Se han impuesto los sentimientos radicales frente a la cordura y el sentido común.

La sociedad civil en Cataluña dio un ejemplo de la potencia ciudadana en las grandes manifestaciones de Barcelona que llenaron todos los balcones de España de banderas solidarias, y de forma lenta, pero constante han surgido ya movimientos similares en Baleares, Comunidad Valenciana, Canarias, Navarra, Málaga y Almería, que vienen en ayuda de la recuperación de esos sentimientos olvidados, invitando a la sociedad civil a participar en todo aquello que defienda los intereses de la colectividad. El inminente nacimiento de Foro España de la Solidaridad y el Progreso viene a representar una invitación a la suma, a unirse a todo aquello que nos hace fuertes, a defendernos de los ataques a nuestros sentimientos comunes y a recuperar aquel impulso y energía que tuvimos el pueblo español en esta etapa democrática.

Hoy día, todas las estructuras en que se basa nuestra convivencia se hallan sometidas a examen, los nervios afloran y todo tiembla al ponerse en cuestión, pero que nadie dude que España saldrá adelante y fortalecida si nos mantenemos unidos y conseguimos «impulsar y recuperar nuestra cultura común, nuestra historia milenaria y nuestros profundos sentimientos».

Mariano Gomá, vicepresidente de Foro España de la Solidaridad y el Progreso.

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