En busca de un voto más

Los desleales de todos los partidos atizan el fuego contra la Corona, nuestro mejor activo institucional. Son pocos, y han gastado ya su munición cargada de demagogia y populismo. Don Juan Carlos merece la admiración y el cariño de la gente de bien. Estamos hartos de los enemigos de la España constitucional. También de los falsos amigos, a veces más peligrosos. Allá ellos. Los teloneros han despilfarrado su cuota de gloria efímera. Llega el turno de las grandes decisiones. Desafío de Ibarretxe. Estatuto catalán impugnado. Elecciones generales. Conviene reflexionar ahora que estamos a tiempo. Cuidado con las promesas, porque no siempre sopla el viento y vence la desmemoria. Zapatero abrió el curso político con una declaración concluyente: no será presidente del Gobierno si el PSOE no consigue al menos un voto más que el PP. Rajoy lo ha dicho muchas veces. He aquí una clave que puede dar mucho juego. ¿Quién gana las elecciones? Hay tres opciones: más votos, más escaños propios o más apoyos parlamentarios. Zapatero y Rajoy renuncian formalmente a la tercera posibilidad. No es poca cosa: en el ámbito local y autonómico sobran ejemplos en contrario. ¿Estamos ante una mutación constitucional? Acudo a Hsu-Dau-Lin, exótica referencia doctrinal que todos aprendimos en el brillante manual de García-Pelayo. Sería una mutación surgida de una práctica que no se opone formalmente a la Constitución y no está regulada en ninguna norma. El compromiso obliga en Derecho. PSOE y PP no deben aspirar a la investidura si no ganan las elecciones. Ese acto unilateral implica una renuncia jurídicamente vinculante mientras no exista manifestación expresa en contrario. No sirve luego apelar al cambio de circunstancias («rebus sic stantibus») o a las exigencias del interés general, interpretadas en provecho propio. No vale decir «perdí, pero pacto mejor que tú». Hasta aquí las cosas parecen claras.

«The winner takes it all», dicen los americanos. Sí, pero, ¿quién es el ganador? ¿Mandan los votos o los escaños? Si persiste el empate técnico que anuncian las encuestas, es posible que haya dos vencedores. ¿Quién tendría derecho a buscar la mayoría del Congreso? Vivimos en una democracia representativa cuyo titular es el «demos», dueño del poder soberano. La representación es instrumental. Gana, por tanto, quien más votos obtiene. La promesa de los candidatos hace referencia al mandato que deriva de la mayoría social, con independencia del recuento convencional según el sistema D´Hondt. Por eso el PP ganó las elecciones locales aunque el PSOE consiguió más actas de concejales. La democracia mediática adaptada a la sociedad de masas busca su fuente de legitimidad en la voz del pueblo, lejos de maniobras tácticas que alteran la relación entre gobernantes y gobernados. Téngase presente que un puñado de votos puede decidir unos cuantos escaños. Además, al convocar en enero, el censo impone un leve reajuste del número de electos en algunas circunscripciones. Atención a los factores de apariencia técnica. Recuerdo a McKenzie, otro veterano en el frente doctrinal: en materia de elecciones libres, ninguna decisión es inocente.

El día después. O Zapatero o Rajoy cuentan con más votos en las urnas que su rival. Los españoles han respondido a la pregunta: ¿quién prefiere usted que tome decisiones en La Moncloa el 25 de octubre de 2008? Eficacia de la promesa: el que tenga menos votos, está descartado. Un paso más: el perdedor... y cualquier otro candidato de su partido. Ojo con lecturas del tipo «sólo dije que yo nunca sería...». Cuando el Rey llame a consultas, fiel a su vocación impecable como poder moderador, uno de los contendientes debe renunciar. ¿Significa esto que gobierna el otro? Es la cuestión determinante. Si el PSOE saca más votos, le será fácil completar la mayoría en el Congreso por medio de adhesiones o de abstenciones. Zapatero repite seguro. Si gana el PP... necesitará apoyos nacionalistas, salvo triunfo por goleada, hipótesis improbable. La deriva soberanista deja sin contenido al calificativo de «moderado» que nos consuela del sustantivo «nacionalismo». Podría Rajoy intentar la investidura y fracasar en el empeño. Si es así -ya saben- dos meses después del primer intento hay disolución de las Cámaras y nueva convocatoria electoral. Los realistas sonríen invocando los precedentes. Con poder y con dinero, el acuerdo llega siempre. No estoy tan seguro. Con el PSOE, desde luego. Para el PP, tal vez el precio sería inaceptable. ¿Quién da el paso siguiente?

El partido con menos votos tendría que dejar gobernar al más votado mediante la abstención en la investidura. Al estilo de Navarra, para entendernos. Situación precaria por naturaleza, ya que deja abierta «sine die» la baza de la censura con candidato alternativo. Es el mal menor, porque si el perdedor no consiente que gobierne su adversario será desleal con el juego limpio. Es triste, aunque ya estamos acostumbrados. Por eso los nacionalistas han tenido, tienen y ojalá no tengan otra vez la llave de La Moncloa. Abundan las señales de alarma. Insisten en un referéndum imposible, un desafío que podría romper el tabú sobre la aplicación del artículo 155, hasta ahora inviable. La debilidad política de las burguesías periféricas, una constante en la historia de España, se traduce ahora en un espectáculo lamentable. Hacen el juego sin pudor a los radicales. Se van a arrepentir cuando sea tarde. A lo mejor, para entonces ya no nos importa... Cabe, dicen los más templados, una lectura posibilista. En el País Vasco, el PNV se anticipa como puede a la pinza que muchos adivinan tras el nuevo «proceso», inevitable si Zapatero gana otra vez. En Cataluña las cuentas son de hoy para mañana. El despliegue histérico de gestos y palabras desmedidas podría ser una amenaza oportunista. Nos advierten de que el Estatuto ya vigente es un mal menor, y vale más asumirlo que desatar otra tormenta. Aviso con dirección inequívoca: Tribunal Constitucional y quienes influyen -o dicen que influyen- en las decisiones del intérprete supremo. Lecturas habilidosas, que incluso pueden ser ciertas. Sí, pero, ¿qué pasa con la España constitucional que a muchos nos importa?

Vamos a seguir adelante, por supuesto. La Corona saldrá reforzada pese a las infamias y mentiras. La nación resiste con cierta holgura porque vive con naturalidad en el corazón de muchos millones de personas. De lo contrario, habría quebrado hace tiempo. Zapatero lo sabe. De ahí el «giro españolista» que abre un cuadro dentro del cuadro de una legislatura agonizante. Lo malo es que no resiste la prueba de los hechos: una vez más, la respuesta a la ofensiva nacionalista ha sido decepcionante, aunque trata de compensarla mediante guiños al bolsillo privado con el dinero de todos. En este marco se formula la declaración unilateral del candidato socialista. La réplica precisa de Rajoy apela a una reforma legislativa (en este ámbito, constitucional) para garantizar que gobierna la lista más votada. Si triunfa por una vez la lealtad, esta mutación con valor normativo dejaría a los nacionalistas en fuera de juego. No será el caso. Según lo plantea Zapatero, es una maniobra táctica y coyuntural. Cuidado, sin embargo, con las palabras y los silencios. Es regla de buen Derecho que nadie puede ir contra suspropios actos. El presidente induce a los ciudadanos a creer de buena fe que adoptará un comportamiento determinado. Así sabemos a qué atenernos. Otra vez el viejo dicho romano: «Se alaba la palabra, cuando siguen los hechos...».

Benigno Pendás, profesor de Historia de las Ideas Políticas.