En búsqueda de la verdad

El estado de alarma decretado por el Gobierno para hacer frente a la expansión del coronavirus ha generado un intenso debate sobre la difusión de falsedades, bulos, medias verdades o mentiras que ponen en duda si hoy en día vale la pena defender y respetar la verdad. Se trata de una discusión que lleva muchos años presente en la sociedad, de forma directa o indirecta, y que aparece más claramente en período electoral. Por poner tan solo dos ejemplos, hace ya cerca de cuarenta años, Enrique Tierno afirmó: «Las promesas electorales se hacen para no ser cumplidas». Más recientemente, en la última campaña electoral, Pedro Sánchez aseguró en una entrevista que no dormiría por las noches, al igual que el 95 por ciento de los españoles, si pactara con Podemos. Como es bien sabido, tan solo 48 horas después de cerrar los colegios electorales, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias firmaron un pacto para gobernar en coalición.

En otras situaciones distintas también se ha podido transmitir a la sociedad, quizá de forma involuntaria, que la mentira era habitual entre listillos o espabilados carentes de escrúpulos. Así, en los últimos años hemos ido conociendo vergonzosos casos de corrupción en los que los protagonistas consideraban que se podía mentir, engañar o defraudar si no eran descubiertos.

A mi juicio, este claro desprecio por la verdad hunde sus raíces en el relativismo cultural y moral. Así lo señaló, en abril de 2005, el entonces cardenal Ratzinger en la misa previa al cónclave que lo elegiría Papa: «Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo». El relativismo sostiene que no existe una única verdad, inmutable y universal, sobre la que construir la convivencia humana y el desarrollo de las personas. Esta corriente no reconoce nada como definitivo y estima que es el propio juicio la única medida que debemos tener en cuenta. De esta forma, todas las opiniones valen lo mismo, y lo único que importa es el respaldo que éstas tengan en la sociedad.

Apoyándose en estos planteamientos, Rodríguez Zapatero afirmó en 2005, durante unas jornadas de las juventudes de su partido: «La libertad os hará verdaderos». De este modo, alteró el sentido de la evangélica frase: «La verdad os hará libres». En este mismo discurso Rodríguez Zapatero declaró: «La libertad es la verdad cívica, la verdad común. Es ella la que nos hace verdaderos, auténticos como personas y como ciudadanos, porque nos permite a cada cual mirar a la cara al destino y buscar la propia verdad».

De estas frases pronunciadas por el que fuera presidente del Gobierno se deduce que la verdad no existe, sino que cada uno piensa o dice lo que le parece, y si lo que se dice o piensa no coincide con la realidad, que se fastidie la realidad. Este razonamiento contradice claramente la famosa frase de Antonio Machado (tan admirado por la izquierda y nada sospechoso de ser un peligroso ultraderechista): «¿Tú verdad? no, la verdad; y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela».

Con la negación de la verdad se pretende hacernos creer que cada persona, cada nación, cada cultura o cada período histórico tiene un modo distinto de entender las cosas y ninguna opinión es más verdadera que otras. Estas afirmaciones parecen coincidir, al menos en parte, con la famosa frase atribuida a Goebbels: «Una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad».

Siempre, pero especialmente en estos momentos que estamos viviendo, debemos desmontar estas falsedades. No da lo mismo decir la verdad que mentir, no es un listillo el que engaña. Debemos valorar, apreciar y defender la verdad. Nunca el fin justifica los medios, nunca es lícito mentir o falsear la realidad. Todos tenemos la obligación moral de respetar la verdad en cualquier situación y circunstancia. En este tema no es aceptable la indiferencia o el pasotismo.

Decía Edmund Burke: «Para que triunfe el mal, sólo es necesario que los buenos no hagan nada».

Ignacio Danvila del Valle es profesor de la Unversidad Complutense de Madrid.

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