Empresas invasoras

El joven estudiante que está tratando de aleccionarme en el manejo del ordenador llegó el otro día a casa con una enorme mochila, colchoneta incluida. No, no es que se fuera de excursión; es que esa noche iba a dormir en la Escuela y allí se pensaba encerrar con otros compañeros por tiempo indefinido. Es por lo de Bolonia, me dijo, ya sabes, no queremos que las empresas invadan la universidad. Algo había oído hablar de los peligros de mercantilización que se atribuyen al proceso de Bolonia pero no podía imaginarme que esos injustificados rumores hubieran podido llegar a calar en estudiantes tan inteligentes y responsables cómo mi profesor de ordenador. A veces tengo la impresión de que determinadas situaciones se repiten, no sé si como farsa, como tragedia o como sainete. Un permanente «déjà vu», pero no siempre todo lo que ocurre es igual que antes.

No es de extrañar que, en estos tiempos de desánimo y de crisis, los jóvenes necesiten moverse, hacer oír su voz y expresar su angustia y sus inquietudes. Son jóvenes y están en su derecho. ¿Exageran un poco? Seguramente sí, pero algo de razón hay en el fondo de su protesta pacífica, creo yo, y es que el asunto no termina de explicarse del todo, ni por una parte ni por la otra. Además, aun cuando no deje de sorprendernos que ello no aparezca en sus protestas ni en sus reivindicaciones, lo incierto de su futuro profesional tiene forzosamente que preocuparles. Tres millones y medio de parados es como para quitar el sueño a cualquiera, especialmente si ese cualquiera es un joven que, antes o después, se va a ver en la situación de preparar su currículo para empezar a buscar trabajo. ¿Es por eso por lo que han decidido salir a la calle? No lo dicen, pero quizá sin saberlo sean esas razones las que les han movido a expresar su protesta. Porque lo de la empresa como chivo expiatorio se entiende mal; ni Bolonia habla en ningún momento de la empresa, ni a nadie, ni siquiera al malvado Madoff u otros especuladores, se les puede pasar por la cabeza atentar, a estas alturas, contra los valores de la universidad. Sabemos bien que la Universidad y la empresa mantienen una relación tan compleja como necesaria: conviven, recelan, se complementan, se rechazan... No es algo nuevo: el momento en el que nos encontramos responde, creo yo, al resultado lógico de un proceso evolutivo que se hizo patente en el mítico 68, ya tan lejano, pero cuyas lecciones más profundas conviene no olvidar.

Porque las revueltas estudiantiles de aquellos sucesos pusieron en evidencia, más allá de las consignas nihilistas y revolucionarias, la necesidad de adaptación de la Universidad francesa a las necesidades de su tiempo. Aron lo explicó muy bien en su célebre debate con Sartre en la Sorbona: no era coherente protestar por la falta de empleo («somos parados antes de empezar a trabajar», decía una de las pintadas más conocidas) y criticar, al mismo tiempo, la preparación profesional y práctica de los estudios universitarios. La tesis reformista de Aron a favor de la aceptación del papel de la empresa y de la necesidad de conseguir una Universidad más flexible, menos burocratizada, más exigente y más útil, fue, sin duda, la que prevaleció en el saldo final del movimiento estudiantil del 68. Conviene saberlo y recordarlo. No olvidemos tampoco que la aprobación en 1988 de los Programas Commett y Erasmus, premonitorios, en cierto modo, de Bolonia, venían a confirmar las tesis de Aron, y, que yo sepa, no han sido rechazados nunca por nadie.

Si hablamos en concreto de España, nos tenemos que referir al largo proceso de diálogo entre el mundo académico y el empresarial que comienza a finales de los setenta del siglo pasado y que se articula, en buena medida, en torno a las fundaciones Universidad-empresa que se constituyen en aquellos años. Muchos prejuicios, incluidos los ideológicos en una primera fase, muchos malentendidos y equívocos fueron desapareciendo hasta llegar a un clima de entendimiento y colaboración que en la actualidad está dando sus frutos en beneficio de ambas instituciones y de la sociedad española. Claro que siempre habrá quien discuta esta apreciación tan positiva; el inolvidable rector Vian no se cansaba de decirnos que Universidad y empresa sólo tienen en común el hecho de necesitarse. Es cierto, pero lo que no parece admisible, lo que es a mi juicio inexplicable, es esa enmienda a la totalidad que parecen plantear ahora algunos de los anti-Bolonia sobre un asunto que parecía ya zanjado en España y, desde luego, en Europa.

Aparte del natural desasosiego de los jóvenes ante un modelo económico probablemente ya agotado, tiene que haber alguna otra razón que explique esa extemporánea e inesperada reacción de una parte de los universitarios españoles. Me dicen los que conocen a fondo los problemas y la complejidad de la aplicación en España del proceso de Bolonia que quizás hayan sido las apelaciones a la «competitividad» del sistema y a la «empleabilidad» de los ciudadanos europeos las que hayan dado pie a ese bulo realmente absurdo sobre la «venta» de la Universidad pública a los empresarios. Qué tristes los tiempos en los que hay que recordar lo obvio; pero no habrá más remedio que explicar a nuestros universitarios que las relaciones entre la Universidad y la empresa se han planteado siempre en términos de respeto a la autonomía y a la misión de ambas instituciones; nunca de sumisión o venta. Y puestos a explicar, habrá que atreverse también a decirles que el verdadero reto, el que a pesar de los avances conseguidos sigue todavía pendiente, es el de lograr un mayor compromiso de los empresarios con las actividades investigadoras y docentes de la Universidad. Si ese compromiso se lograra, y puedo asegurar, tras una larga experiencia, que ello no es nada fácil, los mayores beneficiarios serían sin duda ellos mismos, es decir, los propios estudiantes que ahora parecen revolverse contra la empresa.

¿Por qué lo hacen? Nada tiene que ver la empresa, ya lo dije, con el objetivo esencial del Convenio de Bolonia, que está centrado, como se sabe, en la armonización de la estructura de los estudios universitarios europeos. Pero algo se debe de haber explicado mal cuando los estudiantes se muestran tan preocupados por una posible sumisión de la Universidad a los intereses cortoplacistas del mercado. Me hubiera gustado explicarle a mi profesor de ordenador que todos estamos de acuerdo, empresarios incluidos, en que eso sería un grave error, pero ya se había puesto de nuevo la mochila e iba camino de su encierro en la Escuela. No habrá más remedio, sin embargo, que dialogar. España se juega mucho con lo de Bolonia, y el asunto del papel de la empresa en sus relaciones con la Universidad no es difícil de explicar.

Antonio Sáenz de Miera, presidente de la Red de Fundaciones Universidad-Empresa.