En busca de la moderación perdida

Se habla mucho de lo que Cataluña y Barcelona se merecen: un gobierno y unas instituciones que transmitan seguridad jurídica, transparencia y estabilidad en lugar de incertidumbre, caos e improvisación.

Un gobierno que ponga en marcha políticas fiscales y económicas que atraigan inversión y capital humano, que potencie nuestra imagen ante el exterior y deje de penalizar a los que trabajan para crear empleos, generar riqueza y hacer de Cataluña una región más competitiva.

Se habla mucho de lo que nos merecemos. Pero con demasiada frecuencia, lo que nos merecemos es precisamente lo que tenemos.

Todos señalaban la abstención como uno de los principales problemas a batir de cara a las elecciones catalanas del 14-F. En plena tercera ola de la pandemia, cuando muchísimos catalanes no salen de casa más que para ir a hacer la compra y muchos, incluso, ni siquiera habrán visto las banderolas de los partidos adornando las calles, estaba claro que costaría arrancarles del sofá un domingo frío y lluvioso.

Además, la tarea de los partidos de convencerles de salir de casa a ejercer su derecho democrático se complicó aun más tras semanas de defender a diario en todas las tertulias de radio y televisión (menos en el caso del PSC) que las elecciones se tenían que retrasar, precisamente porque no era seguro ir a votar.

El 14 de febrero teníamos la oportunidad de cambiar por fin el rumbo de nuestra tierra

Como en el caso de cada convocatoria electoral en Cataluña en los últimos años, la importancia de estas últimas elecciones era indudable. El 14 de febrero teníamos la oportunidad de cambiar por fin el rumbo de nuestra tierra para dejar atrás lo que Cayetana Álvarez de Toledo definió de manera acertada como un “bucle de la ficción y de la adolescencia quejumbrosa y disolvente” y abrir así la puerta a la prosperidad y la convivencia emprendiendo un nuevo camino hacia la recuperación y la reconciliación.

Sin embargo, los resultados de las elecciones del pasado domingo demuestran que los que anhelan esa alternativa moderada, sensata y pragmática no encontraron motivos suficientes para ir a votar.

El PSC ganó las elecciones con tan solo 652.858 votos (apenas 50.000 más de los que sacó en 2017, cuando quedó 4º). Ciudadanos perdió 30 escaños y cerca de un millón de votos. El PP se quedó en el grupo mixto e incluso la opción más moderada del separatismo, el PDeCAT, no logró ni siquiera entrar en el Parlamento autonómico.

Ante estos resultados devastadores y el preocupante panorama político que nos espera, los partidos moderados deben encontrar respuestas urgentes a algunas preguntas. ¿Cómo volver a ilusionar? ¿Qué ofrecer al electorado moderado para que participe de nuevo en la política?

La sociedad se ha vuelto muy exigente, impaciente y hasta consentida por culpa de las nuevas tecnologías, que le proporcionan lo que quiere con un solo clic. Las personas buscan causas y estímulos cada vez más provocadores, y se aburren cada vez más rápido.

Vender pragmatismo y sensatez cuando uno compite con Netflix, Glovo e Instagram no es un reto sencillo

Vender pragmatismo y sensatez cuando uno compite con Netflix, Glovo e Instagram no es un reto sencillo, mientras que proyectos más rompedores, como el de Vox o los que ofrecen la mayoría de los partidos separatistas, parecen más atractivos y triunfan en el mercado con facilidad.

En el contexto de este mercado tan competitivo, lo cierto es que algunos proyectos moderados sí han encontrado la manera de colocar su producto y movilizar a la gente.

Como ya señalé en EL ESPAÑOL tras las elecciones presidenciales de Estados Unidos, más de 80 millones de estadounidenses votaron a Sleepy Joe en plena pandemia (más que a cualquier otro candidato presidencial en la historia del país, superando incluso a Obama) sin que este ofreciera un proyecto ilusionante más allá de combatir la locura y deriva populista del presidente Donald Trump.

Si los proyectos moderados queremos volver a ganarnos un hueco en el tablero, como ha conseguido hacer Joe Biden en los Estados Unidos, hemos de comprender que la sociedad y los incentivos de las personas que la componen han cambiado. La gente vota cada vez menos por responsabilidad y cada vez más por obtener algo a cambio, y los deseos de la ciudadanía son cada vez menos homogéneos.

Para entender qué es lo que motiva a cada uno hace falta un trabajo exhaustivo de análisis de datos y de microsegmentación de la población (como ya están haciendo nuestros competidores) para poder, a través de las redes, llegar a cada uno de los votantes, en cada rincón de Cataluña, y darles motivos para votar.

Porque hoy en día son muchos los que se han cansado de la política (algo que en Cataluña es más que comprensible). Son muchos los que no leen los periódicos ni ven el telediario, pero pasan cientos de horas conectados a las redes sociales (sobre todo en el contexto de una vida semiconfinada) y tienen sed de contenidos diferenciados y personalizados.

Podemos y hemos de volver a hacer de Cataluña y Barcelona referentes en España y Europa

Por ello, es más urgente que nunca que los proyectos moderados se pongan las pilas y trasladen sus esfuerzos al terreno en el que ya están jugando los demás. Porque en una era donde reinan las peticiones a domicilio, en una era en la que las cosas vienen a nosotros, nadie va a ir a buscarte.

Y, si no vas tú, no dudes de que irá otro en tu lugar.

Podemos y hemos de volver a hacer de Cataluña y Barcelona referentes en España y Europa. Pero primero hemos de volver a ser referentes para los catalanes. Esto no podemos conseguirlo sin empezar a conocer a los individuos que componen nuestra rica y diversa sociedad, entender sus problemas y necesidades y, por supuesto, ir a buscarlos proactivamente.

No basta con que los partidos moderados hablen en nombre de los catalanes. Hay que conseguir que los catalanes, en su conjunto, hablen en nombre de la moderación.

Los proyectos moderados son más necesarios que nunca, y entre todos, otra Cataluña es posible.

Cristina Apgar Pastor, estadounidense de nacimiento, es asesora de Ciudadanos y fue jefa de Comunicación de la Cámara de Comercio de Estados Unidos en España.

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