En Cataluña nada es lo que parece

Lo sucedido con la alcaldía de la capital catalana confirma que en política es muy arriesgado lanzar vaticinios, pues los actores van modulando sus posiciones a medida que evoluciona la situación y los giros de guión se producen en pocas horas sin que exista ninguna conspiración. En el caso de Barcelona me atrevo a afirmar que Xavier Trias tenía a su alcance la alcaldía si no hubiera cometido dos errores. El primero fue aparecer la noche electoral celebrando su victoria rodeado de la plana mayor de Junts, particularmente al lado de una exultante Laura Borràs. Desde que anunció su candidatura había logrado orillar el debate soberanista, y en campaña no pocos electores constitucionalistas, muchos de los cuales en 2019 habían votado a Manuel Valls, olvidaron por completo su militancia en el partido de Carles Puigdemont y creyeron que Trias era la mejor opción para poner fin a ocho años de Ada Colau al frente del Ayuntamiento. Ese fue un error involuntario que seguramente no habría tenido más importancia sin el acuerdo para gobernar con ERC, anunciado 48 horas antes del inicio del pleno municipal y con una cláusula de exclusión del PSC como hipotético tercer socio.

En Cataluña nada es lo que parece
RAÚL ARIAS

Ante ese escenario, los Comunes vieron que su apelación a un pacto de izquierdas carecía de sentido y que los socialistas pasaban a la oposición sin ningún escenario posible de sociovergencia, y que la disyuntiva entre facilitar la investidura de Trias y votar a Collboni como mal menor era ineludible. Ir a las elecciones del próximo 23 de julio habiendo entregado Barcelona a un ex alcalde de derechas, que representaba a la Convergència del 3% y que se presentaba para hacer tabula rasa del colauismo, no era la mejor carta de presentación. Tampoco, claro está, para Yolanda Díaz, cuyo enemigo para Sumar de cara a las generales es tanto la desmovilización del voto de izquierdas como el voto útil hacia el PSOE, y que lógicamente debió tomar cartas en el asunto presionando a Colau, que personalmente no estaba por la labor.

Por último, pero no menos importante, el papel del PP, que ha hecho lo que podríamos calificar «un Valls plus», es decir, lo mismo que el ex primer ministro francés en 2019, que evitó una alcaldía del republicano Ernest Maragall, aunque esta vez los populares sí han puesto un precio a sus votos: la exclusión de los Comunes del Gobierno municipal. Sin duda, el PP de Daniel Sirera puede alardear tanto de haber evitado el asalto del independentismo al Ayuntamiento de Barcelona como de lograr la expulsión de Ada Colau. En clave española, para Alberto Núñez Feijó haber entrado en esa ecuación equilibra sus pactos con Vox y le permite exhibir sentido de Estado.

Es a todas luces falso que la elección de Collboni se decidiera en los despachos de Madrid, como denuncian con rencor los líderes independentistas. Paradójicamente, la convocatoria de elecciones anticipadas, que en principio dificultaba movimientos de compleja explicación a los electores, ha sido un precipitante para Comunes y PP. Digámoslo claro: Trias no es alcalde porque ha jugado muy mal sus cartas. La firma de ese acuerdo con ERC, innecesaria porque no le daba ninguna ventaja para ser investido en primera vuelta, es la causa principal de su fracaso. Si hubiera seguido haciendo de Trias, como representante del regreso de la vieja Convergència, no habría activado ningún resorte y las dudas que albergaba el PP sobre qué hacer no se habrían despejado a favor de Collboni.

Lo más llamativo es que ese pacto entre fuerzas independentistas en Barcelona constituía más bien la excepción en el mapa municipal catalán, donde los acuerdos bilaterales con el PSC son la nota dominante. La solemne petición de Pere Aragonès de pactos soberanistas en los ayuntamientos y de constituir un frente electoral como respuesta a los resultados del 28 de mayo, que presagian un gobierno en la Moncloa del PP en alianza con Vox, no se ha concretado en nada. Pese al ruido de las últimas semanas, en Cataluña nada es lo que parece. Las diputaciones de Lérida y Tarragona las ha pactado ERC con el PSC, quitándole la presidencia a Junts, mientras en la poderosa Diputación de Barcelona seguramente volverá a repetirse un acuerdo de los socialistas con Junts.

Lo sucedido con la alcaldía de Barcelona, donde compañeros, amigos y familiares de Trias se habían reunido esa tarde de sábado en el magnífico Consell de Cent para celebrar su regreso tras perder frente a Colau en 2015, supone una afrenta para el independentismo y el nacionalismo en general.

Curiosamente los que no han dudado en hacer cordones sanitarios, principalmente contra el PP -desde el Pacto del Tinell hasta hoy mismo- y también contra el PSC -sobre todo por parte de un resentido Oriol Junqueras que sigue acusando a los socialistas de aplaudir su encarcelamiento- ahora se quejan de que en dos ocasiones se les ha impedido hacerse con la alcaldía de la capital catalana. A diferencia de 2019, donde Manuel Valls votó a Colau en contra de la opinión del líder de Ciudadanos, Albert Rivera -quien nunca entendió la importancia en política de elegir el mal menor-, esta vez la acusación es que «Madrid ha puesto a Collboni». Pere Aragonès, en la tradicional recepción oficial que ofreció poco después al nuevo consistorio, censuró públicamente la elección del nuevo alcalde por tener «la sombra de un acuerdo de Estado» PSOE-PP. De nuevo, el presidente de la Generalitat haciendo un uso partidista de su cargo institucional en una ceremonia con un alto sentido simbólico entre los dos poderes que ocupan la Plaça de Sant Jaume.

El resentimiento va a ser un elemento movilizador para un independentismo en horas muy bajas, que tiene miedo a una corriente de fondo abstencionista que ya se manifestó en las municipales castigando sobre todo a ERC, con una pérdida de 300.000 votos (una caída del 36% respecto a 2019). La Asamblea Nacional Catalana, aunque ya no es ni la sombra de lo que fue en los años álgidos del procés, ha pedido la abstención o el voto en blanco para las generales del 23 de julio. Un escalofrío recorre la sede de los republicanos, que temen el voto útil a favor del PSC, y Gabriel Rufián insiste en un confuso lema electoral, «Vox o Cataluña», mientras que en Junts doblan la apuesta y su cabeza de lista, Míriam Nogueras, impuesta por Puigdemont, ya ha dicho que esto de va de «España o Cataluña».

Así las cosas, habrá que esperar a ver lo que sucede en las generales. En cuanto a Barcelona, cuando el alcalde socialista compruebe que con solo 10 concejales sobre 41 no puede aprobar nada, el regreso a un acuerdo de gobierno con los Comunes es lo más probable, aunque sin Colau dentro. Además, si el PP llega a la Moncloa, ese escenario caerá retóricamente como fruta madura. Como en Cataluña nada es lo que parece, en el PP nadie ignoraba ese más que probable horizonte, y aun así han actuado atendiendo al principio del mal menor.

Si el resultado de las generales es un gobierno presidido por Feijóo en coalición con Vox, el separatismo buscará la confrontación dura, aunque no esté en condiciones de repetir un nuevo procés ni a corto ni a medio plazo, pero sí como fórmula para intentar revalidar una mayoría en el Parlamento de Cataluña y frenar el ascenso del socialista Salvador Illa. El Gobierno de Aragonès en la Generalitat es mediocre y no suscita ningún entusiasmo. Los republicanos no consiguen crear una cantera de buenos gestores públicos, tampoco en los ayuntamientos, lo que sin duda les ha penalizado en las pasadas elecciones. Por tanto, a ERC ya le iría bien que un cambio en la política española volviera a tensar las costuras territoriales, una vez que ya ha sacado todo el jugo posible al diálogo del Gobierno de Pedro Sánchez, básicamente en el terreno judicial, primero con los indultos y finalmente con la reforma del Código Penal, aunque el Tribunal Supremo haya desactivado el perdón por el delito de malversación. Como en Cataluña nada es lo que parece, el separatismo teme y desea al mismo tiempo que en España gobiernen las derechas.

Joaquim Coll es historiador y articulista.

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