En busca del sentido perdido

Por Adam Michnik, ensayista y director del diario polaco Gazeta Wyborcza. Fue uno de los líderes del sindicato Solidaridad (EL PAIS, 05/09/05):

Hace 25 años, en agosto de 1980, Polonia cambió la faz del mundo. Yo entonces tenía 34 años y era consciente de que mi generación hacía algo especial. Reviso los apuntes de entonces, porque ya no confío en la memoria, saturada de recuerdos amargos y tristes. Mi amigo, Wladyslaw Frasyniuk, líder de Solidaridad en Wroclaw, héroe de la clandestinidad, encarcelado durante la ley marcial, exhortó a los participantes de las protestas obreras de hace 25 años a mantener la concordia y la unidad que supimos crear en los días de la gran protesta. Yo lo siento mucho, pero no puedo. Me es imposible festejar el nacimiento de Solidaridad con aquellos que hoy sacan sus conocimientos sobre el movimiento de protesta y la oposición democrática de las actas de los archivos secretos comunistas. Esa gente me cubre de lodo, porque sé que es imposible describir los sentimientos y las experiencias de aquellos tiempos con el lenguaje de los informes de los confidentes y policías. Tenemos que recuperar el sentido de nuestras biografías.

En agosto de 1980 Polonia respiró por primera vez desde la II Guerra Mundial a pleno pulmón. Una ola de potentes huelgas hizo tambalear el régimen comunista y la huelga del astillero de Gdansk, inspirada por la oposición democrática y apoyada por la intelectualidad y la Iglesia católica, condujo a los acuerdos con el poder que dieron vida al sindicato Solidaridad, el primero libre e independiente del poder en el mundo comunista. En aquella ocasión los trabajadores no consiguieron una concesión temporal, sino que cuestionaron la legitimidad del sistema comunista que se definía como la dictadura del proletariado, pero fue descalificado por la masiva protesta de los proletarios. Aquella fue una auténtica revolución, por sus dimensiones y el debilitamiento que provocó del régimen, pero ante todo fue un enorme triunfo de la democracia, porque le devolvió el sentido a la dignidad humana, a la libertad y a la verdad.

Yo seguí los acontecimientos de ese agosto desde la cárcel, porque el poder me arrestó para impedir que me sumase a la protesta. Conmigo estaban en los calabozos comunistas muchos compañeros de lucha, porque la dictadura, como siempre, pensaba que la policía arreglaría el problema. No lo arregló y el 31 de agosto los huelguistas y el poder firmaron los famosos acuerdos que sellaron el nacimiento de Solidaridad. Polonia sintió el maravilloso aroma de la libertad. Leo hoy en mis apuntes la apreciación de que "los huelguistas demostraron una gran madurez, porque exigieron una reforma del poder, pero sin traspasar los límites trazados por el imperio soviético y su presencia militar en Polonia". Apunté también: "Los obreros han luchado por los derechos y los intereses de toda la sociedad, por los derechos sociales y el nivel de vida, pero también por los derechos ciudadanos y la libertad de expresión, los derechos sindicales y la excarcelación de los presos políticos". En mis apuntes recalqué mi admiración por los obreros que supieron renunciar a la demostración de su fuerza y optaron por las negociaciones con el poder. Para mí y los compañeros de la oposición democrática había llegado al fin la confirmación de que la lucha que manteníamos desde hacía años había dado frutos concretos y sólidos. Recibimos la prueba definitiva de la utilidad de nuestros esfuerzos, porque sin el Comité de Defensa de los Obreros y sin la oposición democrática, los obreros no hubiesen conseguido un triunfo tan grande sin derramar una gota de sangre.

La dictadura comunista trató siempre de desprestigiar y dividir a la oposición democrática y lo hizo sin escrúpulos, con mentiras, provocaciones de toda índole, tratando de enfrentar a unos contra otros. Estoy seguro de que con los papeles cubiertos de mentiras que fabricaron los agentes comunistas contra Jacek Kuron, el líder más carismático de la oposición democrática, se podría cubrir todo el Palacio de la Cultura y de la Ciencia, ese gigantesco edificio de más de 30 pisos que adorna el centro de Varsovia. Lo que nadie podía imaginar es que, desaparecida la policía comunista, desaparecido el Partido Obrero Unificado Polaco y desaparecida incluso la Unión Soviética, los archivos dejados por los verdugos se convertirían en el arma principal para combatir a los adversarios políticos, para llenarlos de lodo utilizando las denuncias de los confidentes.

Aquella fue una época de milagros: la elección del polaco Karol Wojtyla como Papa y su primera visita a Polonia, el nacimiento de Solidaridad liderada por Lech Walesa y la conquista del Premio Nobel de Literatura por Czeslaw Milosz. Cerré la visita del Papa con el siguiente apunte: "Es sorprendente, pero los polacos, tan ariscos y agresivos en las colas para comprar artículos de primera necesidad, se comportan como ciudadanos dignos y llenos de alegría en las reuniones con el Papa". Fue entonces cuando el Papa les dijo a los polacos "¡No temáis!", y los polacos perdieron el miedo. Entonces empezó a gestarse el agosto de 1980. El Papa y los obreros del astillero de Gdansk quitaron los primeros ladrillos del Muro de Berlín y el poeta Milosz descubrió ante el mundo los horrores de la mente esclavizada. Sus libros, en los que defendía a los pueblos bálticos esclavizados por la Unión Soviética, al fin dejaron de circular sólo en la clandestinidad. Milosz se convirtió en el icono de la oposición democrática, el papa Juan Pablo II en el rostro más humano de la Iglesia católica y Lech Walesa en el símbolo de la rebelión de los obreros polacos. Esas tres figuras cambiaron la idea que tenía el mundo de Polonia y los polacos. Ya no era un país asociado sólo a las cargas de la caballería contra los tanques ni a los borrachos y los ignorantes. El mundo admiraba el valor de los obreros, pero no menos su sensatez y realismo. Solidaridad no quería hacerse con el poder, quería Estado con máxima participación de los ciudadanos en la vida pública. En esa actitud había mucho sentido común, porque nadie quería la confrontación con la Unión Soviética, pero también mucha inocencia, porque en ninguna parte del mundo había una democracia como la que proponía Solidaridad. Mientras tanto, el poder comunista, presionado por Moscú, no sabía cómo organizar la coexistencia con Solidaridad y cada día era más débil. Para salvarse -y quién sabe, quizás también para salvar al país de la intervención soviética- implantó la ley marcial en la noche del 12 al 13 de diciembre de 1981. Los dirigentes de Solidaridad fueron encarcelados y el sindicato puesto fuera de la ley, pero no vencido. Solidaridad resistió la represión, el abandono de sus filas por muchos dirigentes y la emigración de miles de activistas. Resistió siete años en la clandestinidad, ante todo gracias a sus líderes,en particular a Walesa. Tampoco capitularon los dirigentes de la oposición democrática, entre ellos Jacek Kuron, Karol Modzelewski, Bronislaw Geremek y Tadeusz Mazowiecki. Tampoco retiraron su respaldo al sindicato el papa Juan Pablo II y muchos muy valientes sacerdotes católicos. Y sobre todo, gracias a cientos de miles de personas que no renunciaron a sus sueños con una Polonia libre. Solidaridad continuó su lucha pacífica.

Vista desde la Polonia de entonces la perestroika de Mijaíl Gorbachov era un auténtico milagro. Se abrió una nueva esperanza: la efervescencia social y política en Rusia. La revolución de Solidaridad fue para el sistema soviético como la Reforma para la Iglesia católica, porque también cuestionó todos los dogmas hasta entonces vigentes. En los debates se abordaban al fin temas que también planteó Solidaridad: revelar toda la verdad sobre el régimen de Stalin, implantar la libertad económica y respetar el pluralismo político. Los cambios que se producían en la URSS exigían a los dirigentes comunistas polacos una reinterpretación de la situación. Las dos olas de huelgas de 1988 fueron el último aviso para ellos. Propusieron las negociaciones de la Mesa Redonda que terminaron con la legalización de Solidaridad y la celebración de elecciones, en junio de 1989, parcialmente democráticas. En las elecciones Solidaridad barrió a los comunistas que entregaron el poder sin derramar una sola gota de sangre. La Mesa Redonda fue una magistral aplicación del principio de no exigir nunca demasiado. Fue una obra de arte política y ética y probablemente evitó que Europa Central y del Este fuese ahogada en sangre. Pero, si es así, y yo pienso que así es, ¿por qué hay tanta gente que trata de desprestigiar aquellas negociaciones y el acuerdo que generaron? Volvamos por un momento al pasado: el 1 de agosto de 1944 estalló la insurrección de Varsovia contra los ocupantes hitlerianos. Los varsovianos combatieron heroicamente durante 63 días, pero tuvieron que capitular. Murieron decenas de miles de personas, la ciudad fue arrasada y no se consiguieron beneficios políticos de ningún tipo. Sin embargo, aquella insurrección es una gesta profundamente venerada. Mientras tanto, la Mesa Redonda, que abrió el camino hacia la libertad y la democracia no solamente a los polacos, es tratada como una conspiración y una traición. Los extranjeros suelen preguntar si los polacos solamente saben venerar sus fracasos y derrotas y no sus triunfos y éxitos.

Hace 15 años, con la caída del comunismo terminó la lucha por la libertad, aparecieron las divisiones y comenzó la lucha por el poder. Aparecieron las promesas demagógicas y las acusaciones más canallescas, comenzó la corrupción, el desprecio por la verdad, empezó la difamación de las figuras más meritorias. Pero al mismo tiempo los últimos 15 años son los mejores de Polonia en los últimos tres siglos. El balance es muy positivo: los obreros conquistaron todos los derechos democráticos que existen, en particular el derecho a poseer sindicatos independientes del poder, sólo que es indispensable que modifiquen sus formas de lucha, porque no luchan contra una dictadura. ¿Sabrán renunciar al populismo? ¿Sabrán evitar las alianzas con partidos xenófobos hostiles a la Unión Europea? También tienen plenos derechos los campesinos, pero en el campo predomina el temor ante la competencia y los cambios inexorables que se operarán en ese sector de la economía. También los intelectuales y artistas gozan de todos los derechos democráticos. La censura ideológica no existe y pueden publicar todo lo que crean, sólo que las tiradas de los libros disminuyen sistemáticamente por falta de compradores. También la Iglesia católica ha conseguido todos los derechos e, incluso, algunos privilegios, pero sus pastores se quejan de que las ovejas no vivan según el decálogo. En una palabra, todos consiguieron lo que más deseaban, pero nadie está satisfecho.

Esa insatisfacción se refleja en las sucesivas elecciones parlamentarias. Los electores cambian una vez tras otra el color de los gobernantes, ejerciendo así el derecho conquistado a cambiar el poder por la vía pacífica. Lo malo es que se espera que cada cambio dé un milagro, lo cual es imposible.

Pero existe también otro aspecto de la vida cotidiana que genera disgusto. Se trata de esa injusticia que consiste en que el mal por lo regular no ha sido castigado y el bien no ha sido premiado. Más aún, el proyecto promovido por Solidaridad de crear un sistema de participación ciudadana masiva en el ejercicio del poder, desde la empresa, pasando por el municipio, hasta el conjunto del Estado, no se ha realizado, porque se optó por el sistema de democracia parlamentaria asentado sobre una economía de mercado. El altruismo heroico desapareció, reemplazado por el egoísmo más brutal, la insolencia y el descaro. Hoy es más eficaz engañar que decir la verdad. No puede extrañar que la gente que entregó sus mejores años a la lucha por una Polonia mejor se sienta frustrada. Por eso las consignas sobre una nueva revolución generan nuevas esperanzas e ilusiones. Lo malo es que al fin de las consignas revolucionarias siempre suelen estar esperando la guillotina o los pelotones de fusilamiento.

El aprovechamiento de los archivos de la policía política comunista para calumniar a la gente de la oposición democrática, de Solidaridad, es percibido por algunos como un acto heroico, mientras que otros opinan que sus efectos son como el de la granada lanzada a un montón de estiércol. Lamentablemente, nos ha tocado celebrar el 25 aniversario de Solidaridad cubiertos de heridas, arañazos, lodo y estiércol. Tenemos que creer, no obstante, en que la sociedad polaca sabrá expulsar el veneno que la intoxica, porque nadie nos puede despojar del orgullo que nos da el haber desmontado la dictadura comunista, haber construido la democracia, haber organizado la economía de mercado, de haber recuperado la independencia y la soberanía, de estar hoy con otros países democráticos en la OTAN y la UE. En Polonia todo es posible, también un cambio para bien.