Empieza la Supercopa: Arabia nos roba

La consolidación del fútbol como máximo entretenimiento de masas coincidió en el siglo XX con el surgimiento de los Estados totalitarios. Benito Mussolini, al que no le interesaba el fútbol como deporte, se dio cuenta pronto de que la pasión que este suscitaba en los italianos podía ser utilizada para transmitir de forma sencilla los ideales del fascismo.

Se empezó a salir al campo de juego como el que va a la guerra y pronto ese espíritu nacionalista y belicoso llegó a la selección. La escuadra nacional se convirtió entonces en la herramienta perfecta para cohesionar a la población, pero también para mostrar la grandeza del fascismo al resto del mundo.

Así se ganaron los mundiales de 1934 y de 1938, con trampas de todo tipo incluidas. “Vencer o morir” era la consigna que daba el Duce a futbolistas y técnicos.

Desde entonces, Adolf Hitler, Iósif Stalin, Francisco Franco, Jorge Rafael Videla o Augusto Pinochet hicieron buen uso del fútbol para fortalecer, interna y externamente, sus regímenes. Luego llegó la hora del populismo y Silvio Berlusconi, Bernard Tapie o Jesús Gil lo usaron también como trampolín político, a la vez que algunos clubes eran fagocitados por diversas ideologías.

En España, los casos más claros son el Athletic de Bilbao y el F.C. Barcelona, dos clubes al servicio del nacionalismo y que hacen buena la definición que de este último equipo dio Vázquez Montalbán: “El ejército desarmado de Cataluña”.

Hoy, los Estados teocráticos del Golfo Pérsico, dictaduras en las que no se respetan los derechos humanos, lavan su imagen invirtiendo en clubes europeos, fichando a jugadores para sus ligas o comprando Mundiales, como el próximo de Qatar. El último de sus objetivos se ha cumplido ya: que aquello que los cursis llaman el clásico se celebre en Riad. Un Madrid-Barça en un territorio vedado a los infieles.

Hoy miércoles, el estadio dedicado al rey Fahd (el mismo que plantó una Casa Blanca de mentira en Marbella), acogerá a estos dos equipos en la primera semifinal de la Supercopa de España. Mañana jueves llegará el turno de la otra semifinal entre el Athletic de Bilbao y el Atlético de Madrid. El segundo puesto de los blancos en la Liga pasada y la victoria copera de los azulgrana harán posible un encuentro ansiado durante años en la tierra del profeta Mahoma.

Para ello, se ha cambiado el formato y la fecha de la competición. De dos participantes, los campeones de Liga y Copa, se ha pasado a cuatro, contando ahora con los subcampeones, y del verano han movido el evento al invierno, por la cosa de que los encuentros deban celebrarse en el desierto arábigo. A los saudíes les interesa el derbi entre los dos grandes equipos de España, un partido de trascendencia internacional que no puede compararse con un encuentro entre otros clubes. El que paga, manda.

Para facilitar que los equipos puedan desplazarse en medio de las competiciones nacionales, la Federación los ha exonerado de participar en dos eliminatorias de Copa, adulterando de paso este campeonato. A cambio, el ente federativo, encabezado por Luis Rubiales, facturará entre 240 millones y 320 millones de euros, que dicen que repercutirán en los más modestos del fútbol. El acuerdo firmado permitirá que la Supercopa se celebre en Arabia Saudí hasta el año 2029.

Los árabes se han comprado, en resumen, una competición oficial española. La ha vendido Rubiales, el mismo que acusó a Florentino Pérez de querer privatizar el fútbol al intentar crear la Superliga a espaldas de la UEFA. La institución europea, que como la española ha tenido a algún presidente con grilletes, mira para otro lado mientras los fondos soberanos de Abu Dabi y Catar trampean la Champions League al financiar, sin límite ni control, a los llamados clubes-Estado: el Manchester City y el Paris Saint-Germain.

Compran el fútbol como antes compraron una franquicia del Louvre o los cuadros de Leonardo da Vinci y Cézanne, en una apropiación cultural que no conlleva la asunción de los valores democráticos occidentales. Nos roban parte de nuestra cultura (el fútbol lo es) para esconder bajo el barniz del espectáculo la represión brutal que rige en sus países. Ni las mujeres ni ninguna otra minoría política, religiosa o sexual escapa del yugo de los tiranos.

El pensamiento woke acaba por reducir las luchas sociales a ridículas caricaturas que pervierten su primigenia búsqueda de justicia. Se acusa de apropiación cultural a Rosalía o se cancelan los chistes de Arévalo, pero se ignoran los constantes atentados contra la humanidad de estos regímenes (salvo que eso permita atacar de paso al rey Juan Carlos).

Cristóbal Villalobos es periodista.

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