Empresas españolas fuera de España

Por Darío Valcárcel (ABC, 28/07/06):

Mientras caen las bombas sobre Líbano y sigue la guerra secreta de Chechenia, hay grandes zonas de prosperidad y paz. Alemania se recupera, Francia va a la zaga, Benelux sigue el avance, Reino Unido progresa a toda marcha. China tira, aunque en China no haya paz. EE.UU. prospera a pesar de su inmensa deuda y de su dudosa guerra lanzada en 2003. India también progresa: hay atentados pero hay sobre todo libertad. España destaca en ese cuadro favorable: cuando en 1947 el doctor Marañón escribía Españoles fuera de España, no podía imaginar una de las caras del cambio español, casi milagroso, sesenta años después. Escribíamos hace unas semanas sobre el Rey y la República para explicar la aportación a la convivencia de muchos republicanos españoles, su trágico final y la apuesta, cuarenta años después, de Juan Carlos I, su esfuerzo de concordia, lejos de la derecha dura y de la izquierda excluyente. Hoy analizamos un fenómeno distinto, próximo a la España política. Es la España empresarial. Todo está conectado.

España no tenía una sola multinacional cuando Franco murió, en 1975. En el índice bursátil EuroStoxx 50, aparecen hoy seis empresas españolas entre las 50 mayores europeas (una de telecomunicaciones, tres de energía, dos bancos). Alemania tiene 11; Francia, 17; Holanda, 7 (Reino Unido se alinea con los otros anglosajones).

Daremos el nombre de algunas compañías. ¿Por qué no hacerlo? Es como si en medio de la guerra habláramos de Oriente Próximo sin mencionar a Israel, Líbano, Gaza, Irak (¿recuerdan cuando se aludía a «un céntrico hotel madrileño»?). Desde 1976, varias compañías españolas han arriesgado sus inversiones en Latinoamérica. Nos gustaría escribir Iberoamérica, pero no nos entenderían allá. Esos hombres de empresa han arrastrado a centenares de compañías, de todos los tamaños. Los grupos líderes han sido Telefónica, Santander, BBVA, Repsol, Endesa, Mapfre, Iberdrola... Solamente Telefónica ha invertido (inversión extranjera directa) 41.000 millones de euros en América Latina, más 30.000 millones en infraestructuras. Son magnitudes enormes para una economía europea media-grande, decidida a utilizar la ventana de oportunidad de la lengua y el entorno cultural (aportación de Carlos V y sus colaboradores, hace cinco siglos). Seis observaciones sobre ese extraordinario empujón.

Primero: el despliegue europeo en general y español en particular es en buena parte el resultado de la bonanza mundial de 2000-2006. Lo más peligroso para el comercio, desde hace cuarenta siglos, es la guerra: en Irak, Oriente Próximo, Chechenia, Sudán... Las empresas alemanas, francesas, británicas, holandesas, italianas, españolas, han optado por un riesgo pacífico pero difícil. ¿Por qué? Sobre todo por el bajo techo de cada mercado nacional.

Segundo: las democracias deben pagar un impuesto a los despóticos plazos cada dos, tres o cuatro años. Aun así, los sistemas democráticos son incomparablemente superiores. Pero es claro que los hombres de empresa pueden servir mejor al largo plazo. El gobernante no existe si no gana elecciones. El presidente de Telefónica no trabaja sólo para sí, sino para su empresa, cuando él no esté. La larga visión es insustituible en el ser humano.

Tercero: la batalla de las empresas en el exterior no puede darse sin el apoyo, no-económico, de las sociedades a las que representan. Gran Bretaña o Estados Unidos son ejemplos de sociedades liberalizadas y avanzadas: ambas promueven con continuidad institucional la actividad exterior de sus compañías. El Príncipe de Gales defiende desde hace treinta años a las firmas británicas fuera del Reino Unido. ¿Qué ha sido la ronda Uruguay salvo la defensa por americanos y europeos de un sistema mundial de diálogo encaminado a derribar barreras?

Cuarto: la batalla española se ha centrado en Latinoamérica, pero ese mercado se ha rebasado ya. Técnicas Reunidas, gran compañía de ingeniería, trabaja en China desde hace veinticinco años. Santander ha comprado en el mercado británico el Abbey National. Telefónica se hace por 26.000 millones de euros con O2, segunda compañía de telefonía fija de Reino Unido. Alsa se convierte en primer accionista de la National Express (líder británico del sector de trenes y autobuses) con el 16 por ciento del capital. El Corte Inglés tiene hoy el primer negocio minorista de Portugal. Ferrovial toma el control de BAA, gestora de siete grandes aeropuertos británicos, por 12.400 millones. Acciona hace una gran inversión en energías alternativas mientras mantiene la mayor red logística entre el norte de África y el sur de Europa. BBVA compra dos bancos en Texas, y se convierte en primer grupo bancario del Estado. Aguas de Barcelona gestiona el agua de Santiago de Chile y de La Habana. ACS acaba de ganar un contrato, no grande pero significativo, de reforma del Metro de Nueva York, 335 millones de euros. Se abren paso Endesa, Iberdrola, Gamesa o Abengoa, esta última líder en el bioetanol. Todo esto, permítasenos la licencia, es como un sueño. Hace cien años, Inglaterra, Francia, Alemania u Holanda eran países avanzados. Hace sesenta, Estados Unidos se convertía en líder mundial. Hoy España, en medio de mil problemas económicos y políticos, está en el pelotón de cabeza ¿Qué misterio ha impulsado este salto español, en cantidad y sobre todo en calidad?

Hay que dar continuidad al esfuerzo. Los españoles hemos tendido durante siglos a los golpes brillantes y aislados. Los alemanes, franceses o británicos nos han ganado la partida una y otra vez por su continuidad. Las empresas españolas han tomado nota de sus errores. Ejemplo no menor, el efecto sede: que Telefónica permanezca en la Gran Vía madrileña y no haya trasladado la dirección de sus operaciones americanas a Miami tiene un fuerte significado político y cultural.
Quinto: el esfuerzo emprendedor, unido a la defensa de la paz, es el oxígeno que permite respirar al comercio. Esto nos llevaría a otro asunto, en apariencia lejano. El nuevo manual del ejército de Estados Unidos para la lucha contra las insurrecciones es claro: las operaciones deben orientarse hacia la reconstrucción, no la destrucción de las sociedades. Una guerra insurreccional sólo puede ganarse con extrema paciencia, mucho tiempo y mucho dinero. Si se reconstruye el tejido político se puede ganar. Perder la legitimidad moral es perder la guerra. La tortura hace perder la legitimidad moral. La sola fuerza no basta: hay capacidades militares que se tornan inútiles cuando se usan sin cesar. El manual ha sido dirigido por un veterano de Irak, el general David Petraeus. Volveremos sobre este punto.

Por último: España necesita invertir en investigación y desarrollo. Su inversión en la primera es mucho más baja que en el segundo. Entre las ocho grandes escuelas de negocios de Europa (London School, Fontainebleau..) hay tres españolas: Instituto de Empresa, Esade, Iese.Los empresarios españoles han dado prueba no solo de valor: también de tozudez germánica y de capacidad organizativas. Un cierto conocimiento de David Ricardo y Joseph Schumpeter no aboga solo por el análisis teórico sino por la insospechada utilidad práctica del estudio del pasado.